26 Mayo 12 - - Cristina L.
Schlichting
Que aborte o
intente abortar una mujer, no es noticia. Que falle el aborto, tampoco, porque
todo lo humano es falible. Que una paciente demande a su médico está a la orden
del día y que un juez condene al galeno, ni les cuento. Pero que la manutención
de un niño se pague con la indemnización por no haberlo eliminado, me parece
una contradicción. Mi mente no da para tanto. Ha ocurrido con una joven de
nombre Tamara, cuya demanda ha sido atendida por el juzgado de primera
instancia de Palma, que ha condenado a su médico a pagarle 420.000 euros por un
aborto fallido.
La joven acudió hace dos años a la clínica y la eliminación del
feto por aspiración se realizó incorrectamente. Cuando, meses después, comprobó
que estaba embarazada, pensó que se trataba de una segunda preñez y acudió de
nuevo a abortar. Entonces supo que se encontraba de 22 semanas del primer
embarazo y, por lo tanto, fuera del plazo legal admitido. Así pues, se vio
obligada a aceptar al crío y demandó.
La sentencia contempla la reparación por
«daños morales y los gastos de alimentación, vestimenta, sanidad, educación,
manutención y formación del niño hasta los 25 años de edad». Todo ha discurrido
tal y como prevé la ley. El intento de aborto, la prohibición fuera de
determinado plazo, la denuncia por negligencia sanitaria y la sentencia según
lo que ordena el texto legal. Y, sin embargo, todo chirría. ¿Cómo se puede
sentenciar una indemnización por una vida conservada? ¿Cómo se educa a un niño
que se alimenta del dinero de su propia eliminación fallida? ¿Se imaginan a los
supervivientes de Auschwitz cobrando una cantidad por el fallo de la empresa
encargada del zyklon B?
El caso y la sentencia ponen, cuando menos, de relieve
en qué medida pretender equiparar el aborto con una operación de apendicitis es
engañoso. Con el aborto no se corrige una enfermedad, se elimina una
existencia. De ahí que un fallo en la «operación» no sea una baja laboral del
paciente, una discapacidad o una muerte… sino una persona viva. El juez se ha
visto en la obligación de tasar los daños y perjuicios, no de una malformación
o un deceso ¡sino de una existencia! Nadie, sin embargo, podrá arreglar ni
apoyar la psique de un chaval que crecerá con la noticia de haber sobrevivido a
su propio holocausto. Todo apostó por su muerte: la ley, la clínica, el médico,
su madre. Y ha sido una negligencia, una falta de responsabilidad, una mala
praxis, un error en definitiva, lo que ha permitido que viviese, contra la
voluntad del sistema entero. Nadie quería que ese niño naciese.
Todos
lamentaron que el embarazo prosperase ¿Alguien calculará alguna vez lo que esta
circunstancia puede pesar, lo que podría valer la indemnización necesaria para
compensar a este crío de esta terrible sociedad que hemos construido entre
todos y que le tenía reservado tan sólo un puesto en un cubo de basura?
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