Jueves 14 de Marzo de 2013 22:06
Agustín Rosety Fernández de Castro*
La Patria es anterior y más importante que la democracia, y el patriotismo es un sentimiento,
mientras que la Constitución no es más que una ley. No veo nada en estas declaraciones del
general Chicharro, de quien fui amigo y compañero durante una larga carrera al servicio de
España, que no pueda yo mismo suscribir. La Patria es la Nación, en tanto amada por sus
hijos. Por eso, el patriotismo es un sentimiento, ese motor que hace a los soldados ofrecer su
vida, llegado el caso, en su defensa. Nadie muere por el tenor de un texto jurídico, por
fundamental que éste sea.
Lejos de mi ánimo interpretar las palabras ajenas para ofrecer una lectura políticamente
correcta, tan sólo deseo expresar su resonancia en mi propia opinión. Estoy retirado, pero soy
consciente de que, no por ello, un viejo soldado debe decir lo que quiera. No obstante, también
es cierto que la condición militar es compatible con todos los derechos fundamentales, sólo
delimitados estatutariamente, sin alterar su contenido esencial. Dicho de otro modo, el militar,
aún en activo, no es una especie de ilota, un ciudadano de segunda clase, carente de libertad
de expresión. Así pues, puede manifestar su opinión como todo el mundo, siempre que, entre
otras cosas, respete el deber de neutralidad política, es decir, que no se incline a favor de
postura partidista alguna, sea política o sindical, entre aquellas que sean legítimas.
En este contexto, la salvaguarda de la unidad nacional no es un interés partidista ni, por el
contrario, socavarla torticeramente sería un interés legítimo. Nada pues se opone a que se
especule acerca de las posibles consecuencias que de una secesión podrían derivarse. En
este sentido, estamos de acuerdo con el catedrático González Trevijano: la alternativa a la
Constitución sería un suicidio colectivo, y no me parece otra cosa el aventurerismo separatista.
Mi parecer, ya que me es dable publicarlo, es que una hipotética modificación del Artículo 2 de
nuestra ley de leyes, para suprimir de él la idea de la indisolubilidad de la Nación, supondría
cambiar de Constitución, más que la reforma de ésta. ¿Cómo podría ser de otro modo, si con
ello se escamotearía el sujeto constituyente es decir, la Nación misma? Semejante idea
supone, ni más ni menos, toda una alternativa a la Constitución, ese suicidio colectivo al que, si
no hemos entendido mal, aludía el ilustre constitucionalista interviniente en el acto.
Según he podido leer, el general Chicharro ha rechazado la idea de una hipotética autonomía
de las Fuerzas Armadas amparada por el Artículo 8 de la Constitución, puesto que lo
contempla en relación con el Artículo 97. Así pues, en tanto el sistema constitucional se
mantenga en pie, el Estado podrá hacer uso de la fuerza pública -milicia incluida, si preciso
fuere- para salvaguardar el imperio de la ley. Ahora bien, si el sistema quebrase por dejación
de los poderes constitucionales -una situación sólo hipotéticamente concebible- sobrevendría
uno de esos episodios revolucionarios que sólo la Historia puede juzgar.
En el momento de tomar las armas que la Nación les entrega para servirla, los militares le juran
fidelidad ante la Bandera que la representa. Por eso mismo, las Fuerzas Armadas son una
institución nacional y, también por eso, no están al servicio de la Constitución, sino regidas por
ella, ni menos aún de los Poderes constitucionales, aunque les deban acatamiento y
obediencia. Tan sólo están al servicio de la Nación misma constituida como Estado, vinculados
sus miembros por un deber de lealtad del cual nada les puede exonerar, ni aún la eventual
quiebra de éste. Honor, Valor, Lealtad, Patriotismo, nunca faltará este norte.
Ningún contratiempo cabe esperar, pues, de nuestros
el panorama político que la España de nuestros días ofrece. Son, en definitiva, ciudadanos como los
demás, aunque un deber más exigente les vincule. Así pues, antes que escandalizarse, como El País,
de la opinión de un veterano general en la reserva que ha servido con lealtad durante cuarenta
y dos años, sería mejor hacerlo ante el espectáculo de traición, corrupción e impunidad que los
ciudadanos contemplamos con mayor o menor resignación día tras día.
Bicentenario de la Constitución de Cádiz, la primera expresión de nuestra soberanía nacional.
España y Libertad son palabras que laten en sus páginas, aún vivas como inspiración. Desde
entonces, no hay una sin la otra. La Nación soberana es la garantía de la libertad de sus
ciudadanos. Entre nosotros, no hay democracia sin España, ni nuestra Patria viviría
dignamente sin libertad. Sencillamente, no cabe elegir.
*El autor es General (R) del Cuerpo de Infantería de Marina y Licenciado en Derecho. Antiguo
2º Comandante General de la Infantería de Marina.
2º Comandante General de la Infantería de Marina.
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