Rafael Sánchez Saus, publicado en el Diario de Cádiz el jueves 20 de Marzo de 2014
CÓRDOBA, Granada, San Fernando y Sevilla, entre otras cerca de cuarenta ciudades españolas, serán punto de cita en los próximos días para todos quienes quieran gritar al aire con alegría y radicalidad un fuerte sí a la vida. A la vida de todos, pero especialmente de los más débiles y amenazados, de aquellos a los que se expropia fríamente su humanidad para disponer a voluntad de lo único que poseen: la existencia.
Desde 2003 se celebra en España el Día Internacional de la Vida en el entorno del 25 de marzo, día hermoso donde los haya de la Anunciación y, sobre todo en estos tiempos, de la Encarnación. Este año tenemos más motivos que nunca para hacer ver las razones de esta lucha épica y desigual, la grande y honrosa batalla en la que como sociedad nos lo jugamos todo porque lo que en ella se debate es nada menos que la dignidad del ser humano, de todo ser humano, más allá de las circunstancias en que se desenvuelve su existencia presente.
Naturalmente, este año los múltiples actos convocados están dirigidos a expresar el apoyo social a la Ley del Concebido, proyecto que puede ser juzgado insuficiente por muchos, pero que posee el indudable mérito de haber puesto el acento por vez primera en los derechos del no nacido, en su protección y defensa. Un proyecto que precisamente por eso está siendo atacado con una virulencia extrema por quienes saben que esta ley, en el caso de prosperar sin rebajas que la invaliden, puede suponer un giro de grandes consecuencias en la opinión que sobre el aborto existe en toda Europa. Y hay que tener en cuenta que las semanas que restan hasta que el proyecto entre en el Parlamento, previsiblemente en junio, son decisivas.
El combate por la vida es la única causa del siglo XXI no contaminada por consideraciones estratégicas, económicas o de baja política. La única en la que cualquier persona de bien puede comprometerse sin reserva mental o moral alguna.
Es preciso hacer ver a una sociedad que se debate entre sentimientos encontrados que la apuesta por la vida nos protege a todos, no sólo a los no nacidos, de la experimentación social, del pragmatismo economicista y de las filosofías materialistas y relativistas que reducen al hombre a la condición de prescindible en función de los cálculos y expectativas de los más fuertes. No podemos perder esta batalla porque tal vez no volvamos a tener otra oportunidad.
Este cuadro de Zurbarán, "Defensa de Cádiz", ilustra perfectamente el objetivo y prioridad de nuestra asociación.
viernes, 21 de marzo de 2014
viernes, 14 de marzo de 2014
LA NAVE DE LOS LOCOS
Rafael Sánchez Saus, publicado en el Diario de Cádiz el jueves 13 de marzo de 2013
EN Andalucía llevamos más de treinta años de socialismo a cucharadas o con embudo, según los talantes y estrategias de los jerarcas, y eso se nota. Cuando una ideología caduca hegemoniza el espacio público durante décadas, se impone en la educación, en las leyes, en los presupuestos y en los valores colectivos, ¿puede alguien pedirle contención, temor al ridículo?
Que el socialismo está acabado como idea en todos los países en que merece la pena vivir es algo que ni siquiera la derecha española con su ingénito complejo de inferioridad debería desconocer. Como prueba, han vuelto a coincidir en Andalucía dos hechos -¡ay, esas casualidades que ponen al descubierto tanta prepotencia!- que delatan a quienes se saben los amos del presente pero desconfían profundamente del futuro, de la posibilidad de una perpetuación en el poder que, como casta política, es ya su única razón de ser. Por ello, sin proyecto e ignorando la incómoda realidad presente, la Junta socialcomunista busca oxígeno en un pasado que confisca a la historia para manipularlo o destruirlo.
La Ley para la Memoria Democrática y la reivindicación sectaria de la propiedad de la Catedral de Córdoba para la Junta de Andalucía, con apoyo de ésta, tienen un común origen ideológico en grupos que en cualquier país de Europa estarían en el arrabal de la política y de la sociedad pero que aquí nos imponen sus neuras y marcan la agenda del Gobierno autonómico.
Las doctrinas que mantienen en perpetuo pie de guerra a estas gentes han desafiado siempre el ridículo y el desmentido de los hechos, pero hoy no se detienen ni ante la barrera del absurdo. Sólo desde el desprecio hacia todo aquel que no sea pasajero de la nave de los locos se hace posible exigir por ley la destrucción de cualquier referencia explícita a la España que estuvo vigente durante medio siglo, sin consideración a valores históricos, culturales o artísticos. O tratar de despojar por puro odio y sed de mal a una comunidad de un templo que ocupa y sostiene desde hace ochocientos años para vaciarlo de sentido y convertirlo en una especie de parque temático en el que representar sus historietas y exorcizar sus obsesiones.
El sesgo totalitario, desmedido, de estos intentos de imponer su visión del pasado nos desvela la total incapacidad de estos dirigentes para trazar un proyecto de futuro para todos.
EN Andalucía llevamos más de treinta años de socialismo a cucharadas o con embudo, según los talantes y estrategias de los jerarcas, y eso se nota. Cuando una ideología caduca hegemoniza el espacio público durante décadas, se impone en la educación, en las leyes, en los presupuestos y en los valores colectivos, ¿puede alguien pedirle contención, temor al ridículo?
Que el socialismo está acabado como idea en todos los países en que merece la pena vivir es algo que ni siquiera la derecha española con su ingénito complejo de inferioridad debería desconocer. Como prueba, han vuelto a coincidir en Andalucía dos hechos -¡ay, esas casualidades que ponen al descubierto tanta prepotencia!- que delatan a quienes se saben los amos del presente pero desconfían profundamente del futuro, de la posibilidad de una perpetuación en el poder que, como casta política, es ya su única razón de ser. Por ello, sin proyecto e ignorando la incómoda realidad presente, la Junta socialcomunista busca oxígeno en un pasado que confisca a la historia para manipularlo o destruirlo.
La Ley para la Memoria Democrática y la reivindicación sectaria de la propiedad de la Catedral de Córdoba para la Junta de Andalucía, con apoyo de ésta, tienen un común origen ideológico en grupos que en cualquier país de Europa estarían en el arrabal de la política y de la sociedad pero que aquí nos imponen sus neuras y marcan la agenda del Gobierno autonómico.
Las doctrinas que mantienen en perpetuo pie de guerra a estas gentes han desafiado siempre el ridículo y el desmentido de los hechos, pero hoy no se detienen ni ante la barrera del absurdo. Sólo desde el desprecio hacia todo aquel que no sea pasajero de la nave de los locos se hace posible exigir por ley la destrucción de cualquier referencia explícita a la España que estuvo vigente durante medio siglo, sin consideración a valores históricos, culturales o artísticos. O tratar de despojar por puro odio y sed de mal a una comunidad de un templo que ocupa y sostiene desde hace ochocientos años para vaciarlo de sentido y convertirlo en una especie de parque temático en el que representar sus historietas y exorcizar sus obsesiones.
El sesgo totalitario, desmedido, de estos intentos de imponer su visión del pasado nos desvela la total incapacidad de estos dirigentes para trazar un proyecto de futuro para todos.
domingo, 2 de marzo de 2014
LOS CREYENTES SALAVARON A EUROPA
Rafael Sánchez Saus, publicado en el Diario de Cádiz el jueves 27 de febrero de 2014
PIERRE Chaunu, el gran historiador autor de Sevilla y el Atlántico, obra en doce volúmenes que marcó un antes y un después en la historia de esta ciudad y de España, mostró a menudo desde los años setenta y hasta su muerte en 2009 su preocupación por el declinar demográfico de Francia y Europa. Una realidad que él fue de los primeros en profetizar y denunciar, inseparable de otras formas de decadencia que cada día se nos hacen más patentes. No en vano el mismo Chaunu dejó escrito que "decadencia es una manera civilizada de hablar de la muerte".
Leyendo estos días uno de sus libros, encuentro unos datos que, aunque referidos a la Francia de hace décadas, dan mucho que pensar sobre la España de hoy mismo. Resulta que cerca del 70% de los niños nacidos en ese país entre 1919 y 1939 lo hicieron en sólo el 30% de las familias. La proporción de católicos practicantes en esas familias fértiles, a menudo con cuatro o más hijos, alcanzaba el 85%. Por el contrario, hubo en aquellas dos décadas hasta un 41% de las uniones que no tuvieron hijos o sólo uno. De ese fuerte porcentaje de franceses, que sólo aportaron el 7% de los nacidos, un 80% eran agnósticos o personas sin ningún tipo de práctica religiosa.
La conclusión de Chaunu, que él mismo considera extensible al conjunto de Occidente, es que "la Francia generosa ante la vida de los años 1945-1965" había salido de esa cuarta parte del país más fecunda que era, al mismo tiempo, la más creyente. No hay que recordar que esa generación liberal ante la vida es la que sacó a Europa de las ruinas de la posguerra y la que hizo posible los estados de bienestar que hoy vemos tambalearse en medio de las incertidumbres que se han adueñado de nuestro tiempo.
En España, como en todas partes, podemos estar seguros de que para apostar fuertemente por la vida y desear transmitirla con generosidad hace falta algo más que la hipoteca pagada y el coche en el garaje. Mientras los políticos debaten en el Congreso el estado de sus asuntos y la infatigable legión de termitas empeñadas en arruinar lo único que podría salvarnos ataca ahora a la catedral de Córdoba, la nación se desvanece al mismo tiempo que las creencias que la sostenían. Recogemos a manos llenas los frutos de una rebeldía contra la verdad y la vida que no ha precisado barricadas. Sólo de mala televisión y mentira.
PIERRE Chaunu, el gran historiador autor de Sevilla y el Atlántico, obra en doce volúmenes que marcó un antes y un después en la historia de esta ciudad y de España, mostró a menudo desde los años setenta y hasta su muerte en 2009 su preocupación por el declinar demográfico de Francia y Europa. Una realidad que él fue de los primeros en profetizar y denunciar, inseparable de otras formas de decadencia que cada día se nos hacen más patentes. No en vano el mismo Chaunu dejó escrito que "decadencia es una manera civilizada de hablar de la muerte".
Leyendo estos días uno de sus libros, encuentro unos datos que, aunque referidos a la Francia de hace décadas, dan mucho que pensar sobre la España de hoy mismo. Resulta que cerca del 70% de los niños nacidos en ese país entre 1919 y 1939 lo hicieron en sólo el 30% de las familias. La proporción de católicos practicantes en esas familias fértiles, a menudo con cuatro o más hijos, alcanzaba el 85%. Por el contrario, hubo en aquellas dos décadas hasta un 41% de las uniones que no tuvieron hijos o sólo uno. De ese fuerte porcentaje de franceses, que sólo aportaron el 7% de los nacidos, un 80% eran agnósticos o personas sin ningún tipo de práctica religiosa.
La conclusión de Chaunu, que él mismo considera extensible al conjunto de Occidente, es que "la Francia generosa ante la vida de los años 1945-1965" había salido de esa cuarta parte del país más fecunda que era, al mismo tiempo, la más creyente. No hay que recordar que esa generación liberal ante la vida es la que sacó a Europa de las ruinas de la posguerra y la que hizo posible los estados de bienestar que hoy vemos tambalearse en medio de las incertidumbres que se han adueñado de nuestro tiempo.
En España, como en todas partes, podemos estar seguros de que para apostar fuertemente por la vida y desear transmitirla con generosidad hace falta algo más que la hipoteca pagada y el coche en el garaje. Mientras los políticos debaten en el Congreso el estado de sus asuntos y la infatigable legión de termitas empeñadas en arruinar lo único que podría salvarnos ataca ahora a la catedral de Córdoba, la nación se desvanece al mismo tiempo que las creencias que la sostenían. Recogemos a manos llenas los frutos de una rebeldía contra la verdad y la vida que no ha precisado barricadas. Sólo de mala televisión y mentira.
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