Enrique Gracía-Máiquez,publicado en el Diario de Cádiz el miercoles 09.01.2013
SEGÚN José María Pemán, la crítica más desoladora para un escritor o un artista es que nos preguntemos, después de leer su libro o de ver representada su obra o de contemplar su cuadro: "¿Por qué?". Si la obra no ha dado razón de su existencia, no valen de nada ya las disquisiciones teóricas ni más explicaciones ni otras historias. La simple posibilidad de ese "¿por qué?" la invalida en su conjunto.
En política pasa lo contrario: los "por qué" son imprescindibles. Y hay que contestarlos con pelos y señales, con claridad y capacidad de convicción. Si la explicación no se da, malo; si se da y no convence, peor. Está sucediendo con el caso Rato. Lo han nombrado consejero asesor de Telefónica, que es -hablando rápido- un chollo; y el "¿por qué?" se nos queda colgando de los labios.
Porque las respuestas, o no se nos dan o son peores. Para empezar, ¿a cuenta de qué méritos? Ni el FMI ni su paso por él están para muchas condecoraciones y el episodio de Bankia es para poquísimas alharacas. Con todo, lo de los méritos personales es cuestión menor.
Con este nombramiento, se demuestra a la opinión pública que los gobiernos y, por tanto, los partidos siguen haciendo lo que quieren con las empresas de antigua titularidad pública -y basta revisar la lista de consejeros de Telefónica desde la supuesta privatización hasta aquí-. No viene mal que nos enteremos de una vez, por si nos vamos cayendo del guindo.
Todavía peor es lo que el "por qué" nos empuja a imaginarnos. ¿Qué se debe a Rato para pagárselo de una manera tan impúdica y tan poco oportuna, ahora que hay miles de afectados directos por el desbarajuste de Bankia y millones de personas y familias arrasadas por la crisis? Tampoco cabe la excusa de la piedad, porque hambre no iba a pasar retirado Rodrigo Rato.
Lo cual nos lleva a preguntarnos no ya "¿por qué?", sino "¿en qué manos estamos?". Hacer este movimiento tan escandaloso, del que cualquiera de mediana inteligencia podía deducir el eco mediático, en estos momentos tan delicados, no deja de ser una muestra de falta de sentido político como para echarse a temblar. Un hombre que roza la edad de la jubilación y sin problemas económicos ni mucho menos, ¿no ha sido capaz de ver que le convenía más un discreto retiro dedicado a la meditación? Y quienes nos mandan, ¿tampoco han sido capaces de entenderlo? O son bobos o se ríen de nosotros en nuestra cara. O ambas cosas.
En política pasa lo contrario: los "por qué" son imprescindibles. Y hay que contestarlos con pelos y señales, con claridad y capacidad de convicción. Si la explicación no se da, malo; si se da y no convence, peor. Está sucediendo con el caso Rato. Lo han nombrado consejero asesor de Telefónica, que es -hablando rápido- un chollo; y el "¿por qué?" se nos queda colgando de los labios.
Porque las respuestas, o no se nos dan o son peores. Para empezar, ¿a cuenta de qué méritos? Ni el FMI ni su paso por él están para muchas condecoraciones y el episodio de Bankia es para poquísimas alharacas. Con todo, lo de los méritos personales es cuestión menor.
Con este nombramiento, se demuestra a la opinión pública que los gobiernos y, por tanto, los partidos siguen haciendo lo que quieren con las empresas de antigua titularidad pública -y basta revisar la lista de consejeros de Telefónica desde la supuesta privatización hasta aquí-. No viene mal que nos enteremos de una vez, por si nos vamos cayendo del guindo.
Todavía peor es lo que el "por qué" nos empuja a imaginarnos. ¿Qué se debe a Rato para pagárselo de una manera tan impúdica y tan poco oportuna, ahora que hay miles de afectados directos por el desbarajuste de Bankia y millones de personas y familias arrasadas por la crisis? Tampoco cabe la excusa de la piedad, porque hambre no iba a pasar retirado Rodrigo Rato.
Lo cual nos lleva a preguntarnos no ya "¿por qué?", sino "¿en qué manos estamos?". Hacer este movimiento tan escandaloso, del que cualquiera de mediana inteligencia podía deducir el eco mediático, en estos momentos tan delicados, no deja de ser una muestra de falta de sentido político como para echarse a temblar. Un hombre que roza la edad de la jubilación y sin problemas económicos ni mucho menos, ¿no ha sido capaz de ver que le convenía más un discreto retiro dedicado a la meditación? Y quienes nos mandan, ¿tampoco han sido capaces de entenderlo? O son bobos o se ríen de nosotros en nuestra cara. O ambas cosas.
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