Este cuadro de Zurbarán, "Defensa de Cádiz", ilustra perfectamente el objetivo y prioridad de nuestra asociación.

sábado, 16 de junio de 2012

LOS AGOTES

 (Editorial del programa Sin Complejos del domingo 6/5/2012. Luis del Pino)


Los agotes o cagotes constituyen un auténtico misterio histórico. Eran una minoría que habitaba en toda la costa oeste francesa, desde Bretaña hasta Burdeos, y en zonas del País Vasco y Navarra.
Los agotes carecían de cualquier derecho político o social ; tenían prohibido mezclarse con el resto de la población; se les obligaba a menudo a vivir en guetos separados, alejados del centro urbano; no podían entrar en las iglesias por la puerta principal, sino por una puerta lateral, y durante los oficios religiosos se los mantenía separados de los restantes fieles mediante una valla. En muchos lugares, los agotes tenían prohibido ejercer cualquier profesión que no fuera la de carpintero o cordelero, y estaban obligados a vestir ropas especiales o a llevar colgada una pata de ganso o de pato, para identificarlos como agotes.




En general, el contacto con los agotes se consideraba indeseable. En las iglesias, se usaba una pila de agua bendita separada para los agotes. En misa, el sacerdote les daba la comunión sosteniendo la Sagrada Forma con una cuchara, para no tocar su boca. En muchos pueblos, los agotes tenían prohibido caminar descalzos por la calle o beber de la misma copa que alguien que no fuera agote. Por supuesto, los matrimonios entre agotes y no agotes eran impensables. Al morir, los agotes eran enterrados en cementerios separados o en secciones separadas del cementerio.


En muchos sentidos, los agotes eran el equivalente, en la costa del Golfo de Vizcaya, a los parias de la India.
¿Y qué era lo que diferenciaba a los agotes del resto de la población, querrán saber ustedes? Pues la respuesta es: nada de nada. No tenían ni la más mínima diferencia con sus vecinos; ¡por eso constituyen un misterio histórico! Étnicamente, no eran distintos del resto de la población; su idioma era el mismo que el de los otros habitantes de la zona donde vivían y su religión era la de todo el mundo.


Compartían raza, religión y lengua con el resto de la población. Entonces... ¿cómo podía saberse quién era agote y quién no lo era? Pues muy sencillo: según la familia a la que pertenecieras. En muchos pueblos franceses, a los niños se les hacía memorizar poesías con los apellidos de las familias de agotes, para que supieran desde pequeños quiénes eran los vecinos malditos.


Ya desde el siglo XVI, las autoridades eclesiásticas y políticas intentaron remediar la situación de los agotes. El Papa León X publicó una bula en 1514 ordenando que fueran tratados como cualquier otro creyente; diez años después, Carlos V ordenó también que cesara en su reino cualquier discriminación contra los agotes. Pero la población y el clero locales hicieron caso omiso de esas órdenes en muchos lugares de Francia y de Navarra, continuando la discriminación de esa minoría.


En 1709, el navarro Juan de Goyeneche, que fue tesorero de Isabel de Farnesio, fundó en Madrid el pueblo de Nuevo Baztán, trayéndose a numerosos agotes navarros, en lo que se cree que fue un intento de liberarlos de la discriminación que sufrían. En Francia, esa discriminación contra los agotes sólo finalizaría con la Revolución Francesa.


La historia de los agotes resulta curiosa por lo que tiene de misterio y porque plantea claramente que, en cualquier sociedad, las costumbres absurdas pueden pervivir durante siglos y más siglos, sin que nadie sepa citar una sola razón lógica para que pervivan. La marginación de los agotes era una costumbre que nadie sabía explicar, pero que todo el mundo aplicaba a rajatabla.


Viene todo esto a cuento de que la crisis económica ha desatado en España un debate que hace solo un par de años hubiera sido impensable: el del necesario desmantelamiento del estado autonómico.


Desde hace tres décadas y media, los españoles estamos presos en una situación absolutamente delirante e inexplicable, en la que se nos fríe a impuestos para mantener a los nacionalistas, en la que se nos multa por rotular un establecimiento en nuestro propio idioma, en la que se nos niega el derecho a enseñar en español a nuestros hijos, en la que se nos obliga a convivir con una banda ultranacionalista que nos asesina selectiva o indiscriminadamente, en la que tenemos que aguantar insultos y desplantes continuos, en la que se nos impide expresar nuestro orgullo nacional, en la que se queman y menosprecian nuestros símbolos...
Como si fuéramos agotes, los españoles somos apestados dentro de nuestro propio país, privados de derechos de los que, sin embargo, los nacionalistas gozan.


Con una diferencia: los agotes eran una minoría, mientras que en España es la minoría la que nos impone a los demás la discriminación.


Y lo gracioso es que, como en el caso de los agotes, nadie sería capaz de citar ninguna razón lógica para que tengamos que aguantar semejante trato. No hay ningún argumento racional que justifique que el 92% de los españoles tengamos que dejarnos humillar y arruinar con el fin de contentar a ese 8% de nacionalistas que, de todos modos, jamás van a darse por satisfechos. No hay ningún argumento racional que justifique que tengamos que soportar que nos prohíban usar nuestro propio idioma en nuestro propio país. No hay ningún argumento racional que dicte que tengamos que avergonzarnos por ser españoles.


Como los agotes, aguantamos la vulneración de nuestros derechos por simple inercia, porque así se lleva haciendo treinta y cinco años.


Así que, puesto que se trata de simple inercia, ¿qué tal si detenemos el rumbo suicida del vehículo autonómico y empezamos a vivir con normalidad nuestra vida?


¿Qué tal si esa inmensa mayoría que somos los españoles nos empezamos a sacudir el yugo de la discriminación y ponemos en su sitio a quienes nos discriminan y a quienes consienten esa diferencia de trato?


Yo es que, personalmente, estoy harto de vivir como un agote sin que haya un buen motivo para ello. ¿Y ustedes?

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