Este cuadro de Zurbarán, "Defensa de Cádiz", ilustra perfectamente el objetivo y prioridad de nuestra asociación.

viernes, 29 de octubre de 2010

TEORIA DE LAS VENTANAS ROTAS

En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Prof. Phillip Zimbardo realizó un experimento de psicología social. Dejó 2 coches abandonados en la calle. Eran los dos idénticos: la misma marca, modelo y hasta igual color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Dos automóviles idénticos abandonados en dos barrios con poblaciones muy diferentes y con un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada uno de estos sitios.
Resultó que el abandonado en el Bronx comenzó a ser “canibalizado”. En pocas horas perdió las llantas, el motor, los espejos, la radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no, lo destruyeron. En cambio el abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto… Es muy común atribuir a la pobreza las causas del delito. Es esta atribución en la que coinciden las posiciones ideológicas más conservadoras (las de derecha y de izquierda). Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí.
Cuando el coche abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto ya llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un cristal del automóvil de Palo Alto… El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado en que quedó el del barrio pobre. ¿Por qué el cristal roto en el coche abandonado en un vecindario supuestamente seguro era capaz de generar todo un proceso delictivo? Aquí no se trataba de pobreza. Evidentemente, era algo que tenía que ver con la psicología humana y con las relaciones sociales.
Un cristal roto en un coche abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo. Cada nuevo ataque que sufría el coche sin que alguien se preocupara del mismo, reafirmaba y multiplicaba esa idea, hasta que la escalada de actos, cada vez peores, se volvía incontenible, desembocando en una violencia irracional. En experimentos posteriores, los profesores James Q. Wilson y George Kelling desarrollaron la “Teoría de las Ventanas Rotas”, la misma que desde un punto de vista criminológico, concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.
Si se rompe el cristal de una ventana en un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás cristales del edificio. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto no parece importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. Si se cometen “pequeñas faltas” (estacionarse en un lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego, delitos cada vez más graves. Si se permiten actitudes violentas como algo normal en el desarrollo de los niños, el patrón de desarrollo será de cada vez mayor violencia y cuando estos niños sean adultos; ya que de niños “aprendieron” que esa actitud era “normal” y/o “correcta”; entonces actuarán de manera delictiva, pero teniendo la certeza de que esos actos NO SON ILEGALES.
Si los parques y otros espacios públicos deteriorados son progresivamente abandonados por la mayoría de la gente (que, muchas veces, deja de salir de sus casas por temor a las pandillas), esos mismos espacios abandonados por la gente son progresivamente ocupados por los delincuentes.
La Teoría de las Ventanas Rotas fue aplicada por primera vez a mediados de la década de los ´80 en el Metro de Nueva York, el cual se había convertido en el punto más peligroso de la ciudad. Se comenzó por combatir las pequeñas transgresiones: *graffitis* que deterioraban el lugar, suciedad en las estaciones, ebriedad entre el público, evasiones del pago del pasaje, pequeños robos y desórdenes. Los resultados fueron evidentes. Comenzando por lo pequeño se logró hacer del Metro un lugar seguro… Es decir, si se combate un delito pequeño se evita el desarrollo de un delito mayor… Posteriormente, en 1994, Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, basado en la Teoría de las Ventanas Rotas y en la experiencia del Metro, impulsó una política de “'tolerancia cero”. Es decir, combatir a fondo aún los delitos considerados menores…
La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana. El resultado práctico fue un enorme abatimiento de TODOS los índices criminales de la ciudad de Nueva York. La expresión “tolerancia cero” suena a una especie de solución autoritaria y represiva, pero su concepto principal es más bien el de la prevención y promoción de condiciones sociales de seguridad.
No se trata de linchar al delincuente, ni de incentivar la prepotencia de la policía, de hecho, respecto de los abusos de autoridad debe también aplicarse la “tolerancia cero”. De lo que se trata NO es aplicar “tolerancia cero” frente a la persona que comete el delito, sino aplicar “tolerancia cero” frente al delito mismo. Se trata de crear comunidades limpias, ordenadas, respetuosas de la ley y de RESPETAR los códigos básicos de la convivencia social humana. Frente a la cantidad de mentiras y mediocres explicaciones dadas por algunos de nuestros gobernantes de turno, directores de instituciones educativas, jefes y líderes comunitarios sobre este tema, es bueno volver a leer esta Teoría y de paso, difundirla…

La soledad del Rey, de José García Abad

Por Ignacio Moreno Aparicio

“LA SOLEDAD DEL REY”. ¿ Está la Monarquía consolidada 25 años después de la Constitución ?
Autor: José García Abad.
Editorial La Esfera de los libros. Marzo 2005. 654 Pág.

El propósito de José García Abad al escribir este libro ha sido muy sencillo; tomar el pulso a la Corona veinticinco años después de que la Constitución Española estableciera la monarquía parlamentaria como forma de estado y hacerlo sin ningún tipo de auto censura ni encubrimiento como corresponde a la madurez ciudadana y la buena salud de las instituciones.
Para lograr este objetivo, ha abordado la investigación desde las premisas del periodista documentado, del historiador cuidadoso y del entrevistador agudo. Un análisis riguroso de la figura del actual Monarca. Una obra que invita a reflexionar con serenidad acerca del largo recorrido que aún tiene por delante el reinado de Juan Carlos I, así como sobre su sucesión.
Como el propio autor señala, “Juan Carlos I, Rey de España, se lo dice a todo el mundo con su desenfado característico, “Aquí hay que ganarse el sueldo todos los días, si no te botan”. Una lección sabia, la de la profesionalidad, en el libro no escrito sobre el oficio de un monarca moderno, sobre todo cuando el país en el que reina no ha sido dotado por Dios con monárquicos. Aquí en España, hay juancarlistas por seducción, pero accidentalistas en cuestiones de forma de Estado; monárquicos por devoción o cálculo; juancarlistas republicanos; juancarlistas porque Franco así lo quiso; monárquicos de la Reina como reacción, mayormente femenina, ante el donjuanismo de Don Juan Carlos, que en realidad se llama D. Juan. Lo de Juan Carlos se lo impuso Franco para poderle hacer primero cabeza de la monarquía del 18 de julio.
Aquí proliferan los adictos, incluso los devotos a la figura del titular de la Corona, pero muy pocos son monárquicos “tout court”, que dirían los franceses, monárquicos de doctrina, monárquicos de pura raza como Dios manda, como Luis Maria Anson”.
José García Abad ( Madrid 1942 ) es en la actualidad presidente del Grupo Nuevo Lunes, que edita los semanarios El Nuevo Lunes ( economía y negocios ) y El Siglo de Europa ( información general ). Licenciado en Ciencias Políticas y en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, fue secretario de redacción del semanario de economía Desarrollo, redactor de la revista triunfo y fundador y primer jefe de economía de Diario 16, entre otros.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Resonancias de Recarte, por John Müller

Publicado en El Mundo (27/10/10)

Alberto Recarte ha firmado una obra de dimensiones enciclopédicas sobre nuestra coyuntura histórica. ‘El Informe Recarte 2: el desmoronamiento de España’, editado por La Esfera de los Libros, podría ser el examen de oposición de un vicepresidente económico, el trabajo de doctorado de un hombre que se ha metido la economía española en la cabeza. El libro es todo eso y más: también es una severa crítica a nuestro sistema político de la que carecía el ‘Informe Recarte 2009′, más centrado en explicar la crisis global, más ceñido a la economía.

Este trabajo es tan extenso y bien documentado, acompañado con decenas de cuadros estadísticos y gráficos, que no es raro que hubiera resonancias recartianas en el XIII Congreso Nacional de la Empresa Familiar que ayer concluyó en Santander. La crítica al régimen autonómico que compartieron Mariano Rajoy y Emilio Botín, está eficazmente documentada en la Parte 2 del libro de Recarte. La advertencia sobre las cajas de ahorro que hizo el presidente del Banco Santander es idéntica a la que aparece en las últimas páginas de la obra. Hasta la necesidad de reformar las pensiones y alcanzar un pacto energético que defendió el ‘presidente segundo’ Alfredo Pérez Rubalcaba el lunes pasado tiene reflejo en esta obra.

No hay un tema de nivel en la actualidad española que no figure en este libro. Quizás los únicos realmente excluidos sean el terrorismo y nuestra política exterior. Y Recarte es muy eficaz. Los textos son cortos, claros para la complejidad de los asuntos que aborda. Y, sobre todo, sus conclusiones se alejan del totalitarismo de los que se creen dueños de la verdad. “Lo cierto -me confesó el otro día- es que escribí el libro procurando aportar datos y hechos. De tal manera que cualquier persona pueda llegar a una conclusión diferente a la mía”.

Un año ha estado este técnico comercial y economista del Estado recopilando los datos de su ‘Informe Recarte 2′. Todos han pasado por sus manos, excepto unas simulaciones estadísticas para el capítulo de las pensiones en las que recibió la ayuda de un amigo, experto en la materia.

El libro se puede leer de un tirón o por partes. El retrato global que surge es que vivimos en una sociedad suicida, un Estado inviable con los actuales niveles de gasto. España ha llegado a un punto en su evolución histórica en que las cosas no se arreglarán con unas reformitas. Se necesitan cambios de calado. Y una de las transformaciones más urgentes tiene que ver con la necesidad de evaluar la eficacia de nuestros gobernantes y administradores. En España nadie evalúa nada y si lo hace, sólo da tirones de oreja testimoniales, como hace el Tribunal de Cuentas. La única evaluación ante la que nos ponemos serios es la que hace la Justicia cuando se supera la línea de lo aceptable. Pero los políticos gastan a espuertas y nadie sabe si el dinero está bien gastado o no, o si se podría invertir mejor.

El actual ministro de Educación, Ángel Gabilondo, suele decir que “lo que no se evalúa se devalúa”. Sería bueno que el Gobierno se aplicara el refrán. En 2008, Zapatero creó la Agencia para la Evaluación de las Políticas Públicas. Hace meses que pedí una entrevista a su responsable. Y aquí seguimos esperando. Sin saber a qué se dedican.

john.muller@elmundo.es

domingo, 24 de octubre de 2010

Lo que no se dijo en el debate, por Jordi Sevilla

Publicado en el Suplemento Mercados de El Mundo (24/10/2010)

El cambio de Gobierno ha arrumbado, todavía con mayor rapidez que otras veces, el debate presupuestario en el Parlamento. Es lo que tiene la sociedad mediática: una novedad desplaza a la anterior, a un ritmo creciente. Sin embargo, los Presupuestos siguen siendo un documento esencial para nuestro futuro inmediato por lo que conviene alargar su análisis, por encima del cansino ejercicio del «y tú más» vivido en el Congreso.

Lo primero es constatar el ejercicio de ilusionismo que ha hecho el presidente centrando la atención en los pactos políticos con PNV y CC, más que en el propio contenido económico de las cuentas del Estado. Así, se ha destacado la estabilidad que aportan los acuerdos parlamentarios, dando por supuesto, precisamente, lo que había que demostrar: las bondades para los ciudadanos de afianzar la actual situación mediante las políticas incluidas en estos Presupuestos o mediante reformas posteriores que no se detallan ni se conocen.

Salvo al grupo socialista, a nadie más le ha gustado estos Presupuestos. Cinco grupos han presentado enmiendas a la totalidad pidiendo su devolución y para conseguir el apoyo de los otros dos ha hecho falta recurrir a compensar sus votos no con medidas incluidas en los Presupuestos, sino con asuntos que nada tienen que ver con los mismos.

Con todo ello, nadie ha hablado de medidas para mejorar nuestra competitividad (rebajar costes laborales no salariales), incrementar la productividad (innovación) y fomentar el crecimiento (crédito bancario). Tampoco de qué sectores y cómo van a crear empleo ante el desplome de la construcción, ni de cómo las matemáticas de los Presupuestos contradicen la literatura sobre el cambio de modelo productivo de la Ley de Economía Sostenible.

La segunda cuestión ausente ha sido la sanidad. Cualquiera que pregunte sabe que las comunidades autónomas están teniendo serias dificultades para financiar el gasto sanitario con los ingresos destinados a ello, lo que tiene tres consecuencias: retrasos en los pagos a los proveedores, facturas en los cajones y deterioro de la calidad en las prestaciones.

No es fácil saber a cuánto asciende hoy el déficit sanitario acumulado por las autonomías. Pero existe, es importante y creciente, el Gobierno lo sabe, la oposición lo sabe y nadie ha dicho nada.

En todos los países, el gasto sanitario crece a un ritmo superior al de sus ingresos corrientes por lo que existe una tendencia congénita al déficit si no se adoptan medidas estructurales que regulen los gastos en función del consumo (copago). La última vez que el Gobierno central tuvo que acudir en ayuda de las comunidades autónomas por este asunto fue en la Conferencia de Presidentes de 2005.

Pues bien, a pesar de la importancia del asunto, de su magnitud y de la contradicción evidente entre mantener este déficit oculto y el discurso general de austeridad y rigor, nadie parece dispuesto a coger este toro por los cuernos. Y mientras tanto, las prestaciones se deterioran y seis meses de espera para cirugía importante se presenta como un éxito.

El tercer asunto que tampoco se ha planteado es la sostenibilidad de nuestro Estado del bienestar, un debate necesario que se está abriendo paso en toda Europa: cómo vamos a financiar a medio plazo servicios públicos universales, con sistemas fiscales cada vez más regresivos. Inaugurar líneas de AVE o aprobar leyes de dependencia son cosas muy necesarias pero, si luego no hay dinero para mantenerlo, se genera frustración o injusticias si quien acaba financiando no es quien más se beneficia del servicio.

En los próximos años habrá que abrir un debate sobre financiación, impuestos, tasas y precios públicos, que no podremos soslayar con vaguedades aunque lo hagamos compatible con mejoras en la eficiencia del gasto público o con reformas, que no recorten el mismo.

La lucha contra el fraude fiscal también ha estado ausente del debate de esta semana, a pesar de las estrecheces por las que atraviesan las cuentas públicas, a pesar de las injusticias sociales que plantea el fraude, especialmente en un momento de crisis económica donde se piden sacrificios a colectivos desfavorecidos como los pensionistas y a pesar de que en los últimos meses hemos asistido a propuestas al respecto presentadas por colectivos profesionales de la Agencia Tributaria. Cuando se reconoce que los ricos no están incluidos en el IRPF, algo habrá que hacer si queremos mantener un mínimo de equidad vertical y horizontal en el sistema tributario.

El quinto debate que no ha tenido lugar en el debate sobre Presupuestos de esta semana ha sido el crecimiento preocupante de la pobreza. En España, más de nueve millones de personas son pobres y la exclusión social ha crecido un 13,5% en los últimos dos años. Conseguir el objetivo de pobreza cero requiere cambiar las actuales políticas económicas y sociales sobre lo que nadie ha dicho nada.

Esta semana, en una reunión de ocho Centros Empresariales de Pensamiento convocados por la Asociación Valenciana de Empresarios se ha dicho que para recuperar competitividad y empleo en España «son imprescindibles cambios institucionales y estructurales de calado» que requieren pactos de Estado frente al actual «predominio de los intereses particulares de los partidos políticos sobre el interés general».

No hablar de asuntos importantes como éstos, es renunciar a encontrar soluciones a muchos de los principales problemas de la sociedad, cuestionando el verdadero sentido de la política en democracia que no puede ser el mismo que en la época de Maquiavelo. Y eso significa que la realidad se ajusta a la baja, mediante un deterioro paulatino de los servicios públicos universales y un incremento de la desigualdad social que acrecienta la inseguridad y el temor ante el futuro.

De eso trata, también, la revuelta francesa actual que, a diferencia de la de mayo de 1968 donde los jóvenes no querían vivir como sus padres, ahora lo que no quieren es vivir peor que sus padres. Pero, ¿a quién interesa estas cosas si podemos hablar de asuntos más apasionantes como la estabilidad parlamentaria y el nuevo Gobierno?

Solución: competitividad

Por Jaime Rocha

Publicado en Diario de Cádiz (23/10/2010)

GOBIERNO, patronal, sindicatos, banca… todos se echan la culpa unos a otros de haber llegado a la situación actual de paralización casi absoluta de nuestra economía. Sabido es que si no se crece al menos por encima del dos por ciento anual, no se generan puestos de trabajo, por lo tanto, la única solución es hacer crecer la economía.

Dijo el saliente ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, que su Ministerio no es el responsable de crear empleo y, por lo tanto, que de los dos millones de parados que había a su llegada, se haya duplicado sobradamente esta cifra, tampoco es su responsabilidad.

Tiene razón Corbacho, pero sólo a medias. Es cierto que el Ministerio de Trabajo no genera empleo directo, pero sí es el responsable de establecer las condiciones imprescindibles para que eso ocurra: fomentar los acuerdos entre patronal y sindicatos; dictar la leyes que modifiquen las condiciones de trabajo; y, como Gobierno, favorecer el acceso a los recursos financieros. Y, casi lo mas importante, impulsar la investigación y desarrollo de las empresas y la correspondiente formación técnica de los trabajadores.

En este mundo globalizado, la competencia que tienen que soportar los productos Made in Spain", tanto en el mercado interior como en el de las exportaciones, es muy importante y no sólo en precio, también en conceptos menos tangibles como la calidad, diseño, el valor añadido… En una palabra, hay que ser muy competitivos.

No se trata de analizar aquí las teorías económicas de Keynes, Smith o cualquier otro prestigioso economista. Ni siquiera nos detendremos en "el mercado laboral de búsqueda" que ha supuesto el Premio Nobel de Economía 2010 para Diamond, Mortensen y Pissarides. Sólo citaré, por su originalidad, aunque resulte políticamente incorrecto, uno de sus postulados: "Cuanto más generosas sean las indemnizaciones y prestaciones por desempleo, más elevado es el paro y más largos son los tiempos de búsqueda (de empleo)".

La reactivación de los mercados es el más eficaz motor de la economía; la demanda global requiere un aumento de la producción y ésta genera a su vez una mayor necesidad de medios productivos humanos y tecnológicos.

Enunciado tan elementalmente, la cuestión parece sencilla, sólo que el primer eslabón de la cadena, el mercado, es cada vez más exigente, existe una creciente competencia y no es fácil de conquistar. Si me lo permiten, expondré, para más claridad, una experiencia personal.

El sector azulejero de Castellón contaba en 1996 con 220 fábricas en un área geográfica que no abarcaba siquiera la extensión de la provincia. La producción conjunta de todas ellas era de unos 250 millones de metros cuadrados. Italia, primera potencia cerámica con una producción que doblaba a la española, 500 millones de metros cuadrados (China llegaba a los 900 millones de metros cuadrados pero no exportaba todavía), copaba gran parte de los mercados norteamericano, europeos y asiáticos. La clave estaba en el tipo de producto que españoles e italianos fabricaban. El azulejo italiano era muy superior en diseño y calidad y la relación calidad-precio más ajustada que la de nuestra producción.

Transcurridos apenas cinco años, las producciones se habían igualado en 600 millones de metros cuadrados, las fábricas españolas invirtieron grandes cantidades de dinero en tecnología, diseño y mejora de la calidad de sus productos, introduciendo, en especial, el porcelánico, cuyo mercado internacional correspondía por completo, hasta ese momento, a los italianos. Nuestras fábricas alcanzaron una media del sesenta y cinco por ciento de exportación y la demanda de mano de obra fue tan significativa que el sector llegó a emplear a mas de 25.000 personas entre directos e indirectos, muchos de ellos gaditanos.

No fue fruto de la casualidad: los bancos creyeron en el sector y aportaron los imprescindibles créditos, los empresarios invirtieron en tecnología, investigación, diseño, calidad y marketing y los empleados adquirieron la capacitación tecnológica imprescindible. La demanda creció hasta el punto de hacerse necesario el trabajo a tres turnos, incluso los fines de semana para algunas secciones productivas.

Llegamos, pues, a la conclusión de que es el mercado el que impone su ley y ganar mercado supone la conjunción de esfuerzos, desde el Gobierno, con una política impositiva razonable que no grave más de lo necesario la productividad; el imprescindible capital, haciéndose accesible; el empresariado, invirtiendo en investigación y desarrollo de sus empresas, aportando valor añadido a sus producciones; y los sindicatos, defendiendo los legítimos intereses de los trabajadores sin perder la perspectiva del interés común que no es otro que el éxito y la pervivencia de la empresa.

Así se salió de la crisis de 1993 y, si no es así, difícilmente saldremos de la que ahora nos agobia. Nada de eso se está haciendo.

Un dato más. El Foro Económico Mundial publica anualmente el Índice de Competitividad Global. España ocupaba el decimotercer puesto en 2004, subiendo al duodécimo al año siguiente, 2005. El año pasado, 2009, ya habíamos caído al lugar 29 y en el avance de 2010, nuestro país ya no figura entre los 30 más competitivos. Difícil situación, con tendencia a empeorar, si no se hacen las cosas correctamente.
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sábado, 23 de octubre de 2010

Una visión hacia el 2012 desde la sociedad civil

Por Jose Ramón Pérez Díaz-Alersi

Publicado en La Voz de Cádiz (23/10/2010)

Como gaditano de a pie, se me solicita una tribuna para esta sección, una aportación desde la sociedad civil. ¿Estamos en el buen camino, de cara al 2012: alcanzaremos con éxito esta esperanza colectiva, o lamentaremos, una vez más, una oportunidad perdida? Permítanme una reflexión de arranque: estamos aún, casi noqueados y sorprendidos, bajo el impacto de la gesta del rescate de los 33 mineros de la mina San José de Chile, una Nación, un pueblo hermano unido y una clase dirigente que nos han testimoniado cuánto vale la Fe, la esperanza tenazmente compartida y la solidaridad sin fisuras, para hacer posible lo que muchos creían imposible. El sentido de unidad, de Nación; el aprecio a la bandera común, la confianza en sus dirigentes; la organización solvente y eficaz; el liderazgo capaz, reconocido, apreciado y ejerciente. (Y todo ello, por cierto, hablado y evidenciado en un buen castellano, rico y expresivo). Apliquemos ahora estos imprescindibles valores a nuestro camino hacia el doce. Comparemos la situación y el «clima» y saquemos consecuencias.
Ciertamente, es de justicia reconocerlo, se van consiguiendo algunos objetivos: avanza el nuevo puente; se rehabilitan el oratorio de San Felipe Neri y el castillo de San Sebastián; se cierran acuerdos y agenda sobre importantes reuniones de personalidades nacionales e hispanoamericanas; cumbres, asambleas, foros, en los que todos unánimemente proclamarán con elocuencia y emocionada voz vibrante cuanto les deben la Nación, el Estado y el pueblo español a la heroicidad y eficacia de la inigualable gesta del pueblo de Cádiz y San Fernando, cuando en 1810-12, fuimos la Nación, el Estado y el pueblo libre español frente al tremendo poderío del invasor. Y vencimos y salvamos la nación. Cuando este rincón nuestro fue una isla, un baluarte, un fortín, sostenidos, con costosos y heroicos sacrificios, por la incansable voluntad de su pueblo. Reconocimiento, compensación y deuda (¡toma deuda histórica!) que, en términos económicos, sigue pendiente de reclamación y de cobro.
Pero junto a lo ya conseguido, demasiados proyectos importantes se van quedando en el camino, o se entorpece su consecución. La rehabilitación de las defensas; el Ave; la ampliación del puerto; la rehabilitación de tantos declarados monumentos; los imprescindibles museos; los absolutamente necesarios hoteles, etc. La ciudadanía civil percibe escandalizada cómo se alejan las soluciones cuando (como tantas veces hemos denunciado desde el Ateneo gaditano y desde otras muchas instituciones ciudadanas) prima la bronca política sobre el bien común. De esto ya estamos hartos. Priman los intereses partidistas sobre el buen y eficaz servicio a la ciudadanía. Y, claro, también la falta de dinero: pero para esto último, alguna solución veníamos apuntando. Diálogo, negociación, consenso, capacidad de entendimiento, es lo que el pueblo echa de menos.
Y echamos de menos algunas cosas más: junto a la profundización del conocimiento de los valores constitucionales que se derivan de la valiosísima Constitución del 12, un ejercicio de oportunísimo juicio crítico y de valoración comparativa respecto de nuestra actual situación: en Cádiz, en Andalucía y en España toda. Y un clamor por sus necesarias correcciones: la recuperación del clima democrático (la relación ciudadano-autoridad); el «clima» democrático dentro y fuera de los partidos políticos; la verdadera separación de poderes -legislativo y judicial, respecto del ejecutivo-; la búsqueda y el respeto al bien común; el estricto cumplimiento de los mandatos constitucionales respecto de la unidad de la Nación; de la calidad de la enseñanza; del auténtico papel de los sindicatos; el dimensionamiento y organización del aparato del estado asumible y soportable... ¿Seremos capaces de alumbrar en este bicentenario una «Declaración de Cádiz» que reflexione y urja la retoma del camino correcto?
Y muchos echamos de menos también una mayor presencia de la Iglesia: como institución de fe y como fuente de valores ciudadanos: más de un tercio de los diputados doceañistas eran clérigos (97 eclesiásticos, algunos especialmente protagonistas en la configuración de la Constitución del 12). Echamos en falta la realidad de un foro de «Fe y Cultura». Haciéndolas presentes, con lealtad histórica. Y no eludiendo su presencia; ejemplo: un gran cartel en el viario más transitado del polígono exterior de nuestra Zona Franca publica sesgadamente, respecto del capítulo de la enseñanza, el contenido del articulo 366: «En todos los pueblos de la Monarquía se establecerán escuelas de primeras letras, en las que se enseñará a los niños a leer, escribir y contar». E intencionadamente, sin duda, traiciona y olvida el texto, que sigue diciendo: «y el catecismo de la religión católica, que comprehenderá también una breve exposición de las obligaciones civiles».
Finalizo soñando dos utopías: qué gran «monumento» conmemorativo del bicentenario si se decidiera, por fín, aprovechar la ocasión, para constituir a este pueblo nuestro -que vive, trabaja, compra, estudia, se divierte, en los enclaves en torno a la Bahía de Cádiz- en una verdadera Área Metropolitana de la Bahía de Cádiz, con todas sus consecuencias. Entre ellas, poder acudir a Sevilla y a Madrid, con la representación y el respaldo de más de 750.000 ciudadanos (y votantes) solicitando soluciones y centros de trabajo. Aprendamos: el área metropolitana portuaria ya se consiguió en 1902, con resultados tan beneficiosos para todos.
Y la otra utopía, más asequible: el remate de la cúpula de la Catedral, (nuestro primer y principal monumento), hoy «mocha» por el empecinamiento y el desencuentro de dos técnicos y por la desidia de quienes tienen la obligación de restaurarla, incluso haciendo cumplir el fallo del juicio que en la más alta instancia judicial ganó la ciudad de Cádiz.
Así se daría justa respuesta al peso de nuestra sociedad civil, a la que todos dicen reconocer cada vez mayor importancia y empuje, y nos llaman a ejercer nuestro derecho a participar. Con este espíritu cooperamos en el camino hacia el 12, hacia la esperanza colectiva. Cádiz no puede perder esta gran oportunidad.

viernes, 22 de octubre de 2010

El Estado fragmentado, de Francisco e Igor Sosa

Por Ignacio Moreno Aparicio.

“EL ESTADO FRAGMENTADO”. Modelo austro-hungaro y brote de naciones en España.

Autor: Francisco Sosa Wagner e Igor Sosa Mayor.

Prólogo de Joaquín Leguína. Editorial Trotta / Fundación Alfonso Martín Escudero. 220 Pág. Madrid. 2006.

Francisco Sosa Wagner, es Catedrático de Universidad, conocido por sus publicaciones jurídicas ( entre las últimas, “Maestros alemanes del Derecho Público), biógrafo ( Posada Herrera, Pio IX ) y escritor galardonado con varios premios ( entre ellos, el Miguel Delibes de narrativa ). En la actualidad, es Parlamentario Europeo por el partido “U.P. y D.” ( Unión, Progreso y Democracia ).

Igor Sosa Mayor, es Doctor en Filosofía por la Universidad de Erlangen-Nurnberg, ha ejercido docencia en el Instituto Cervantes de Viena en los últimos años, y, en la actualidad, trabaja en el Departamento de Historia y Civilización del Instituto Universitario Europeo de Florencia.

Este libro consta de tres cuadernos unidos por un hilo conductor perfectamente perceptible. El primero se ocupa del modelo –dual- de la Monarquía austro – húngara presente en el debate histórico y político español desde hace tiempo y reavivado en el último tercio del siglo XX como consecuencia de nuestro nuevo sistema constitucional autonómico. Las ideas, que hoy tanto circulan en los medios de comunicación, de “nación de naciones”, de Estado plurinacional, o de un rey que reinaría sobre diversas naciones peninsulares, hunden sus raíces en la forma de organización que adoptó aquella amalgama de pueblos centroeuropeos. Los autores analizan la realidad del ejercicio del poder en Austria – Hungría, al paralizante embrollo lingüístico que padeció, así como lo que significó la decisión política de privilegiar a una parte del territorio de la Monarquía ( Hungría ) y la influencia que todo ello tuvo al cabo en el desmoronamiento del sistema.

El segundo cuaderno afronta, junto al ocaso de la idea política de nación, la reforma estatutaria en curso para destacar que España ( ese “asombro de esperanzas” que cantara Pablo Neruda ) no se rompe pero el Estado se fragmenta. Un estado que ha sido introducido en un quirófano sin más luz que la de un candil y del que saldrá extenuado y por ello con poca agilidad para establecer políticas propias y afrontar reformas de largo aliento.

En fin, el tercero “a la busca del espacio perdido”, analiza las transformaciones que está sufriendo la Teoría del Estado como consecuencia del abatimiento de las fronteras y del dominio de los grandes consorcios económicos privados que contemplan el planeta como una inmensa finca sin parcelar. Los autores defienden la importancia de una Europa fuerte, de unos Estados fuertes, de unas regiones fuertes y de unos municipios fuertes. De un poder público fuerte legitimado democráticamente que pueda luchar contra aquellas resistencias sociales que son cápsula donde se enrocan las injusticias. Y de ahí que subrayen la reaccionaria aberración que suponen los “estaditos”, las “regioncitas” y los “municipitos”, administraciones “bonsais” inermes frente a poderosos sujetos privados.

La esmerada prosa y el tono deliberadamente polémico hacen de esta obra un libro imprescindible para caminar por la España de este incipiente siglo XXI.

Según Joaquín Leguína en su prólogo, “ El proceso en marcha, el de la reforma masiva de los Estatutos de Autonomía en España o, por mejor decir, su redacción ex novo, ha puesto de manifiesto, entre otras muchas cosas, el divorcio, que amenaza con ser definitivo, entre los actores políticos ( la clase política, dirían algunos) y los intelectuales. Un divorcio del que no pueden esperarse sino desgracias.

A este respecto, resulta sorprendente la sordera absoluta y la mudez sobrevenida a los políticos españoles (nacionalistas o sedicentes socialistas), acerca de la multitud de argumentos contrarios y de críticas razonables en contra de este disparate jurídico – político que ha constituido la elaboración del nuevo Estatuto de Cataluña “

jueves, 21 de octubre de 2010

Elecciones catalanas y deriva confederal, por Enrique Gil Calvo

Publicado en El País (20/10/2010)

Las próximas elecciones catalanas representan una encrucijada histórica, pues de su resultado depende el futuro no solo político sino institucional tanto de Cataluña como de nuestro país. Pese a lo cual se espera una abultada abstención, como si estos comicios fueran irrelevantes. ¿Qué nos jugamos el 28-N? En el ámbito catalán, a escala política se decide la alternancia hacia un nuevo ciclo electoral, tras dos legislaturas de mandato socialista. Pero ¿la alternancia hacia dónde? Lo que se juega es la sustitución del caduco Tripartit por otro nuevo Govern, no sabemos si monocolor de CiU, sociovergente, bisoberanista (CiU+ERC) o de coalición entre CiU y PP. Mientras que a escala institucional se decide la respuesta a la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el nuevo Estatut. Pues según sea la correlación de fuerzas que salga de las urnas, esa sentencia será asumida con pragmatismo o por el contrario rechazada, en abierta ruptura con ella a fin de proponer un nuevo rediseño del encaje español de Cataluña: ¿concierto económico, referéndum de autodeterminación, independencia unilateral?

Eso por lo que respecta al futuro de Cataluña. Pero lo que está en juego en esas elecciones es también el futuro político e institucional de España, que dependerá igualmente de lo que voten o dejen de votar los catalanes el 28-N. En términos políticos, esos comicios van a definir no solo el final de esta legislatura, sino también el inicio de la próxima, dando por probable que esta segunda sea la última de Zapatero. Dicho de otro modo, los electores catalanes van a ser quienes cierren este ciclo político y abran el próximo, contribuyendo así a determinar el signo de la futura mayoría política en el Parlamento español. Pues también aquí las alternativas futuras dependerán de cuál sea la correlación de fuerzas que arrojen las urnas el 28-N, según que hagan factible en el Congreso una futura entente de la minoría catalana con el PP o con el PSOE.

Pero lo más decisivo y trascendente de cuanto nos jugamos el 28-N es el futuro institucional del sistema autonómico español, que también pende de un hilo según cuáles sean los resultados de los próximos comicios catalanes. Como he apuntado antes, sus diversas candidaturas pueden agruparse a este respecto en tres posturas, expuestas por orden creciente de expectativas electorales: el independentismo de ERC, que pretende sacar a Cataluña del sistema español; el federalismo del PSC, que intenta dejar las cosas tal como están ahora; y el confederalismo de CiU, que plantea superar el actual régimen general en que se inscribe el Estatut catalán para transformarlo de acuerdo al modelo foral de concierto económico privativo de vascos y navarros. Y como lo más probable es que CiU gane los comicios, es de temer que su victoria implique una nueva vuelta de tuerca en la deriva confederal.

En efecto, como he planteado en otro lugar (Claves, número 172, mayo 2007), el proceso de desarrollo autonómico que viene recorriendo España desde 1978 puede caracterizarse como una lenta deriva desde el inicial federalismo que subyace al modelo hacia el confederalismo que tanto parece atraer hoy al nacionalismo catalán. Esto resulta posible porque en nuestra Constitución coexisten de forma ambivalente los dos modelos, tanto el federal como el confederal. Es confederal para las dos autonomías que mantienen sus derechos forales premodernos, fundados en el concierto económico bilateral: Navarra y Euskadi. Y es federal para todas las demás autonomías de régimen general, que deben compartir sus sistemas tributarios en un modelo multilateral de caja común. Lo cual permite que las diputaciones forales vasconavarras puedan hacer rancho aparte en materia de impuestos, obteniendo así gran independencia fiscal, mientras que todas las demás autonomías, en cambio, incluida la catalana, deben compartir solidariamente el café para todos.

Y la pregunta que se hacen muchos catalanes es ¿por qué vascos y navarros son independientes tributariamente, pero nosotros no? Si ellos tienen constitucionalmente reconocida su soberanía foral, ¿por qué no podemos reclamar lo mismo nosotros? ¿Por qué tenemos que compartir el rancho común del café para todos, si la Constitución nos reconoce derechos históricos como nacionalidad diferencial? Y esta pregunta sin fácil respuesta es la que enlaza con la deriva confederal que da título a mi texto. Con el término "deriva" me refiero a esa larga secuencia histórica de sucesivas reclamaciones de nuevos derechos de autogobierno (transferencias de competencias y tributos) que se ve coronada por el éxito cada vez que la debilidad parlamentaria del Gobierno central precisa del apoyo de la minoría catalana en el Congreso. Así fue como la Generalitat creció en soberanía fiscal en tres fechas cruciales: 1993, cuando el presidente González cedió un 15% del IRPF; 1996, cuando el presidente Aznar incrementó esa cesión hasta un tercio del total; y 2006, cuando el presidente Zapatero volvió a incrementarla hasta la mitad de los ingresos fiscales. Ahora bien, en cuanto los catalanes obtienen alguna cesión tributaria, inmediatamente las demás autonomías reclaman igualarse en capacidad de autogobierno, dando así lugar a ciclos sucesivos de crecientes transferencias estatutarias. Por lo tanto, si esta deriva prosiguiese hasta el límite, terminaría por transferirse el 100% de la fiscalidad, transformando el sistema entero en confederal.

El motor de esta deriva es un par de fuerzas acopladas, que cabe definir como principio de distinción y principio de emulación. El principio de distinción mueve a reclamar derechos diferenciales que no tengan los demás, y a él se acogen las nacionalidades con pasado histórico foral: Euskadi, Navarra y tras ellas Cataluña. Son aquellas comunidades que protagonizaron las guerras carlistas, y que también se caracterizan, como demostró Jordi Canal a partir del modelo propuesto por Emmanuel Todd, por poseer un derecho sucesorio derivado de la familia troncal, donde la herencia se reparte desigualmente en beneficio del primogénito (el hereu o la pubilla). En cambio, el principio de emulación mueve a reclamar los mismos derechos que obtengan los demás en igualdad de condiciones, y a él se acogen todas las autonomías de régimen general, cuyo derecho sucesorio se inspira en el reparto igualitario de la herencia entre todos los hermanos: es el universalista café para todos que tanto irrita al diferencialismo catalán. Y este par de fuerzas distinción-emulación es el que impulsa la deriva confederal, pues en cuanto la nacionalidad catalana obtiene nuevas cotas de autogobierno como signo de distinción, inmediatamente las demás autonomías la emularán, negándose a ser menos que aquella. Así, por ejemplo, si se distinguiese a Cataluña con el Concierto Económico, como pretende CiU, pronto tratarían de emularla otras comunidades autónomas, como las Baleares.

Pero en esta deriva hacia un insostenible horizonte confederal, la sentencia del TC sobre el nuevo Estatut ha venido a suponer un punto de inflexión. Al margen de sus discutidas soluciones técnicas, lo cierto es que su negativa a avalar el establecimiento unilateral del Poder Judicial catalán ha supuesto un veto en toda regla a esa emergente voluntad confederal. Algo que no ha gustado nada a los nacionalistas, que ahora insisten de nuevo en su desafío doblando su apuesta ante los comicios del 28-N. Y para ello su programa pretende escalar nuevas cotas de soberanía fiscal, reclamando su propio concierto foral en abierta rebeldía contra la sentencia del TC que había frenado en seco esa deriva confederal. Sin embargo, los comicios van a celebrarse justo cuando el propio Tribunal ha visto por fin superado el bloqueo que paralizaba su renovación. Y dada la trayectoria de los nuevos magistrados que van a integrarlo, cabe esperar que a partir de ahora se redoblen sus esfuerzos para limitar definitivamente la deriva confederal. En tal situación, la jornada del 28-N promete ser dramática, si al día siguiente sus vencedores deciden desafiar de nuevo al Constitucional con sus reivindicaciones confederales. Todo ello con permiso de los catalanes abstencionistas.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Hagamos provincia... con la UCA, por Juan Antonio Micó

Publicado en Diario de Cádiz (19/10/10)

La Diputación Provincial de Cádiz hace publicidad de sus funciones y cometidos en los medios de comunicación diciendo: "… Diputación de Cádiz… hacemos provincia". Pues bien, hagan provincia. El antiguo Valcárcel se ha quedado huérfano de objetivos, la empresa que iba a construir en él un hotel abandona el proyecto. Cada día que paso delante de ese imponente edificio cada vez más deteriorado, no puedo evitar imaginarme en él una estupenda Residencia Universitaria para los estudiantes de la Universidad de Cádiz. Me imagino esa residencia llena de alumnos y alumnas de todos los pueblos de la provincia de Cádiz, en un régimen de becas de hospedaje y manutención. Me imagino a un gran número de estudiantes extranjeros del programa Erasmus que abandonan la desesperada búsqueda de un lugar donde vivir económicamente aceptable. Me imagino repleto de estudiantes los bares y tiendas de ultramarinos del barrio de La Viña. Me imagino La Caleta siendo el lugar de encuentro de jóvenes universitarios de toda Europa, ya de hecho lo es. Me imagino un salón de actos para el disfrute tanto de los vecinos del barrio como de los estudiantes, con un programa de actos culturales para el disfrute de todos. Me imagino unas pistas deportivas siempre en funcionamiento, bien con estudiantes o ciudadanos. Me imagino un decente restaurante universitario y unas guarderías para profesores y alumnos a un precio razonable. Me cuesta no pensar que ese proyecto sería posible con la voluntad y el esfuerzo de todas las entidades implicadas: Diputación, Ayuntamiento, Junta y UCA. A fin de cuentas todas estas entidades nos pertenecen y nosotros pertenecemos a ellas. Un proyecto de este tipo reactivaría la actividad comercial y residencial de los barrios de Cádiz, crearía empleo en la zona. Esta Residencia acabaría con la incesante búsqueda de un lugar donde vivir de los estudiantes de los pueblos de la sierra, de la costa, de la provincia, de toda la provincia. "Hagamos provincia pues... con la UCA".

¿Es España un país sin alma?, por Javier Benegas

“Juzgo que está enojado Dios nuestro señor contra mí y contra mis reinos por nuestros pecados y en particular los míos”. De esta forma se lamentaba Felipe IV en 1629 ante los contantes infortunios de España, y así consta por escrito en el Archivo Histórico Nacional.

En aquellos días, pese a que la sociedad era profundamente religiosa, no todos creían en el designio divino. Coexistía también una corriente interna que se debía más a la tradición grecorromana que a la judeocristiana. Y el Estado era contemplado por ésta como un ente orgánico sujeto a las leyes naturales y sometido al ciclo de la vida y no a la providencia. Así que mientras unos delegaban la buena o mala situación del reino a los designios de una deidad inescrutable, otros hacían lo propio en favor de los ciclos naturales. Pero en ambas interpretaciones al final prevalecía el fatalismo.

Lo interesante de todo esto es que, en pleno siglo XXI, los españoles seguimos tal cual, impregnados de ese rancio aroma a fatalismo, como si el tiempo se hubiera detenido aquel año de 1629. Casi cuatro siglos después nos comportamos en lo esencial del mismo modo que aquellas gentes, lamentándonos beatamente o interpretando cual afectados naturalistas nuestro infortunio, dando por sentado entre diatriba y diatriba que todo está ya escrito. ¿Para qué molestarnos entonces?

En cualquier país -no ya vertebrado sino con una mínima identidad- cuando todo falla, y desde las ruinas de la nación política lo único que se genera es aún más caos, surge entre los ciudadanos un sentimiento de unidad espontáneo cuyo objetivo no es la exaltación patriótica sino preservar a la sociedad de su extinción. Es un mecanismo de defensa primitivo, cuyo función consiste en hacer que los ciudadanos reaccionen y refuercen los lazos que les unen con el legítimo fin de sobrevivir. Esa unión, fruto de la más estricta necesidad, es el germen que antaño dio lugar al Estado y que en momentos excepcionales puede reaparecer para deslegitimar a los políticos y poner en valor a los sufridos contribuyentes.

La amaneza procede del interior

Pero España no es un país cualquiera, y aquí nada sucede como debería. El grado de deterioro es tal que, lejos de aflorar ese instinto de supervivencia, cada vez estamos más divididos. Y hasta el ciudadano más modélico termina por preguntarse si España no será en realidad la mera denominación de un país sin alma por el que no vale la pena luchar y comprometerse.

La confusión general, y en las cuestiones políticas e ideológicas en particular, ha generado singularidades patrias como el hecho de que seamos el único país de Occidente en el que ser liberal equivalga a ser de derechas, o que nos resulte irrelevante que tanto los políticos de izquierda como los conservadores compartan en la práctica idéntica animadversión hacia la libertad individual. Estas peculiaridades, sumadas a otras muchas, nos han llevado a rebajar nuestras exigencias hasta tal extremo que sólo alcanzamos a demandar de cuando en cuando mejores gestores, sin comprender que la desastrosa situación en que nos encontramos es el resultado de aplicar las ideas equivocadas, por encima, incluso, de la gestión deplorable de personajes incompetentes y mezquinos.

Si no existen de fondo ideas y compromisos que vayan un poco más allá del consabido plato de garbanzos, es decir, las reformas económicas, la desintegración se convierte en un proceso inexorable.

A un país que carece de alma no lo salvan ni los más brillantes gestores, y conviene ir avisando de ello. Si no existen de fondo ideas y compromisos que vayan un poco más allá del consabido plato de garbanzos, es decir, las reformas económicas, la desintegración se convierte en un proceso inexorable. El Estado, al igual que no es asunto de la divinidad ni de la naturaleza, tampoco depende sólo de la gestión eficiente: su supervivencia está íntimamente ligada a la existencia de un compromiso inquebrantable con la Libertad y la Justicia. Y es en la crítica defensa de estos valores cuando un país demuestra tener o no tener alma.

En esta España del presente, el verdadero peligro no está en la inmigración, ni siquiera en la amenazante y turbadora islamización. Tampoco está en los tiburones de las finazas, ni en los especuladores sin entrañas de esta economía globalizada. La mayor amenaza no procede del exterior sino del interior. La actitud intransigente, cobarde y oportunista de nuestros políticos, con la inestimable ayuda de nuestra supina ignorancia, es lo que da alas a los desalmados, sea cual fuere su procedencia, para parasitar en la sociedad y valerse de nuestras instituciones. Por eso es importante evitar caer en la confusión y recordar que no son las personas a las que hay que combatir sino las ideas equivocadas, las políticas que las perpetúan y las falsas creencias que terminan por corromperlo todo.

Cinco siglos de infancia parece un tiempo más que razonable para alcanzar la madurez. Y deberíamos tener muy claro a estas alturas en qué consiste el Estado, para qué se creó y cuáles son las líneas rojas que hay que marcar a aquellos que ejercen el poder desde sus instituciones. Un relevo de gestores es insuficiente. Los problemas que desde mucho tiempo atrás venimos arrastrando no son problemas de gestión sino de concepción. Que suframos pésimos gestores es la consecuencia de un equivocada concepción del Estado, de una falta alarmante de democracia, de la ausencia casi total de control directo de los electores, de la no separación de poderes y de la regresión que todo ello está provocando en nuestra sociedad, cuya expresión más visible es la vuelta a un modelo de Estado Natural, una economía de acceso restringido y la consiguiente reducción de la riqueza.

Por último, en cuanto al recurso de llenarnos la boca con la defensa de los más sagrados valores para, a continuación, revolvernos con inusitada violencia contra el hermano, el vecino y el inmigrante, no merece siquiera el comentario. En todo caso me sugiere una última pregunta: ¿no seremos los propios españoles nuestros más enconados y peligrosos enemigos?

*Javier Benegas es experto en branding y comunicación.

www.elconfidencial.com

martes, 19 de octubre de 2010

Expiación, por Enrique Gil Calvo

Publicado en El País (18/10/10)

El curso político parece haberse iniciado bajo un ominoso clima de final de régimen. Al parecer, según afirman casi todos los observadores, y a juzgar por lo que anuncian múltiples encuestas, el mandato de Zapatero toca próximamente a su fin. Es verdad que aún quedan dieciocho meses de legislatura, durante los que podría pasar casi de todo. Pero lo cierto es que, para las esperanzas del partido gubernamental, lo peor está por llegar. Si se cumplen los pronósticos, el mes que viene caerá derrotado el tripartito catalán que se formó bajo su advocación. La próxima primavera esa derrota se extenderá por efecto dominó como un reguero de pólvora por todas las demás autonomías y Ayuntamientos de las capitales de provincia. Y finalmente el curso próximo, cuando ya no puedan aprobarse los siguientes Presupuestos del Estado, el presidente se verá obligado a proclamar la disolución anticipada de las Cortes adelantando las elecciones generales.

Pero mucho antes de que todo eso llegue a suceder, ya desde este mismo otoño los principales analistas dan por finiquitado al Gobierno de Zapatero. Así se comportan como esos inversores bursátiles que compran con el rumor y venden con la noticia, descontando los hechos del presente inmediato incluso antes de que se produzcan. Y de igual forma, el clima de final de régimen que hoy predomina está construido tan solo a partir de la interesada lectura de algunos acontecimientos mediáticos que están en la mente de todos: la masiva huelga del 29-S, el adverso resultado de las primarias de Madrid, el sonoro abucheo recibido en el desfile de la Hispanidad, etc.

Pues bien, admitamos a título de hipótesis que todos esos indicios agoreros sean anuncio cierto de la próxima caída de Zapatero. ¿Cabría por ello alguna sorpresa o entra más bien dentro de lo que podríamos llamar la normalidad, si tenemos en cuenta la gravísima situación de la economía española, dado su elevado endeudamiento y el insufrible desempleo que duplica el promedio europeo? Además, si recordamos que Zapatero negó con obstinación la inminencia de la crisis, y después se empeñó en paliarla con inverosímiles paños calientes, ¿acaso no deberíamos concluir que ahora sólo obtiene lo que se merece? Al fin y al cabo, de las tres opciones previstas por Hirschman como reacción ante el deterioro de las instituciones (salida, voz y lealtad), cabe esperar que sus votantes le ajusten las cuentas a Zapatero en términos de mucha voz de protesta y todavía mayor salida hacia la abstención, pero sobre todo retirándole su anterior lealtad electoral.

Sin embargo, con ser verosímil, esto no lo explica todo. En este clima de final de régimen parece haber algo más. Yo he hablado antes de auténtico suicidio político para referirme al giro que dio Zapatero en mayo pasado (cuando sustituyó la protección social por el ajuste fiscal) a sabiendas de su irreparable coste electoral, del que probablemente ya no logre recuperarse más. De ahí que ahora estemos hablando de si se presentará a la reelección u optará por ceder su puesto a un sucesor designado para perder. Pero ahora deseo retomar esta figura del suicidio reinterpretándola de otro modo. Si Zapatero está optando por suicidarse políticamente ante las cámaras (dejándose maltratar por la opinión pública como un Ecce Homo que apura el cáliz hasta las heces), no es tanto para expiar los errores cometidos antes (no desactivar la burbuja cuando pudo, y no advertir la magnitud crítica de su estallido) como para poder construirse una salida digna.

Las segundas legislaturas de un presidente del Gobierno son letales, según revela la experiencia americana (una excepción es Lula da Silva). Sobre todo en España, pues no hay más que recordar el vía crucis por el que hubieron de pasar en sus últimas legislaturas tanto Suárez como González y Aznar. Y tras su calvario, los tres presidentes tuvieron que abandonar el poder cubiertos de oprobio (aunque los dos primeros lograsen más tarde recuperar su dignidad). Pues bien, como Zapatero sabe esto muy bien, pretende salir del poder dignamente, de tal modo que no le suceda como a sus antecesores. Y para ello ha optado por escenificar en directo este suicidio político a cámara lenta, presentándolo como un doble sacrificio redentor de expiación e inmolación ("me cueste lo que me cueste"). Y digo doblemente redentor porque 1): con su impopular política de austeridad confía en salvar de su actual postración a la economía española; y 2): así espera redimirse también él, pagando con creces el precio debido por sus pasados pecados. De ahí esa especie de masoquismo revestido de dignidad con que hoy parece disfrutar representando el papel de mesías iluminado, que carga con la cruz de la crisis a cuestas camino del calvario.

lunes, 18 de octubre de 2010

EL TOQUE DE ORACIÓN artículo de Alfonso Ussia

Abuchear al Presidente del Gobierno antes y después de un acto institucional es un derecho. Hacerlo durante su desarrollo y en el momento más solemne, una grosería. El toque de oración resume el homenaje a todos los soldados caídos con honor por España. Falta de educación pavorosa ante el Rey y los militares. Pero también lo es quemar banderas de España y mirar hacia otro lado.
Lo vengo diciendo desde años atrás. La Mili. El Servicio Militar formaba y educaba. Los que la hicimos sabemos muy bien lo que significa el toque de oración. En mis quince meses de servicio, allá en Camposoto, saludé emocionado al ocaso más de cuatrocientos días. Se arría la Bandera, e inmediatamente después, se oye el toque de oración. Nadie ordena ni vigila. Y cada militar, jefe, oficial, suboficial o soldado, se vuelve hacia el sol que se esconde y saluda en posición de firmes mientras dura el toque de oración, el recuerdo a nuestros muertos, el homenaje a sus sacrificios.
Un minuto milagroso donde no se oye ni el viento. Cuando el toque de oración se lleva a cabo en un acto militar que celebra la Fiesta Nacional, adquiere una solemnidad especial. Es el Rey el que deposita en el apoyo del mástil que domina la Bandera la corona de flores en recuerdo a los caídos. Lo hace junto a los familiares de los últimos héroes de España, militares y guardias civiles. Un toque de oración floreado que impone respeto, emoción y silencio. Y acompañan al Rey el Presidente del Gobierno democráticamente elegido por los españoles, nos guste o no nos guste, y los presidentes del Congreso de los Diputados y del Senado, las cámaras legislativas conformadas de acuerdo a la soberanía popular.
En ese instante, no hay colores ni ideologías encontradas. Los colores son los de la Bandera de todos y el objeto de la solemnidad no es otro que recordar a nuestros muertos, de todos también. Quebrar la armonía de esta ceremonia con gritos, abucheos e insultos aprovechando el silencio imperante es una gamberrada, una clamorosa grosería. Otra cosa es abuchear al Presidente del Gobierno, en este caso con todo merecimiento, al llegar y al abandonar el lugar de la celebración. Pero enturbiar el homenaje a los caídos no tiene perdón, y mucho me extraña que los dirigentes del Partido Popular no hayan sido lo suficientemente claros y tajantes en la calificación de la irrespetuosa gansada.
Pero eso del nuevo protocolo para respetar a la Bandera y los caídos en los actos solemnes e institucionales me suena a broma, cuando llevamos décadas asistiendo con estupor a la calcinación sistemática de banderas nacionales por parte de los nacionalistas. La «puta España» de Rubianes. El «Yo soy Rubianes» pronunciado días después por Carmen Chacón, solidarizándose con el fallecido cómico. No es necesario protocolo alguno y sí una educación cívica que brilla por su ausencia, y que dejaron de recibir los jóvenes españoles cuando el Servicio Militar desapareció de entre los deberes y derechos de las nuevas generaciones.
Nadie que haya servido en un campamento, un cuartel, un regimiento o un buque de la Armada quiebra un toque de oración. Y si lo hace, es un malnacido. Consecuencias del antimilitarismo «buenista» y progre que tanto han cuidado y crecido las supuestas izquierdas durante años. Los pitos y abucheos, a su tiempo y en su sitio.

domingo, 17 de octubre de 2010

Cuando los políticos son un problema

Por Jordi Sevilla, ex-ministro

Hay cosas que sólo pueden hacer los políticos a través de las instituciones públicas, y cuando no las hacen, la sociedad se resiente al quedarse por debajo del desarrollo posible. Pues bien, en España, estamos muy cerca de experimentar un bloqueo político institucional que afectaría de manera negativa a nuestras perspectivas de crecimiento, creación de empleo y bienestar colectivo.

No hablo de una cuestión que pueda resolverse mediante un cambio de Gobierno o, incluso, de partido en el Gobierno, sino de problemas varados por la contradicción entre un sistema constitucional diseñado para el acuerdo sobre cuestiones básicas y una lógica partidista -en los dos grandes partidos- que basa sus expectativas electorales en abrir abismos de confrontación sistemática, a menudo más ficticios que reales.

Entiendo por bloqueo un mal funcionamiento de las instituciones inducido por un atasco en las relaciones político partidistas, con el resultado de paralizar decisiones privadas básicas para el buen desempeño del país. Hay muchos países que han pasado, en épocas recientes, por sistemas políticos bloqueados: Italia, Japón, Holanda… En estos casos, el atasco de las decisiones políticas suele provenir de la incapacidad de sus políticos, de una corrupción generalizada o por falta de adecuación entre los intereses electorales de sus líderes políticos y las necesidades generales del país.

Algunos datos, reiterados por todas las encuestas, refuerzan esta hipótesis para España: que los políticos son vistos como el tercer gran problema del país; que existe una crisis de liderazgo cuando los principales responsables, tanto del Gobierno como de la oposición, concitan muchos más rechazos que adhesiones, incluso por parte de aquellos que reconocen ser votantes suyos, y que el descontento con el Gobierno se acompaña de una decepción, también, con la oposición, lo que introduce al sistema en un cul de sac.

Los ciudadanos parecen estar diciendo que se han dado cuenta de que sus políticos no sólo carecen de interés en garantizar el normal y adecuado funcionamiento de las instituciones constitucionales, o que se esfuerzan demasiado en forzar peleas constantes y continuas sobre todos los asuntos posibles, sino que tampoco muestran predisposición a impulsar reformas estructurales imprescindibles como la de la Justicia, la educación, el sistema energético o la sanidad cuando sin estas reformas, necesariamente pactadas, las posibilidades de mejora colectiva del país quedan seriamente mermadas.

En situación normal, la ausencia de voluntad o de ambición para impulsar este tipo de reformas ya sería objeto de legítimo reproche entre los ciudadanos. Pero todavía más cuando no vivimos una situación normal, sino la mayor crisis económica de la Democracia, que amenaza con arrastrarse durante demasiado tiempo en forma de pérdida de oportunidades y paro estructural.

En estas horas difíciles, anteponer los intereses electorales de partido, tal y como los entienden sus dirigentes actuales, a los generales del país, es lo que convierte a la clase política española en un problema, y percibido como tal por los ciudadanos.

Por poner un ejemplo claro, los graves problemas que hemos vivido en los últimos meses por culpa de las incertidumbres en los mercados financieros internacionales respecto a la solvencia de España, y que han afectado de manera tan negativa a la financiación de la deuda pública y privada, se hubieran paliado mucho de haber existido un gran pacto nacional de lucha contra la crisis y por la recuperación de la economía, articulado en torno a un conjunto de medidas y reformas comprometidas y aprobadas por, al menos, los dos grandes partidos nacionales del país.

De haberse conseguido esto, tal vez no hubiera hecho falta congelar las pensiones o recortar, tanto, la inversión pública, estando más próximas las previsiones de un crecimiento cercano al potencial.

Desde este punto de vista, la ausencia de un acuerdo entre partidos e instituciones está perjudicando nuestro desempeño económico a corto plazo. Pero también a medio y largo cuando vemos cómo se eternizan reformas dinamizadoras como las de la Justicia, la universidad, el sistema autonómico o las políticas de innovación y formación que ningún Gobierno, por sí solo, puede sacar adelante y que tan decisivas son para el desarrollo del país, pero en las que la sociedad civil no puede sustituir a la iniciativa pública. Así es como la dinámica social, las capacidades individuales y los potenciales colectivos se ven bloqueados por ausencia de impulso reformista proveniente del sector político institucional.

La verdad es que empezamos a apercibir los problemas generados por un mundo en el que los problemas se sitúan a escala global mientras seguimos buscando las soluciones dentro del viejo ámbito de los estados-nación, más o menos coordinados por instituciones informales como el G-20 o insuficientes como la UE.

Pero de lo que hablo es del problema adicional que plantea una estructura política nacional que no está a la altura de las necesidades y posibilidades del país, porque el exceso de partidismo mal entendido pone en riesgo el potencial de desarrollo endógeno. Entonces es cuando la incertidumbre y el pesimismo se instalan en la sociedad, trasladando el resentimiento frente a los políticos y a la política en desafección respecto a las instituciones democráticas abonando el terreno para la aparición de populismos autoritarios de todo tipo. También de esto hay amplia experiencia histórica en multitud de países, incluso actuales.

A veces, la sociedad civil es tan fuerte y las condiciones del momento tan especiales que el bloqueo político no tiene apenas repercusión negativa sobre el desempeño económico. Se produce una especie de dualización según la cual la vida política transcurre por un lado mientras que la económica, social y cultural lo hace por otro. Pero en otros momentos o en otros países con mayor dependencia por parte de sus organizaciones privadas respecto a decisiones públicas, el bloqueo de las reformas de instituciones y de políticas básicas repercute en una merma apreciable de su desenvolvimiento económico y social. Entonces es cuando los políticos son percibidos como parte del problema, al no verlos como parte de la solución. Así estamos y así nos va.

sábado, 16 de octubre de 2010

Entrevista a Alan D. Solomont en Diario de Cádiz

Publicado el 16/10/2010

Alan D. Solomont, Embajador de Estados Unidos en España

"Los estadounidenses no votan a una persona, votan a una idea"

La carrera de Alan D. Solomont se ha centrado en el "give back to the community" que pregonaron los Kennedy, por eso se ha centrado en cuestiones relacionadas con la asistencia sanitaria y la tercera edad. Ha visitado recientemente la Base de Rota para buscar "puntos de unión" entre España y Estados Unidos.

-Usted ha sido uno de los principales apoyos de Barack Obama y sigue manteniendo una estrecha relación con el presidente. ¿Recuerda cuándo se conocieron y cómo se dio cuenta de que tenía algo?

-La primera vez que escuché hablar de él fue en 2004, cuando estaba haciendo campaña para las primarias de Chicago. Me pidió ayuda pero me era imposible ir, aunque suelo acudir a un montón de actos de campaña... Después recuerdo la convención en Boston, donde fui con unos cuantos de mis estudiantes, que estaban locos por verlo... Y poco después, en enero-febrero de 2005, me llamó por teléfono. Teníamos, como es lógico, un montón de contactos en común y estaba interesado en que cenáramos en Washington. Mi avión se retrasó a causa de la nieve y él se quedó esperando en el restaurante. Cuando llegué, me dijo: "Creo que tenemos algo en común, señor Solomont. Ambos trabajamos organizando comunidades". Y lo supe en ese mismo momento. Supe de inmediato que ese tipo era especial. Y llamé a mi mujer, y le dije: "Ese Barack Obama es auténtico". Ya sabes, los políticos en general son...

-Sí.

-Eso -silencio, sonrisa-. Pero con Obama no tienes esa sensación: lo que ves es lo que hay. Y otra cosa muy importante es lo a gusto que te hace sentir siempre... ¿Sabes? Yo creo que cuando hay elecciones, los estadounidenses no votan a una persona, votan a un concepto. Y en las de 2008 el concepto, claramente, era cambio, y el mensaje de Barack Obama lo representaba.

-En su trayectoria puede verse la importancia del compromiso social, de responsabilidad civil. ¿De dónde cree que le viene ese sentido del otro?

-Crecí en los años sesenta, en Boston. En la Biblioteca y Museo JFK, hay una placa que dice: "A todos aquellos que, a través de la política, buscan un mundo nuevo y mejor". Probablemente fue eso. Y realmente, luego he podido experimentar cómo es posible hacer realidad estos ideales en la práctica. Y los años que he pasado asesorando y formando comunidades me han hecho ver y entender las luchas diarias de todos, de la gente normal y corriente, qué es lo que quieren y hacia dónde van.

-Como demócrata de larga tradición, ¿qué opinión le merece el discurso del Tea Party, arrogándose la defensa de los "auténticos valores americanos"? La experiencia nos enseña que es peligroso y resbaladizo asociar los valores nacionales a una sola ideología...

-Sí, buena reflexión. Quizá más que en otro sitio, en Estados Unidos se palpa la tensión entre un gran individualismo y un alto grado de responsabilidad por los que te rodean. Ambos están enraizados fuertemente en nuestra cultura. Ahora, por primera vez, la confianza en que tu hijo estará mejor que tú se ha roto. Esa certeza ya no existe, y la gente se pregunta qué va a ocurrir, cuándo cambiarán las cosas, y el cambio no está siendo tan inmediato como parecía. Este descontento es muy fácil de canalizar. Probablemente, el Tea Party tenga un gran impacto en las elecciones de noviembre, pero Estados Unidos es una gran democracia y siempre ha sabido responder a sus grandes retos .

-Estados Unidos afronta la creación de un sistema de salud público. Una cuestión, la de la atención sanitaria, que usted además conoce bien. ¿En qué modelos se inspira la futura sanidad estadounidense?

-Bueno, nos hemos inspirados en todos los países que cuentan con un sistema sanitario aceptable. La prioridad del programa presidencial era que se pudiera optar a un sistema de salud asequible, accesible y de buena calidad. Sí, es un reto complicado e importante, pero estoy seguro de que Barack Obama será capaz de llevarlo a cabo.

-¿Es muy difícil manejarse en un país cercano por tradición a una postura pro palestina representando a un país, como el estadounidense, más cercano a una postura pro israelí?

-No hay ningún problema. Ahora mismo, todos compartimos idéntico interés: la formación de dos estados que puedan convivir en paz. Aunque, por supuesto, hay facciones enfrentadas, el presidente está convencido de que es posible estabilizar la región y generar riqueza. De hecho, creemos que en un futuro Israel podría convertirse en un referente de crecimiento en la zona.

viernes, 15 de octubre de 2010

El Cádiz romántico, de Alberto González Troyano

Por Ignacio Moreno Aparicio

“El Cádiz romántico”.

Autor: Alberto González Troyano

Editorial: Ciudades Andaluzas en la Historia. Fundación José Manuel Lara. Andalucía Abierta. 155 Págs. Año 2004

Más allá de la simple colección de anécdotas y estampas variopintas, “El Cádiz romántico” pretende ser, ante todo, una interpretación de los orígenes del romanticismo español. Ensayo hondo y cuidadosamente escrito, en sus páginas se despliegan con destreza los argumentos que colocan a la capital gaditana en el epicentro de unos cambios profundos y decisivos que, a la larga, acabarán disolviendo el Antiguo Régimen en España.

Consciente de que a toda transformación política o artística de envergadura precede otra, aún más importante, de las mentalidades, el Catedrático de Literatura Alberto González Troyano hace especial hincapié en el análisis de los modos y costumbres de la nueva clase emergente; la burguesía. Ahora bien, si Cádiz fue el origen del liberalismo social, político y económico español, también lo fue su respuesta; el movimiento estético-ideológico que será conocido con el nombre de “majismo”. Este tenso diálogo entre cosmopolitismo y casticismo desarrollado en la convulsa frontera entre los siglos XVIII y XIX, tuvo como escenario una bullente ciudad que vivía del comercio de ultramar y daba solar a la primera constitución española; una ciudad repleta de cafés, librerías, tabernas y teatros a la que Blanco White calificó de “nueva Babilonia”, y que, desde entonces, quedará fijada en la mitología nacional como la cuna de las libertades.

Como bien dice el Prof. González Troyano, “Cádiz en el último tercio del siglo XVIII y en el primer tercio del XIX, fue un espacio geográfico en el que convivieron mundos muy diversos. La ciudad, al ser un marco social posesivo, tiende siempre a aglutinar cuanto sucede entre sus murallas; y, por tanto, presta un cierto sentido unitario a una serie de acontecimientos que tenían muy dispar raíz y muy distinta proyección histórica. Y así, la Carrera de Indias, el establecimiento de la casa de Contratación, la vida mercantíl y las controversias sobre el librecambio, las nuevas costumbres culturales de la burguesía de negocios, el porte y el gusto castizo proclamado por las capas populares, la vitalidad de la prensa, los nuevos espacios de sociabilidad, los gabinetes de lectura, el liberalismo político, el sitio de las fuerzas napoleónicas, las vivencias de las Cortes constitucionales y las polémicas y difusión del movimiento romántico, han pasado a convertirse en eslabones engastados de un mismo proceso continuo y orgánico, en el que unos acontecimientos pasaban a ser consecuencia o precedentes de los otros, según la cronología o la dependencia que quería conjugarse”

miércoles, 13 de octubre de 2010

Otro proyecto frustrado


Por Carlos Morillo

Publicado en La Voz de Cádiz (11/10/10)

El proyecto frustrado del hotel de cinco estrellas a realizar en el Antiguo Hospicio ha puesto de manifiesto algunos déficits que sufre nuestra sociedad gaditana, que aun no siendo endémicos de aquí, sí que en Cádiz parecen más acuciantes. Por ejemplo, el hecho de que existan varias administraciones competentes (resultado de la excesiva descentralización que sufrimos) sobre un mismo objeto que provoca que la celeridad y diligencia necesaria que se le presume a las administraciones pase a ser una quimera. Si en época de crisis los ciudadanos, y, más concretamente, los emprendedores, requieren de rapidez en sus movimientos para avanzar y no quedarse atrás, las administraciones no pueden ser el primer obstáculo a salvar sino los primeros en empujar para sacar adelante proyectos. Estos trámites burocráticos han resultado tan laberínticos y farragosos que agotarían al mismísimo Josef K protagonista de 'El proceso' de Kafka. Un poquito de 'laissez faire', por favor. De nuevo el entorpecimiento mutuo entre administraciones de distinto color político ha traído el perjuicio de la Ciudad, o del barrio de la Viña en particular. Estas administraciones que tienen el deber de administrar en beneficio del interés general se atrincheran en su porción de razón para justificar que han hecho bien su trabajo, cuando no ver un hotel de cinco estrellas en Cádiz verifica que todos han obrado con negligencia.
No excluyamos tampoco nuestras responsabilidades como ciudadanos. Los políticos no son extraterrestres venidos de otro planeta. Son nuestros vecinos, nuestros iguales, los vemos por la calle y les damos el saludo o se lo quitamos, pero les vemos. Los ciudadanos de a pie somos más y debemos tirar de ellos y hacerles ver nuestras demandas. Y ésta era una de ellas.

lunes, 11 de octubre de 2010

LEY ELECTORAL por Jaime Rocha

No paran los comentaristas políticos, los editorialistas y hasta las cartas al director, en estos días, ya casi metidos en la precampaña electoral de las autonómicas (Cataluña el domingo 28 de noviembre, “casualmente” el día del Barcelona – Real Madrid) y municipales de la Primavera del 2011, de incidir sobre la necesidad de una reforma de la Ley Electoral.
Lo que en general se achaca a la vigente, es que de nada sirve la voluntad popular expresada en las urnas, cuando esta se desvirtúa con pactos postelectorales, a veces auténticamente contra natura.
Los partidos políticos mayoritarios, es decir, aquellos de quienes depende cualquier modificación de la Ley, los que deberían modificarla, no lo hacen porque les asegura la alternancia o mejor aun, la permanencia en el poder en la Administración del Estado y en gran número de Autonomías y Ayuntamientos.
Efectivamente, a ningún partido le interesa la modificación, los grandes porque se aseguran unas cotas de poder considerables, y los nacionalistas porque es a ellos a quienes han de recurrir tanto PSOE como PP, cuando no obtienen mayorías suficientes, lo que convierte a estos partidos regionales en poderosos árbitros de la política nacional.
Como ya esta todo inventado, tenemos ejemplos de leyes electorales muy próximas que pueden servirnos de ejemplo, e incluso podríamos perfeccionar lo que la práctica de años en países de nuestro entorno no ha funcionado suficientemente bien. Sin ir más lejos, en Francia, todas las elecciones se deciden, en caso necesario, en una segunda vuelta, que evitan esos pactos postelectorales contra natura a los que me refería.
No parece que en esos países, donde se celebran dobles vueltas separadas por un corto espacio de tiempo, la abstención sea más significativa que entre nosotros y, sin necesidad de la obligatoriedad del voto (vigente en algunas democracias), la participación es considerablemente superior. Los ciudadanos no se cansan de ir a votar, se cansan de que su voto no sirva para nada y a base de pactos entre partidos se desvirtúen los resultados.
Las limitaciones del número de veces que se puede ser candidato, el número máximo de años en que se puede permanecer en un cargo electo, las listas abiertas y la representación por circunscripciones, incluso las denostadas primarias, son sanísimas prácticas democráticas.
La sociedad civil se rebela contra este afán de perpetuarse en el cargo de nuestros políticos, nace y se desarrolla una desconfianza hacia ellos y, lo que es peor, hacia el sistema.
Crece exponencialmente la abstención, la ciudadanía “pasa” de la política sin ser del todo consciente de lo suicida que resulta esta postura, de lo peligroso que es dejar en esas manos, que no nos inspiran confianza, nuestro futuro.
Ante la impotencia y la desconfianza, algunos grupos significativos de ciudadanos deciden agruparse, formar colectivos como el “Partido Vecinal Regionalista”, presentado el sábado 9 de octubre en Chiclana (Cádiz), al que se han unido ya, con su respaldo, 25 asociaciones vecinales. Es la aparición en la política española de los “Tea Party Movement”, surgidos en Estados Unidos en 2009, y de rápida implantación en todo el país.
Es solo un ejemplo, pero hay ciudadanos que no se resignan, que no están dispuestos a dar su voto a personas que no logran, primero, ganarse su respeto y confianza. Tendrá que haber una reacción de los partidos mayoritarios en el sentido apuntado en este artículo o surgirán como hongos esos “Tea Parties” de autodefensa ciudadana. Las nuevas tecnologías de comunicación son herramientas muy apreciables y al alcance de una mayoría. Todo es empezar.

sábado, 9 de octubre de 2010

Elogio de la locura o encomio de la estulticia, de Erasmo de Rotterdam

Por Ignacio Moreno Aparicio
Autor: Erasmo de Rotterdam.
Introducción de Juan Antonio Marina.
Edición y Traducción: Pedro Voltes.
Editorial Austral. Ciencias y Humanidades. 2007. 206. Págs.

Desiderio Erasmo, más conocido como Erasmo de Rotterdam (1467-1536), uno de los personajes más influyentes de la Europa de su época, escribió “Elogio de la locura” en un contexto social y cultural convulsionado por la lucha entre la tradición medieval y las nuevas premisas que apuntaba el humanismo. A lo largo de esta obra, que Erasmo dedica a su amigo Tomás Moro, parece querer convencer al mundo de que la insensatez, la estulticia o la locura son el origen de todas las bondades, diversiones y deleites que el ser humano disfruta. Acompañadas de la ebriedad, la adulación, la pereza, la ignorancia.... reclama sus méritos con desfachatez y gracia, en un discurso impregnado de ironía. Pero, ¿ que pretende Erasmo con este elogio ?. ¿ que esconde ?, ¿ en que consiste este juego de ingenio ?, ¿ es todo una burla ?.
En Elogio de la locura, Erasmo crea un espejismo seductor y contundente que, impregnado del humanismo cristiano que preconizaba, le sirve de excusa para describir la necedad del mundo y arremeter a dentelladas contra todo lo humano y lo divino. Erasmo supo expresar con gran talento literario y con amplísimo saber los cansancios, las esperanzas, las dudas, las ambiguedades de una época turbada e incierta, pero son tantos los juicios contradictorios que expone su obra, tan diversas las actitudes que despertó entre los hombres más insignes de su tiempo, que sus contemporáneos no llegaron a concluir nunca una síntesis final de su pensamiento.
Según José Antonio Marina, “Elogio de la locura o Encomio de la estultucia o Elegio de la insensatez” como a él le gusta afirmar, es una obra de la inteligencia lúdica que se divierte jugando con sus propios poderes; la broma, la sátira, la ironía, el chiste. Erasmo, advierte que “así como nada hay más tonto que tratar en broma las cosas serias, tampoco lo hay más divertido que disertar sobre necedades de tal modo que a nadie le parezca que lo sean”

miércoles, 6 de octubre de 2010

La democracia en los partidos

Por Javier Pradera

Publicado en El País (06/10/2010)

La elevada participación (el 81% del censo de socialistas madrileños) en la consulta interna del pasado domingo para elegir al candidato a la presidencia de la comunidad, que dio la victoria a Tomás Gómez sobre Trinidad Jiménez por casi cuatro puntos, muestra la fuerza de arrastre de las primarias cuando los militantes son invitados a tomar las decisiones colectivas. Pero el artículo 6 de la Constitución, según el cual la estructura y el funcionamiento interno de los partidos deberán ser democráticos, es interpretado por sus dirigentes no como un mandato vinculante, sino como una exhortación programática. Asociaciones voluntarias financiadas con dinero público, los partidos limitan el ejercicio de derechos fundamentales de sus afiliados como la libertad de expresión (para hacer públicas sus opiniones críticas), la libertad de asociación y reunión (para formar tendencias y corrientes dentro de las organizaciones), y la tutela judicial efectiva (para recurrir contra las sanciones disciplinarias).

Las primarias son convocadas rara vez en el PSOE (14 citas para las elecciones del próximo 22 de mayo) y no están ni se les espera en el PP (pese a los esfuerzos de Álvarez Cascos en Asturias); UPyD anuncia su propósito de aplicar en adelante sin restricciones ese procedimiento. Las elecciones internas partidistas importadas de Estados Unidos serían en España una vía democratizadora si esa práctica nacida en un sistema presidencialista lograse un acomodo dentro del régimen parlamentario y fuese exigible en todas las formaciones políticas. Al fin y al cabo, el artículo 23 de la Constitución reconoce el derecho de todos los ciudadanos a acceder en condiciones de igualdad a los cargos públicos y a participar en la vida política de manera directa o por medio de representantes electos.

La eventual generalización de las primarias tal vez ayudara a conseguir que los partidos no sean los bienes cuasipatrimoniales de unos dirigentes reproducidos por cooptación. Los porcentajes de afiliación partidista respecto a los votos ciudadanos son hoy raquíticos; el censo del PSM (18.000 afiliados) representa poco más del 1% de los ciudadanos que respaldaron al PSOE en las legislativas de 2008 (1.400. 000 personas).

Las primarias suelen ser acusadas de fracturar a los partidos y romper su unidad interna. Pero ese razonamiento invierte las relaciones de causa y efecto, presentando como semilla lo que es su fruto y como consecuencia lo que es su origen: en realidad, se limitan a sacar a la luz divisiones internas sofocadas por dirigentes que tratan de beneficiarse de su enterramiento. Sin duda, un torpe tratamiento de las primarias puede exasperar y crispar las discrepancias dentro de los partidos, pero en ningún caso las inventan.

La designación de Trinidad Jiménez por el presidente del Gobierno como cabeza de lista autonómica del PSOE y las presiones ejercidas en paralelo sobre Tomás Gómez para que renunciara a su candidatura fueron presentadas inicialmente como el mandato obligatorio de una encuesta -sin paternidad conocida- realizada 10 meses antes de los comicios de mayo que situaba a la ministra de Sanidad muy por delante del secretario general del PSM. Pero la resistencia de Tomás Gómez a dejarse torcer el brazo en ese pulso y su exigencia de que se celebrasen primarias -aceptada por el presidente Zapatero- hicieron cambiar el terreno del debate desde la demoscopia electoral a la mística de la unidad partidista. Dos pesos pesados del Gobierno, los ministros Blanco y Rubalcaba, irrumpieron como elefantes en cacharrería para culpar al secretario general de los socialistas madrileños por hacer el juego a la derecha y por ser el hombre que dijo 'no' a Zapatero.

La imprudente interferencia del presidente del Gobierno en el vidrioso proceso de la designación del candidato (máxime después de sus erróneas apuestas por Trinidad Jiménez en 2003 y por Miguel Sebastián en 2007 para la alcaldía de la capital) y su pifia como profeta del desenlace de las primarias le presentan como el gran derrotado por la victoria de Tomás Gómez. Sin embargo, no es ni el único ni el principal responsable de ese tropiezo, que refleja su pérdida de autoridad dentro del PSOE a medida que los sondeos le van siendo desfavorables. La asociación de maledicentes formada por los ministros Blanco y Rubalcaba conculcó con sus bastos ataques a Tomás Gómez las reglas de juego limpio. Y el aire risueño, dicharachero y meloso de la ministra de Sanidad, con sus adolescentes llamamientos a la ilusión y el apasionamiento en la vida política, fue neutralizado por el bregado, opaco y discreto ex alcalde de Parla. De aquí al 22 de mayo de 2011 tirios y troyanos tendrán la oportunidad de curar las heridas abiertas en esta batalla, a menos que la pasión les ciegue.

Elecciones primarias y el tinglado de la farsa

Por Manuel Muela (economista)

El Confidencial, 06/10/2010

Elecciones primarias y el tinglado de la farsa
Las elecciones primarias de los socialistas de Madrid han puesto de manifiesto, entre otras cosas, algo que sospechábamos sobre la fragilidad de la estructura del PSOE: en una región de más de seis millones de habitantes, de las más desarrolladas de España, el número de militantes sobrepasa ligeramente los 17.000, de los que poco más de 14.000 han participado en la elección; datos que confirman la pobreza asociativa y que explican la ausencia de debates y la endogamia creciente de las organizaciones partidarias, en éste caso del PSOE. Por eso, más que de elecciones primarias cabría hablar de cooptación, dada la escasez de electores. Una representación teatral o farsa de las muchas a las que nos tienen acostumbrados los dueños y protagonistas de este modelo político agónico y ruinoso, que está en el origen de muchos de los males de España.
Ya se ha comentado en ocasiones anteriores que el sistema de partidos español padece la esclerosis que se deriva del poder omnímodo de su núcleo dirigente y de la comodidad de vivir al abrigo de los presupuestos públicos. Si a ello se unen la escasa tradición asociativa de los españoles y el descrédito creciente de la política, el resultado es que los partidos no ejercen la función de canalizar y ordenar las inquietudes y aspiraciones políticas de la sociedad, sino que convierten a ésta en rehén de sus apetencias de poder. Sus dirigentes saben que todo el tejido jurídico-constitucional, incluidas las leyes electorales, impide la autenticidad y la eficacia de la expresión de las diferentes libertades y derechos, no solo el del voto, que definen a la democracia. A causa de ello, los partidos políticos, que son necesarios en cualquier sistema democrático, son víctimas de la impostura de aquellos que los han convertido en patrimonio propio.

Crisis de poder
La enfermedad que aqueja a nuestro sistema de partidos adquiere relevancia especial cuando se convierten en partidos de gobierno. Si además de ello, son protagonistas y pilares fundamentales del orden constitucional, el problema se agranda ostensiblemente. Por eso importa mucho lo que sucede con el PSOE: su debilidad estructural, su escasa afiliación y su vacío doctrinal son terreno abonado para los profesionales del poder, que lo utilizan como arma disuasoria de la participación política. Es la materialización descarnada del sentimiento excluyente y patrimonial que domina todas las instituciones constitucionales. Cualquiera que ponga en duda esa realidad supone una amenaza. Es, en mi opinión, la explicación del interés suscitado por los devaneos internos de los escasos afiliados socialistas.
Importa mucho lo que sucede con el PSOE: su debilidad estructural, su escasa afiliación y su vacío doctrinal son terreno abonado para los profesionales del poder, que lo utilizan como arma disuasoria de la participación política
Pero hay algo más: la aparición de la discordia en el partido socialista no es producto de un debate ideológico, que sería saludable, sino la reiteración de la crisis de poder en que Felipe González, tras su derrota en 1996, dejó sumido al PSOE y que quedó aletargada con la azarosa llegada al gobierno en marzo de 2004 de Rodríguez Zapatero. En estos años de disfrute del poder público la unidad ha parecido granítica. El error de algunos ha sido pensar que eran ellos personalmente los artífices de tal unidad y que tenían bien amarrados los resortes de la obediencia y hasta de la sumisión; el fracaso del Gobierno y el temor a la pérdida del mismo ha reverdecido el instinto de conservación de los afiliados, algunos de los cuales, como ha sido el caso de Madrid, no dudan en hacer frente a quienes ya no solo no son garantía de poder, sino que son una clara amenaza a la propia organización.
Toda esta representación teatral se le brinda a la colmena española, huérfana de gobierno y de instituciones, que lucha cada día contra las consecuencias de la crisis que va depredando el trabajo y el patrimonio de familias y empresas. No se ofrece esperanza, los presupuestos del Estado para 2011 son buena prueba de ello, solo se pide resignación y esperar hasta 2012 como demostración de la incapacidad del sistema para procurar una salida al mal gobierno. Eso nos separa de los países serios y democráticos y nos convierte, mal que nos pese, en una referencia de incertidumbre para propios y extraños. Ni los analistas y politólogos más avezados se atreven a pronosticar qué sucederá con España. La ocultación y el disimulo son las únicas directrices claras desde que la tempestad económica tomó carta de naturaleza. Casi nada es de fiar.
No se sabe si lo sucedido en las primarias madrileñas es un accidente partidario o la premonición de la caída del tinglado de la farsa. De momento, como espectadores que somos con pocos derechos, solo nos queda esperar y para los que sean creyentes confiar en que Dios proveerá.