SUSANA Díaz en Barcelona, con su indescriptible vestido amarillo, ha hecho buena en dos días toda la labor denigratoria de lo andaluz de un siglo de prejuicios catalanes. Sin embargo, a mí me ha recordado a la benemérita mamá del juicio de Salomón. Como es sabido, la otra madre del conocido episodio bíblico, la mala, pretendía nada menos que trocear a la criatura en disputa, como hoy haría Artur Mas sin el menor temblor de su apolíneo mentón de almogávar.
Pero doña Susana es otra cosa. Gimoteante como siempre -hay mujeres que no pueden hablar sin parecer que están a punto de llorar como hay hombres que ofenden ya antes de pronunciar palabra-, con un plus de pasión postiza en su registro único de pregonera local, Susana Díaz habló de evitar el choque de trenes con el acreditado método socialista para cualquier crisis desde los tiempos de Pablo de Iglesias: no hay que parar al tren desenfrenado sino, asómbrense, cambiar la vía, como literalmente dijo la inefable presidenta.
Y en cuanto al pleito, ya saben su solución: démosle el niño a don Arturo para que se lo coma crudo si es su capricho, que aquí de lo que se trata es de estar a gusto, llevarnos bien y querernos mucho, mucho. Es decir, seguir haciendo lo que los gobiernos de la nación llevan cuarenta años intentando con los nacionalistas: ceder y ceder, contra ley y marea, con tal de que el tinglado del consenso no reviente por las costuras, como el vestidito amarillo cualquier día. Como buena abortista que también ha resultado ser, a doña Susana lo que le importa es estar a gusto, y al niño que le den.
Y en cuanto al pleito, ya saben su solución: démosle el niño a don Arturo para que se lo coma crudo si es su capricho, que aquí de lo que se trata es de estar a gusto, llevarnos bien y querernos mucho, mucho. Es decir, seguir haciendo lo que los gobiernos de la nación llevan cuarenta años intentando con los nacionalistas: ceder y ceder, contra ley y marea, con tal de que el tinglado del consenso no reviente por las costuras, como el vestidito amarillo cualquier día. Como buena abortista que también ha resultado ser, a doña Susana lo que le importa es estar a gusto, y al niño que le den.
Esta aportación susanesca a la ciencia constitucional, que ha dejado boquiabiertos a los escasos socialistas que tras el ciclón ZP todavía conservan un mínimo sentido del Estado, sólo se comprende como una simple continuación de la doctrina impartida un día antes por los Morancos en la misma Barcelona. No me digan que el hallazgo no es genial: las constituciones se hacen o deshacen para "estar a gusto", nuevo derecho de los pueblos hasta ahora incomprensiblemente desconocido. Susana pura.
Salomón lo tuvo fácil en su famoso juicio: entre la bondad y la maldad en estado natural no resulta difícil elegir. Los españoles de hoy, depositarios de la soberanía que ayer perteneció a los reyes, lo tenemos mucho más difícil. Entre tontos y malos nos lo han puesto imposible.
Salomón lo tuvo fácil en su famoso juicio: entre la bondad y la maldad en estado natural no resulta difícil elegir. Los españoles de hoy, depositarios de la soberanía que ayer perteneció a los reyes, lo tenemos mucho más difícil. Entre tontos y malos nos lo han puesto imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario