Este cuadro de Zurbarán, "Defensa de Cádiz", ilustra perfectamente el objetivo y prioridad de nuestra asociación.

miércoles, 30 de mayo de 2012

LAICISMO DE TEMPORADA

(José Aguilar en el Diario de Cádiz, el 30 de Mayo de 2012)

PERDÍ la cuenta del número de veces que el segundo Gobierno de Zapatero filtró a su periódico favorito el borrador, anteproyecto o proyecto de una nueva Ley de Libertad Religiosa que iba a asegurar la aconfesionalidad del Estado y la igualdad jurídica entre las confesiones religiosas. Fuéronse del poder los socialistas, y no hubo nada.

Durante los ocho años de Zapatero y los catorce de Felipe podía el PSOE haber hecho honor a su laicismo de boquilla impulsando esa ley de separación de la Iglesia (las iglesias) y el Estado y denunciando el Concordato con la Santa Sede de 1979 que no refleja el espíritu constitucional de aquellas fechas. Nada hicieron. Es ahora cuando pretenden que la Iglesia católica, gran propietaria, pague la contribución urbana por sus inmuebles (IBI) y van a presentar mociones en todos los ayuntamientos para que se pronuncien al respecto. Y que sea el PP, con su mayoría absoluta en el Congreso, el que lo rechace, como ya ha anunciado Rajoy.

Para que nadie se llame a engaño: estoy a favor de que la Iglesia católica abone el IBI por sus inmuebles que no son templos y de que las exenciones que pueda, y deba, haber sean las mismas para todas las organizaciones sin ánimo de lucro, religiosas o no. Ahora bien, me molesta este laicismo sobrevenido, como de temporada, que lucen los socialistas cuando ya no está en sus manos llevarlo a la práctica. ¡Esos ímpetus, en el poder!, que es la forma cursi de recordar el reproche del padre de Manolo Caracol a la locomotora que se deslizaba triunfante, con efluvios de vapor, sólo al terminar el trayecto, ya en Sevilla, después de renquear en el tramo más complicado ("¡Esos cojones, en Despeñaperros!").

Lo mismo le habrán dicho a Rubalcaba Cayo Lara o Gaspar Llamazares, porque dos veces presentó IU durante este siglo iniciativas parlamentarias exactamente encaminadas a ese objetivo, que la Iglesia sufra el IBI como todo hijo de vecino dueño de inmueble, y las dos se la rechazó el PSOE mayoritario y gobernante. Claro que si pasamos del clero a la milicia la historia se repite: Zapatero fue capaz de compatibilizar la retirada de las tropas en Iraq, sus proclamas en favor de la paz en el mundo y la alianza de las civilizaciones con el auge de la industria armamentística nacional. Durante sus dos mandatos las exportaciones de armas españolas aumentaron considerablemente. Qué digo aumentaron: se multiplicaron por seis. Y se trata de un sector en cuyo desarrollo y comercialización intervienen muchísimo los gobiernos.

Hasta que el PSOE no vuelva al poder y haga de verdad lo que ahora propone vía ayuntamientos, seguiremos pensando que su laicismo es una pose comecuras, testimonial y oportunista.

lunes, 28 de mayo de 2012

CONCIENCIA Y POLITICA

(Manuel Bustos, publicado en el Diario de Cádiz  el 28 de Mayo de 2012)

LA preocupación por lo público forma parte de lo humano. Ya lo decían los clásicos: algunos tienen que dedicarse a lo que es de todos, para que cada uno pueda hacerlo con aquello que le es propio. Noble contribución la del político.

Sin embargo, lo "demasiado humano" ha acompañado de continuo la política desde que el mundo es mundo. Uno repasa esa maestra de la vida llamada Historia, y siempre encontramos lo mismo: decisiones de gobierno más o menos acertadas y, acompañándolas, prevaricaciones, injusticias, enriquecimiento personal, prepotencia, demagogia... Unas veces con más intensidad, otras con menos, habitualmente ha sido así.

La conclusión parece obvia: da lo mismo quién esté; todos hacen igual. Además de injusta, tan extendida opinión resulta cómoda y no compromete, por eso es tan frecuente escucharla. Por supuesto, más entre la gente con menos preparación y compromiso público. Propicia el inmovilismo y la permanencia de la corrupción. El reconocimiento del mal no exime de combatirlo dentro y fuera de uno mismo. De lo contrario, sería como decir: me sustraigo de curarme una enfermedad porque sé que me moriré tarde o temprano.

Confieso que la política partidista nos provoca con frecuencia la náusea. Los medios no debieran dedicarle tanto tiempo y espacio a las declaraciones y combates dialécticos de los políticos. En España somos muy dados a prestarles más atención de la debida. A darle vueltas a un comentario o una palabra sin mayor trascendencia de un hombre público. No son sino dardos arrojadizos pensados malévolamente para erosionar al adversario. Lo único que se consigue acogiéndolos es mostrar la cara deplorable de la política, contribuyendo con ello a la pérdida de interés por ella y a su desprestigio.

Pueden llegar, incluso, a producir cierto pesimismo antropológico, al convencernos de la inmensidad de la estupidez humana. Se trata de palabras que se lleva el viento, efecto de coyunturas pasajeras, dichas para decir lo que consideran obligado. En general, quienes las expresan no se plantean buscar la verdad, sino descalificar al contrario. Causar un efecto mediático -con la complicidad de los periodistas-, sin que interese lo más mínimo el comprenderle y menos empatizar con él o ponerse en su situación.

Forma parte de la estrategia partidista. Y en esa perversa pirueta dialéctica resulta difícil que el ciudadano vea la necesidad y la grandeza que tiene la función política. Sus propios agentes son los encargados de echar por tierra la importancia de su labor. Cuanto más hombre de partido se es, sin una formación moral o humanística compensadora, más frases hechas y consignas, sin objetividad alguna, suelen prodigarse.

Peor aún es el efecto que esta perversión produce en los mismos políticos. Termina por anegar su propia conciencia, al convertir la falsedad en su propia verdad. Se acostumbran a mentir, a no discernir sobre la moralidad de sus palabras y acciones. O terminan creyendo, de no ejercitarla, que la conciencia no existe, que es una invención de los moralistas, hombres alejados de la realidad, cuando ciertamente son ellos quienes llegan a confundir su ficción con la verdad. En lugar de buscar el bien de sus conciudadanos, terminan confundiéndolo con los remedos de su ideología o sus estrategias para ganar votos. Forma parte -suelen consolarse- del juego político de la democracia. Al prescindir de la verdad tienen que negarla (aunque no lo hagan abiertamente), desvinculándola de sus afanes y alimentando así una sólida base de relativismo moral, que terminan instituyendo erróneamente como fundamento de la democracia. Ellos se consideran a sí mismos como pragmáticos y realistas.

Afortunadamente, no todos los políticos caen en esa tentación. Cada uno de nosotros guardamos en la memoria nombres de quienes no siguieron esta vía. O, al menos, lucharon y luchan por no disociar conciencia y política. Pero, para desgracia del común, no son éstos quienes habitualmente marcan la pauta en los partidos. Tampoco quienes más suenan en los medios. Suelen estar en puestos secundarios o poco relevantes. O no se dedican a la política nacional. Han de hacer un enorme esfuerzo por mantenerse y fecundar con su ejemplo el partido. Se empeñan con frecuencia en casar las decisiones tomadas en él con su conciencia, y esperan la llegada de tiempos mejores para que sus puntos de vista florezcan. Las afrontan a veces como un mal menor. Y sufren o terminan yéndose por la puerta de atrás, con las orejas gachas.

Una política sin conciencia termina cobrándose un fuerte tributo. Se vuelve contra quienes la practican y daña la imagen de una tarea noble y necesaria, arrastrando al conjunto. La gente ve en ella un postizo, una carga que, innecesariamente, debe soportar la mayoría, en beneficio de unos pocos. Se desinteresa de la política.

domingo, 27 de mayo de 2012

TOCA DESAPRENDER

(Rafael Padilla, publicado en el Diario de Cádiz el 27 de Mayo de 2012)

LO habrán leído en estos días. José Chamizo, Defensor del Pueblo Andaluz, ha alertado de la aparición de un nuevo tipo de menor maltratador de sus padres: junto a quienes lo hacen por alguna adicción, por trastornos de conducta o por haber llegado a ser violentos como resultado de una educación permisiva, aumenta el número de los que así castigan a sus progenitores por no proporcionarles lujos y caprichos de los que hasta ahora venían disfrutando.

El perfil del nuevo maltratador, señala Chamizo, es el de un niño que siempre recibió cuanto quiso, que, perteneciendo a las clases medias o altas, creció en esa absurda carrera consumista por poseer lo último de las marcas sagradas. Hoy la crisis ha colocado a esta generación acunada en la abundancia ante la cruda realidad de una escasez inaceptable para ella. Y, lejos de saber adaptarse a las circunstancias, muchos no encuentran otra respuesta que la de herir y humillar a quienes les acostumbraron a la opulencia.

El fenómeno no debería asombrarnos. Llevamos décadas maleducando a nuestros críos en dos direcciones manifiestamente erróneas. De una parte, creímos poder suplir nuestra compañía (estábamos demasiado ocupados en ganar dinero) sepultándolos en montones de trastos, como si lo importante fuese dar y no darse. Hemos abdicado del oficio de ser padres, delegándolo estúpidamente en instancias perversas. Éstas -la televisión o internet, por ejemplo- les prometían una felicidad comprada, tan engañosa como momentánea, que, ya inalcanzable, les ha dejado solos, con un profundo sentimiento de orfandad transformado por algunos en rabia contra los que perciben como responsables de su súbito vacío. De otra, hemos olvidado, porque nos acomodaba, el valor inestimable de la palabra no, piedra angular de cualquier entrenamiento válido para los azares del mañana. Aplaudidos por las teorías pseudos-pedagógicas que pronosticaban traumas y males sin cuento, hemos acabado dejándoles sin armas frente a la frustración, sin posibilidad eficaz de encarar las desventuras de la vida.

Tampoco es que estos "neomaltratadores" hayan inventado nada. No encuentro demasiada diferencia entre su reacción y la que revela una sociedad obcecada en mantener privilegios insostenibles. Algo tan sencillo de asumir como que no podemos gastar más de lo que ingresamos resulta complejísimo para muchos ciudadanos que, ilusoriamente instalados en el ayer, con la misma inconsciencia y tozudez y semejante ira, siguen exigiendo del Estado cuanto quedó, por desgracia, fuera de nuestro alcance.

Toca, pues, que todos desaprendamos. Otorgar a las cosas su valor cabal; abandonar nostalgias yermas; ganar con esfuerzo nuestra propia supervivencia; comprender, y pronto, que hay paraísos que no volverán. Un lección que jóvenes y mayores tenemos que asimilar con rapidez.

sábado, 26 de mayo de 2012

ESTAFA UNIVERSITARIA

(Publicado en el blog "Crónicas Barbaras" del periodista Manuel Molares)

                      Muchas más personas que los 6.101 habitantes de Almadén, localidad minera de Ciudad Real, se manifestaran esta semana contra el posible cierre de la universidad local, que forma ingenieros de minas y titula en tres especialidades técnicas más.

                     Durante dos siglos y medio Almadén produjo un tercio del mercurio mundial, aunque las minas están cerradas desde 2000 por la prohibición internacional de utilizar ese metal líquido en instrumentos como los termómetros.
         
                    Pero sigue produciendo universitarios sin mucho futuro, como los alrededor de dos centenares de campus españoles, muchos inútiles, pertenecientes a las actuales 74 universidades, una y media por provincia.
           
                   Con sus 47 millones de habitantes España tiene 1,6 millones de universitarios, el mayor porcentaje de Europa, y la mitad que China, con sus 1.400 millones de habitantes.
La mayoría de las universidades españolas son públicas e ineficientes, con endogamia de catedráticos y profesores que no investigan.

                 Y con elevados presupuestos en los que los contribuyentes invertimos muchos miles de euros por alumno, para carreras sin salida ----12.000 estudiantes de Periodismo, carne de paro--,  y para que más de un treinta por ciento de universitarios abandone sus carreras.

                Hay una universidad pública, la Internacional de Andalucía, con 5.200 alumnos y 2.400 profesores, tasa de 2,17 alumnos/profesor.

               La mayor universidad presencial española, la Complutense, tiene 85.000 alumnos y 13,7 alumnos por profesor.

               Para 2012 la Complutense dispone de 536,6 millones de euros, que suponen 6.275 euros por alumno/ curso, y 31.375 euros una carrera de cinco años, si se aprueba todo a la primera: eso es lo que los contribuyentes pagamos, o nos pagaron por estudiar.
Y si no estudiamos es lógico que quien paga se niegue a seguir tirando sus impuestos, que le suponen tres meses de trabajo cada año.

              Pero los 74 rectores, con sus enormes coches oficiales blindados, sus dietas y gastos de representación de millonarios y servicio de grandes gerifaltes, cuando no deberían ser más de una docena, quieren mantener todo igual y seguir gastando nuestros impuestos sin planificación estratégica, lo que es una estafa.

domingo, 20 de mayo de 2012

NO ES DE RECIBO

(Rafael Padilla en Diario de Cádiz, el 20 de mayo de 2012)

ANTES morir que torcer la voluntad. El país literalmente se desmorona, gritan todas las alarmas, la angustia se adueña de corazones y calles, y ellos, malditos sean, continúan a lo suyo. ¿Qué más tiene que pasar para que al fin reparen en que, de esta coyuntura pavorosa, o salimos juntos o no salimos? El ciudadano está harto de sus razones mezquinas, de sus peleas de comadre, de tanta cerrazón sectaria en las mismas puertas del infierno. Los dos grandes partidos españoles -lo de grandes lo digo sólo por el tamaño- siguen instalados en la ruptura total, insensibles al clamor de cuantos les reclamamos una señal de esperanza y toneladas de generosidad. Empieza a calar la idea, triste como pocas, de que el mayor obstáculo para superar la crisis es justamente su compartida incapacidad para alcanzar consensos imprescindibles en momentos tan extremadamente difíciles.

No lo impide, ni tan siquiera, que aparenten defender fórmulas radicalmente distintas. El reestreno de Griñán es idéntico, o casi, al debut de Rajoy en La Moncloa. No queda otra, ellos lo saben, y, sin embargo, se empeñan en fingir terapias discrepantes. La puerta del laberinto es angosta y única, pero se aleja estúpidamente por el afán de escenificar broncas supuestamente rentables.

No es de recibo que, en mitad de la madre de todas las tormentas, el presidente del Gobierno y el líder de la oposición prácticamente ni se miren. La relación entre ellos, más allá de faroles de tahúr, es voluntariamente inexistente. El barco se va a pique y los depositarios mayoritarios de nuestra confianza se comportan como adolescentes descerebrados. Oiga, enciérrense donde les convenga, hablen por Dios hasta la afonía, hagan honor a su responsabilidad y diseñen una estrategia de supervivencia. Si no, pudiera ser de risa, patética claro, que uno acabara ahogándose por popa, el otro por proa y todos, tan sorprendidos como indignados, por donde a cada cual le coja.

Acabo de leer un estudio de la consultora PWC en el que numerosos expertos destacan esto mismo: sin un pacto de Estado, afirman, no hay futuro; aunque, por supuesto, casi ninguno lo cree factible en las actuales circunstancias. Yo ahondo en la gravedad: la situación es tan diabólicamente compleja que acaso ni con ese pacto tendríamos garantizado el éxito. Pero lo que desde luego resultaría de traca es que ni se intentara, que prevalecieran los intereses políticos y los adornos ideológicos sobre la inminencia letal de la catástrofe.

El pueblo, al cabo, no se lo merece. Si hemos de sucumbir, hagámoslo dignamente, sin escatimar un solo esfuerzo, agotando todas las vías, posibles y hasta imposibles, de escape. Porque, si de renuncias va el puñetero baile, mal entenderíamos que la primera no consistiera en el abandono del credo caduco y de la ceguera egoísta de estos dos soberbios, tozudos, cada día más menguantes, padres presuntos de la patria.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Adios

Por Antonio Porras Nadales

Diaro de Sevilla

DEBO confesarte, cuando se acerca el momento de la despedida, que en realidad más que el dolor por tu marcha lo que siento es una especie de rabia contenida: rabia porque no hayamos podido ofrecerte un futuro adecuado aquí, en la tierra donde has nacido. Porque todos sabemos perfectamente que tú y tus compañeros sois, sin ninguna duda, la mejor generación que nunca hemos tenido en Andalucía: la más culta y preparada; la única que ha sabido superar esa tradicional incapacidad y apatía que aquí hemos tenido siempre por los idiomas, e incluso por el manejo de las tecnologías. Sabemos que vuestras brillantes licenciaturas y máster han sido el justo fruto de vuestro sudor y vuestro esfuerzo; que habéis sabido sortear los riesgos de las drogas y del botellón, enfrentaros al sopor colectivo de la apatía y el pasotismo, y hacer de vuestros méritos el más brillante currículo de toda una generación de jóvenes decididos y voluntariosos.




Sí, ya sé que aunque te vayas muy lejos siempre tendremos circuitos de comunicación instantánea, que esto ya no es la dolorosa emigración de los años sesenta, la de "vente a Alemania, Pepe", que ya no vais con la maleta de cartón atada con una cuerda y la boina bien encasquetada. Ya sé que ahora buscáis un futuro competitivo que se ubica en cualquier lugar del planeta y que vosotros seréis en realidad los auténticos dueños del mundo. Pero, qué quieres, no tendré más remedio que hacer un esfuerzo para contenerme las lágrimas en el momento de darte el abrazo de despedida; y me quedaré algo triste de saber que tu vida va a desenvolverse lejos de la tierra donde vivieron tus abuelos y tus antepasados.



Ahora comprendo lo poco que sirve presumir de lo nuestro, engolfarse en la aburrida cantinela de la belleza de nuestros paisajes, la dulzura de nuestro clima y de nuestros vinos, o el encanto de nuestras fiestas y monumentos; de todo eso que causa la admiración de tantos turistas y extranjeros. Porque de qué sirve al final presumir de una tierra que es incapaz de ofrecerle un futuro adecuado a la mejor de sus generaciones. Puede que este sea también un buen momento para hacer un breve balance de lo conseguido en las últimas décadas: para comprobar a dónde fueron finalmente tantas políticas de desarrollo, tantos acuerdos de concertación y empleo, tantos proyectos de sucesivas modernizaciones, tanto fomento de la innovación y apoyo al espíritu emprenditorial, tantos proyectos financiados con fondos europeos. Este parece ser al final el auténtico resultado colectivo de la mejor Andalucía que hemos tenido en varios siglos. Y es que, en el fondo, creo que en realidad lo correcto sería que fuérais vosotros, lo miembros de la mejor generación mejor preparada, los que pasárais a ocupar ahora los puestos de dirección y de liderazgo en nuestra comunidad: la mejor garantía para la más auténtica y definitiva de nuestras modernizaciones. Pero el único camino que la realidad parece ofreceros ahora es el de la emigración.



Puede ser también -lo confieso- que todo esto no sea más que el fruto de mi propia incapacidad y negligencia personal, o sea, que tenía que haberme metido hace tiempo en los circuitos del poder y de la política, donde se colocan los enchufados y los recomendados; pero, ya ves, la verdad es que no lo he conseguido. También podríamos haberte encontrado alguna salida mediocre, más o menos llevadera: de promotor inmobiliario o de agente de seguros; de tratante de ganado o vendedor de pompas de jabón. Pero supongo que no es eso lo que tú esperabas.



La decisión de vuestra generación de avanzar hacia un futuro constructivo en cualquier lugar del mundo constituye en realidad un esfuerzo valiente del que nosotros mismos deberíamos sentirnos orgullosos. Al fin y al cabo, sois la primera y auténtica generación cosmopolita que hemos tenido; y por eso vuestra aportación al crisol del mundo globalizado será, con toda seguridad, una fuerza constructiva, como una hermosa semilla destinada a crecer en otra tierra que no esté tan reseca como la nuestra.



Con todo, cuando se acerca el momento del adiós, sólo quisiera transmitirte un deseo de ánimo y coraje, el mismo que tuvieron otros en parecidas circunstancias. Si colectivamente no hemos sabido prever el modo de incorporaros constructivamente a nuestra sociedad, sólo espero que al menos hayamos sabido daros una preparación suficiente, una formación adecuada para el universo tan complejo de este vuestro siglo; aunque tengáis que demostrarla fuera de nuestras fronteras.



Esperando que sepas comprender toda nuestra frustración y amargura, y que sepas perdonarnos también por todos nuestros posibles fallos, te digo adiós, hijo mío, adiós.