(José Aguilar en el Diario de Cádiz el 25 de Junio de 2012)
QUÉ es lo que hace que tengan tanto éxito los Hermanos Musulmanes en Egipto, los fundamentalistas violentos de Hamas en Palestina o los neonazis griegos? Creo que tres cosas básicas: la miseria de muchos -estructural o sobrevenida-, la corrupción de la política y de las instituciones y el valor del ejemplo.
El radicalismo fanático suele penetrar a través del estómago y de la cabeza. Mucho voto de los Hermanos Musulmanes egipcios ha salido de los estómagos agradecidos de populosos barrios marginales de los que el Estado, en sus diversas formulaciones, no se ha acordado durante décadas, cuando no siglos. Los imanes reparten aceite, arroz y mantequilla, atención sanitaria y enseñanza gratuita a millones de personas no ya desatendidas, sino olvidadas.
Los mismos votos, u otros diferentes, salen también de cerebros convenientemente cultivados por una prédica constante y muy eficaz cuyos agentes suelen ser, precisamente, los mismos que ayudan a la gente a subsistir. A la vez son honrados y austeros. Se trata de una prédica antisistema, forzosamente atractiva en sitios en los que el sistema no proporciona nada. Sitios en los que bastan ideas simples para comprender y explicar problemas complejos. Y si el cliente no queda satisfecho se le agrega la promesa de una vida mejor tras la muerte, incluso paradisíaca si esta muerte llega mediante el sacrificio propio que sirve para liquidar herejes.
El mismo mecanismo, aunque a otro nivel, ha funcionado parcialmente en Grecia a favor de Aurora Dorada, el inefable partido neonazi que engatusa a los pobres colocando a los inmigrantes como asequible chivo expiatorio y formando patrullas ciudadanas para proteger a los ancianos y desvalidos que tienen miedo a salir a una calle y ser víctimas de la rapiña y el atropello. Acaparan mucho más éxito que sus compadres neofascistas de Francia, una sociedad más estructurada y sólida.
Nos equivocaríamos si creyésemos que en el origen de estos fenómenos de negación de la libertad sólo se encuentran la pobreza y la indigencia mental. Eso es el contexto, el clima que favorece la eclosión del pensamiento totalitario y la acción violenta. Pero el desencadenante radica en la impotencia de las instituciones para combatir la pobreza, la corrupción de la política, la inutilidad de los liderazgos tradicionales, la insensibilidad de los poderes económicos afanados en hacerse cada vez más fuertes a costa de los cada vez más débiles. La barbarie florece allí donde la civilización fracasa para dar respuestas a la incertidumbre y enfrentar al caos con el orden.
El huevo de la serpiente madura gracias a las condiciones ambientales, pero sus genes vienen de fábrica. De la fábrica del sistema.
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