Por S. McCoy
Publicado en Cotizalia (27/03/2012)
Publicaba el lunes en mi Twitter, al que he vuelto después de unos meses de necesaria desconexión, la siguiente reflexión en relación con la adquisición de Banca Cívica por parte de CaixaBank a precio de derribo: “No deben estar muy contentos los minoristas de Banca Cívica con una oferta por debajo de mercado (como ésta). Mala entrada de CaixaBank (con tales accionistas, en su mayoría clientes de la caja fusionada) salvo que sea una excusa para llevar a cabo su propio saneamiento (y, por tanto, le dé igual). Por otra parte, si Banca Cívica acepta la compra a esos precios es que estaba desesperada lo que no deja de ser una prueba evidente de la gran farsa que fue su precipitada salida a bolsa. De nuevo, ¿dónde estaba (entonces) la CNMV?, ¿dónde está ahora?”.
Porque ese el realmente el quid de la cuestión. Todo lo que ha rodeado a Banca Cívica hasta su ‘muerte’ final en manos de La Caixa – con el correspondiente impacto dilutivo y de empleo que ya anticipamos la semana pasada- no ha dejado de ser sino carrera a ninguna parte en la que, con la aquiescencia de las distintas autoridades involucradas –Ministerio de Economía y Hacienda, Banco de España o CNMV-, se ha buscado más un cumplimiento formal de las obligaciones que la creación de una entidad de inicio viable y rentable a medio plazo. En la que ha primado la satisfacción por el logro de determinados hitos temporales, frente a la consecución de objetivos de balance, cuenta de resultados, capacidad y retorno.
Como elemento central a tal cúmulo de disparates su precipitada salida a Bolsa, en la que se vendió una historia que pocos meses más tarde se ha demostrado fantasmagórica. No es de extrañar que inversores cualificados de tronío le dieran manifiestamente la espalda. Y que tuviera que utilizar la red para llevar a cabo una operación que amenazaba con truncarse por el entorno macro, la incertidumbre política nacional y su coincidencia con la OPV de Bankia, otra que tal baila. Una iniciativa suicida, como se ha probado finalmente, que tenía como única finalidad ahorrarse dos puntos de capital. Dinero que no fue capaz de levantar entre los expertos sectoriales. Para pensar.
Hay una responsabilidad sin duda alguna de los gestores. Da la sensación de que han buscado por encima de todo defender su privilegiada posición, esa extraña dualidad entre “un director de marketing (Goñi) y un componedor (Pulido)” en palabras de un analista amigo. Aquí siempre defendimos que mejor un mal FROB que una peor colocación. Pero no, el estigma para los minoristas, quod erat demonstrandum. Si la venta de la entidad al 20% de su valor contable era la mejor opción a día de hoy, prefiero no pensar en las alternativas. Por no hablar del mensaje que se ha lanzado ahí fuera. Es verdad que por el camino la normativa ha cambiado. Pero solo para que aflore a la realidad el riesgo verdadero de su activo y pasivo. Es esa falta de transparencia la que, entre otras cosas, resulta más que censurable.
Lo que nos lleva a quienes la han tolerado e incluso alentado, sea por acción o por omisión con las consecuencias conocidas a día de hoy: unas pérdidas latentes del 27% cuya corrección, o no, dependerá de la evolución bursátil de CaixaBank (grande Enrique Utrera sobre las distintas opciones). La falta de diligencia de las distintas instituciones -similar a la que denunciamos el lunes de Afinsa, donde da la sensación que algunos se lo siguen llevando crudo- es lo que convierte el final de Banca Cívica en un escándalo. Si les han engañado, que paguen los responsables. Pero si se han dejado engañar, deben rodar cabezas. No es de recibo que nadie en los distintos estamentos públicos fuera capaz de anticipar tal nivel de deterioro en tan poco tiempo, que se produce pese a las ayudas del BCE y de la propia Administración en forma de avales y de aportaciones de capital. Metafísicamente imposible. Y, sin embargo, así ha sido. Y España lo paga.
Hay silencios cómplices atronadores que retumban en forma de minusvalías en las carteras de los particulares…
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