Por Ignacio Moreno Aparicio.
“El Héroe. El Discreto. Oráculo manual y Arte de la prudencia”
Autor: Baltasar Gracián. Edición Luys Santa Marina. Introducción y Notas de Raquel Asun. Editorial Planeta. 1990. 141 Pág.
Baltasar Gracián (Belmonte de Calatayud, 1601 – Tarazona, 1658), escritor y jesuita español. Hijo de un funcionario, estudió en el Colegio jesuita de Calatayud y en la Universidad de Huesca, tras lo cual ingresó, en 1619 en la Compañía de Jesús, probablemente en Tarragona, donde se encontraba el noviciado de la provincia. Dotado de gran inteligencia y de una elocuencia a la vez rica y límpida, a partir de 1637 se dedicó en exclusiva a la predicación. Ejerció por un tiempo se secretario de Felipe IV, tras lo cual fue enviado, en parte como castigo de la Compañía por sus ideas y escritos, a combatir contra los franceses en el sitio de Lérida en 1646.
De carácter orgullosos e impetuoso, y , sobre todo, mucho más hombre de letras que religioso, Gracián optó por desobedecer de nuevo a la jerarquía y publicó las partes segunda y tercera de “El criticón” en 1653 y 1657 bajo el nombre de su hermano Lorenzo de Gracián, que le supondría la caída en desgracia en la Compañía.
La concepción pesimista sobre el hombre y el mundo predomina en sus primeras obras; “El héroe” 1637, “El discreto”, 1646, y “Oráculo manual y arte de la prudencia” 1647, en las que da consejos sobre la mejor manera de triunfar. El estilo de Gracián, considerado el mejor ejemplo de conceptismo, se recrea en los juegos de palabras y los dobles sentidos. En “Agudeza y arte de ingenio” 1648, teorizó acerca del valor del ingenio y sobre los conceptos que él entiende como el establecimiento de relaciones insospechadas entre objetos aparentemente dispares; el libro se convirtió en el código de la vida literaria española del siglo XVII y ejerció una duradera influencia a través de pensadores como La Rochefoucauld o Schopenhauer.
La obra cumbre de su producción literaria, “El criticón”, emprende el ambicioso proyecto de ofrecer una amplia visión alegórica de la vida humana en forma novelada.
La frase graciana, “tanto se vive cuanto se sabe”, encierra brillantemente el propósito literaria de su autor, creador de un universo en el que la inteligencia, la erudición, la cultura y la experiencia sirven para proponer paradigmas del vivir. Más concretamente, paradigmas del bien vivir, un acto táctica que acaso consista sólo en sobreponerse con señorío a la evidencia de un mundo discorde, engañoso, contradictorio, imposible ya de captar con los sentidos, el dejamiento o la bondad.
En la obra de Gracián se demuestra, y es esta su convicción primera, que nada admite una única lectura. El ser se desdobla en el parecer y son múltiples las perspectivas que deberán asediar la meta de conocimiento propuesta. Los seres, los comportamientos, los gestos, las afirmaciones jamás serán reconocidos por el jesuita aragonés mediante una óptica plana. Serán analizados desde todos los ángulos, convirtiendo la convivencia de enfoques en un paradigmático pensar escribir. Y cercados aquellos a la vez en la inmediatez y la distancia, en su cara y envés, el autor, sin trampa sentimental que palie, sin ejercer la comprensión autobiográfica que aminore, hará crecer su discurso literario. Siempre defendiendo un concepto de entendimiento que lo será si es capaz de lograr, desapasionadamente, la compleja sabiduría que habrá de oponerse a ese mundo hecho de apariencias, tejido de tramas engañosas dispuestas a destruir cualquier voluntad inadvertida.
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