Rafael Sánchez Saus, publicado en el Diario de Cádiz el jueves 16 de Octubre de 2014
HA bastado una semana sin el foco de la "rabiosa actualidad" para que casi llegáramos a olvidarnos de que Cataluña existe. Una pena que haya sido necesario para eso que se nos viniera encima el virus del ébola y su capacidad, si no para matarnos, sí para poner al aire las vergüenzas de la sociedad española.
Como la vida de España se desenvuelve desde hace décadas en el puro trampantojo y la pavorosa ausencia de verdad, no puede sorprender que tras una semanita apenas de descanso, nos hayamos vuelto a desayunar con lo que ya descaradamente se anuncia como el "simulacro".
Como no le dejan hacer impunemente su numerito, don Artur -que anda tan justito de coraje como sobrado de fantasía-, sin necesidad de que le llame al orden ni una pareja de la Guardia Civil, renuncia al plan A y pretende ahora sacarse de la manga un simulacro de referéndum con un simulacro de urnas y un simulacro de votantes. El sueño, en fin, de esa raza incansable de vendedores de lo que sea, de simuladores de lo que haga falta a los que ya calaron hasta la rebotica Unamuno y Baroja.
A mí me parece, tratándose de Cataluña, ser esta del simulacro una solución perfecta que sólo podría salir del magín de un catalán tan arquetípico como Artur Mas. Un simulacro de consulta que daría pie a un simulacro de independencia y a un simulacro de estado catalán, corolario del simulacro de democracia que allí se vive. Lo que en mí queda de mis viejos ancestros catalanes me lleva a saludar con íntimo regocijo el hallazgo.
Este género de recursos, llevados de la política a la economía, de la economía al imaginario colectivo hicieron grande a Cataluña, ¿cómo negarlo? Lo que no tienen nada de ficticios son los 25.000 millones de euros de superávit comercial que cada año recalan allí desde las despreciadas colonias gracias a tan poderosa inventiva y a la capacidad de hacerse pagar hasta los insultos que nos propinan.
Mas y Rajoy, cada uno con su tingladillo de mentiras y simulacros, deberían hacer pareja artística por las plazas y pueblos de España. Ahora es el momento en que Rajoy debería responder, para estar a la altura, con un simulacro de aplicación de la ley, un simulacro de cumplimiento de las sentencias sobre el uso de la lengua en la enseñanza y un simulacro de la vergüenza que le reclama a gritos la Cataluña decente. Sigamos todos la senda del simulacro.
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