OPINIÓN
Inmigración y riesgos
JUAN CHICHARRO
Desde esta columna son varias las ocasiones en las que me he referido a la inmigración creciente en Europa. Esencialmente a la proveniente del mundo islámico.
He hecho mención a las avalanchas que vemos casi a diario en Ceuta y Melilla, he relatado el peligro de la infiltración del yihadismo en nuestra sociedad, la previsible presencia de células dormidas y en definitiva he intentado llamar la atención de lo que representan las guerras de religión en el mundo musulmán y sus posibles efectos en nuestra convivencia.
Hoy reincido en este asunto influenciado por lo que he visto en los últimos campeonatos europeos de atletismo; y es que sin apenas darnos cuenta nuestra Europa está cambiando. Por ejemplo, cualquier aficionado normal al atletismo habrá podido constatar el indubitable éxito de los equipos de Gran Bretaña o Francia así como , si es perspicaz, que la gran mayoría de sus atletas no eran precisamente ni anglos ni galos sino de procedencia magrebí o subsaharianos. Grandes atletas dándole las gracias a “Allah” por su victoria. Loable, pero costumbres ajenas y extrañas a la vieja Europa.
Carlos Martel, vencedor en Poitiers, o Alfonso VIII en las Navas de Tolosa se deben estar retorciendo en sus tumbas.
Vaya por delante que no estoy para nada en contra de la inmigración. Como lo iba a estar si el que les habla es español y nuestro país ha sido siempre un país de emigración. Bienvenidos sean todos aquellos que huyendo de la miseria se acogen a nuestra hospitalidad. Bienvenidos sean, recalco, pero el problema surge cuando aquéllos a los que acogemos no sólo no se adaptan ni integran en nuestra sociedad sino que encima poco a poco pretenden modificar hasta nuestro modo de vida, algo que es inadmisible.
Hablo en general de Europa, no en concreto de España, si bien paulatinamente empezamos a encontrarnos en muchos sitios con el mismo problema. Basta darse un paseo por el barrio Lavapies de Madrid o por múltiples pueblos del campo de Cartagena, por poner algunos ejemplos.
Un total de 54 millones de musulmanes viven ahora en Europa y se calcula que en apenas diez años constituirán el 25% de nuestra población. Hay quien asegura que habrá una mayoría musulmana cuando finalice el siglo. Esto no son más que cifras que no serían para nada una amenaza si los inmigrantes musulmanes mostrasen que están dispuestos a integrarse en la sociedad que les acoge. No es el caso.
Muchas ciudades europeas ya cuentan con una cuarta parte de su población musulmana: Marsella o Amsterdam por ejemplo y recalquemos que la mayoría de la población es menor de 18 años. Paris está ahora rodeada por un anillo de barrios musulmanes. La mayoría de los nuevos niños franceses se llaman Mohammed.
Es un mundo de cabezas envueltas en pañuelos, donde las mujeres caminan enfundadas en carpas que deforman su figura a tres pasos por detrás de sus esposos, sus amos. Hay mezquitas por doquier en “ghettos” controlados por fanáticos religiosos donde las antenas satelite no apuntan hacia las estaciones de TV locales sino hacia las de sus países de origen.
Ya en algunos países del norte de Europa la “Sharia” comienza a tomar aspectos legales allí donde la mayoría musulmana se impone y esto es preocupante pues no olvidemos que el islamismo pretende dictar leyes no compatibles con la libertad y la democracia. Por su esencia el islamismo es una ideología política. Es un sistema que fija reglas detalladas para la sociedad y la vida de cada individuo.
Y seamos conscientes que encuestas recientes como la llevada a cabo recientemente por el Centro de Investigaciones Religiosas en Francia nos dicen que la mitad de los musulmanes franceses consideran que su lealtad para con el Islam es mucho más importante que su lealtad para con Francia. Y, ojo, un tercio de ellos no rechaza los ataques suicidas, al tiempo que están a favor de la instauración del califato a nivel mundial. No, no pretenden integrarse sino todo lo contrario : integrar nuestra sociedad al Dar-al- Islam.
Esto que describo no es fantasía. Es real. Son datos y hechos contrastados como bien ha manifestado en Nueva York Geert Wilder, político holandés buen conocedor del asunto. La situación requiere firmeza en la defensa de la esencia de Europa si bien ya es quizás tarde en muchos sitios. Hoy en Holanda, por ejemplo, nos dice el citado político, más del 60% de la población considera que la inmigración masiva de musulmanes representa la política más equivocada que se haya instalado desde la segunda guerra mundial y que es la amenaza más importante a la que nos enfrentamos.
Escribo a sabiendas que decir todo esto es políticamente incorrecto y corre uno el riesgo de ser tildado de racista o extremista. De ninguna manera lo soy. Que vengan, pero que se atengan a lo que es y significa nuestra sociedad libre y si no es así malos vientos tendremos.
A diferencia de Francia u Holanda donde el porcentaje de musulmanes es ya de casi el 10 % de la población, en España ese porcentaje se mantiene en el 3.6% lo que nos posibilita todavía para, tomando como referencia lo que está acaeciendo en esos países, prever acciones que eviten sucesos como los que allí están pasando ya.
Mientras escribo estas líneas aquellas partes del mundo afectadas por la influencia islámica arden por todos los costados y si Europa no reacciona acabará envuelta en llamas igualmente, tal como sucedió en Madrid o Londres en el reciente pasado.
Nos han declarado la guerra y si no notamos sus efectos es debido a la eficacia contrastada de los servicios de inteligencia europeos que, por ejemplo en Francia, ya han impedido hasta veinte atentados que, de no haberse abortado, habrían constituido serias tragedias.
Tenemos un enemigo contrastado que es el fanatismo islámico y cuyas redes se extienden paulatinamente a través de la inmigración y del control creciente que sobre ésta se ejerce en los ya numerosos ” ghettos” de los que en España ya tenemos algunos. Lo hacen desde el “púlpito” en las mezquitas, pero también mediante el control de la opinión pública española tan servil e incauta a lo que se les cuenta en determinados medios. “Poderoso caballero es Don Dinero” decía uno de nuestros clásicos y, hoy, mediante toda clase de artimañas económico-financieras los dirigentes de la causa islámica manejan medios de opinión, y a personas, siquiera mediante mensajes implícitos por doquier.
Tengo por cierto que ni la polémica sobre la mezquita de Córdoba, ni la previsible en Barcelona, ni lo que esta sucediendo en Canarias a propósito del posible yacimiento de petróleo, que paliaría el paro juvenil de hasta el 60% que allí padecen, son asuntos que surjan por generación espontánea. Detrás de todos los movimientos que apoyan estas causas está el dinero manejado sabiamente por fanáticos radicales islamistas movilizando opiniones que a la postre se ponen inconscientemente , o no, al servicio último de sus ideas.
No hay peor ciego que el que no quiere ver ni sordo que no quiera oír.
Miren Vds., no me invento nada. Ellos mismos lo proclaman profusamente a través de los medios y redes sociales que manejan.
Basta con verlos y oírlos para saber a qué atenernos.
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