(Rafael Sanchez Saus, publicado en el Diario de Cádiz el 18.10.2012)
HOY parece no haber tiempo en España para hablar de otra cosa que de la crisis y de Cataluña, y por eso no ha alcanzado el eco debido el nuevo y demoledor informe, en este caso de la Unesco, sobre el fracaso escolar y su inevitable secuela, la mala inserción laboral de los jóvenes. Coincide ese informe, que nos sitúa a la cabeza de Europa en ambas lacras, con la escalada en el acoso al ministro José Ignacio Wert, aparentemente por decir con el necesario énfasis algunas obviedades de esas que nuestra progresía se niega a oír y la derecha no desea asumir.
El revelador acoso mediático al ministro de Educación, completado con la movilización del inmenso aparato que asegura a la izquierda el control del mundo educativo, ha comenzado, como suele ser en estos casos, con el escarnecimiento de su persona y la hipócrita protesta contra recortes tan inevitables como previsibles, pero tiene como finalidad última su amortización política para hacer imposible en esta legislatura de mayoría absoluta del PP la reforma de la enseñanza que él abandera para poner un poco de racionalidad en el disparatado sistema educativo español.
Pocos reparan en el hecho de que los ricos de izquierdas, mucho más numerosos e influyentes en España de lo que la gente supone, no invierten en empresas ligadas a la educación, de forma que las iniciativas privadas en este campo pertenecen muy ampliamente a personas de tendencias conservadoras o a la Iglesia.
La razón no es que la izquierda desconozca el gran poder transformador de la educación; todo lo contrario, ha hecho de ella uno de los pilares de su hegemonía cultural. Pero sabe también que el control ideológico de la enseñanza estatal, convertida desde la Transición en indiscutible feudo suyo, le asegura, sin necesidad de invertir unos fondos que ha derramado sin tasa en el negocio de medios de comunicación y en la industria cultural, un dominio social que no puede ser contrarrestado de ninguna forma.
A asegurar ese dominio se ha dedicado con éxito indudable durante más de treinta años y quien ose ponerlo en riesgo ya sabe lo que le espera. Pero hay que decir con suficiente claridad que el fracaso del sistema educativo español no es el fracaso de toda una sociedad, sino el de sus inspiradores ideológicos y el de los que lo han llevado a cabo contra el viento del sentido común y la marea de la evidencia de la catástrofe.
A la hora de las responsabilidades, como hasta hoy en los beneficios, a cada cuál lo suyo.
El revelador acoso mediático al ministro de Educación, completado con la movilización del inmenso aparato que asegura a la izquierda el control del mundo educativo, ha comenzado, como suele ser en estos casos, con el escarnecimiento de su persona y la hipócrita protesta contra recortes tan inevitables como previsibles, pero tiene como finalidad última su amortización política para hacer imposible en esta legislatura de mayoría absoluta del PP la reforma de la enseñanza que él abandera para poner un poco de racionalidad en el disparatado sistema educativo español.
Pocos reparan en el hecho de que los ricos de izquierdas, mucho más numerosos e influyentes en España de lo que la gente supone, no invierten en empresas ligadas a la educación, de forma que las iniciativas privadas en este campo pertenecen muy ampliamente a personas de tendencias conservadoras o a la Iglesia.
La razón no es que la izquierda desconozca el gran poder transformador de la educación; todo lo contrario, ha hecho de ella uno de los pilares de su hegemonía cultural. Pero sabe también que el control ideológico de la enseñanza estatal, convertida desde la Transición en indiscutible feudo suyo, le asegura, sin necesidad de invertir unos fondos que ha derramado sin tasa en el negocio de medios de comunicación y en la industria cultural, un dominio social que no puede ser contrarrestado de ninguna forma.
A asegurar ese dominio se ha dedicado con éxito indudable durante más de treinta años y quien ose ponerlo en riesgo ya sabe lo que le espera. Pero hay que decir con suficiente claridad que el fracaso del sistema educativo español no es el fracaso de toda una sociedad, sino el de sus inspiradores ideológicos y el de los que lo han llevado a cabo contra el viento del sentido común y la marea de la evidencia de la catástrofe.
A la hora de las responsabilidades, como hasta hoy en los beneficios, a cada cuál lo suyo.
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