Discurso de Pedro Gómez de la Serna ayer miércoles, respondiendo a CiU y ERC en las Cortes. ¡No tiene desperdicio!
La verdad, señorías, es que, al margen de la ideología de cada cual, después de escuchar los disparates que hemos escuchado hoy aquí, a uno no le extraña que el 51% de los catalanes se abstuvieran en el referéndum del Estatuto, y que el 5% votara en blanco.
A base de intervenciones como las que se ha escuchado hoy en esta sala, están Uds. logrando lo que no consiguió el general Franco a lo largo de sus 40 años de dictadura: la desafección de los catalanes de la vida política. Unos catalanes que acabarán siendo independientes, sí, pero de la política. Están Uds. alumbrando, en expresión de Josep María Colomer, un nuevo tipo de ciudadano cada vez más alejado, mentalmente, vitalmente, sociológicamente, anímicamente, de la política y de la res pública. Un catalán secesionado de la política.
Después de 30 años de gobierno nacionalista o con participación nacionalista en Cataluña, puede decirse que el nacionalismo catalán en su conjunto, como proyecto de sociedad, ha fracasado. Y han fracasado porque treinta años después, han conducido, entre unos y otros, a Cataluña a un callejón sin salida de enfrentamiento, de división y de ruptura. Entre unos y otros, han conducido a Cataluña hacia una de las crisis más graves de su Historia, en términos políticos, institucionales, económicos, y muy probablemente también, en términos sociales. Y como única respuesta, han buscado Uds. un enemigo exterior, un chivo expiatorio: la culpa es de España. Crean la crisis, y después pretenden taparla creando una crisis todavía mayor.
Pero vayamos por partes.
1.- Piden Uds. en primer lugar, algo insólito, que deroguemos los Decreto de Nueva Planta. Yo creo que los ciudadanos merecen un mínimo de rigor y un máximo de respeto. No se puede derogar lo que no está en vigor. Yo soy diputado por Segovia. Su iniciativa es como si yo trajera a esta Cámara la derogación del Fuero de Sepúlveda ¿Y por qué no proponen también que estas Cortes se dediquen a derogar, no sé, pongo por caso, el Código de Justiniano, la Novísima Recopilación, las Pandectas, Las Partidas o cualquier cuerpo legislativo histórico de España? Su propuesta no es sólo extemporánea, porque llegan Uds con 300 años de retraso, sino también excéntrica. No conozco a nadie, salvo Uds., que mantenga que los Decretos de Nueva Planta estén en vigor….Es insólito. Es ridículo y es una tomadura de pelo a la Cámara.
2.- Hablan Uds. en su PNL de una supuesta soberanía de Cataluña suprimida por Felipe V. Y yo, antes de entrar en materia, me pregunto: ¿Les parece normal, con la que está cayendo, que esta Cámara se dedique a hablar de Felipe V o de Carlos II el Hechizado y de sus disposiciones testamentarias? Pobre Cataluña, si tuviera que debatirse únicamente entre la fatiga de unos y el hechizo de otros…
Sean honestos: no mientan a la gente: Cataluña no fue nunca soberana. Han construido Uds. un relato falso. Han engañado Uds. a los catalanes.
Cataluña jamás existió como nación –un concepto aún no vigente- ni como Estado. En 1700 Cataluña era un Principado, sí, un territorio con instituciones propias, sí, pero integrado en la Corona de Aragón y en consecuencia en España. Pero ni era un Estado soberano ni era una nación. Las Cortes eran estamentales y como tales no representaban soberanía nacional o popular alguna –estamos antes de la revolución francesa- sin a los tres estados: el clero, la nobleza y tercer estado. Tampoco existía una opinión pública catalana, porque la opinión pública como tal no surge sino hasta finales del XVIII, como todo el mundo sabe.
La Nueva Planta fue, en opinión de Vicens Vives –nada sospechoso de anticatalanismo-“un desescombro que obligó a los catalanes a mirar hacia el porvenir”; algo que comparte Ferrán Soldevilla cuando dice que dieron lugar al resurgimiento económico de Cataluña; por cierto que ya Mercader y Voltes pusieron de relieve la catalanidad de los gestores de la Nueva Planta. No voy a entrar en mayor debate. Cito sólo a cuatro historiadores catalanes de indudable prestigio. Le recomiendo su lectura. Léalos, y sabrá, entre otras cosas, que aquella no fue una guerra de secesión sino de sucesión. Léalos y sabrá que el mayor valedor del archiduque de Austria frente al borbón fue el almirante de Castilla. Léalos y sabrá que la realidad fue mucho más compleja de lo usted dibuja. Léalos y sabrá que el austracismo catalán no fue inmediato; hasta el punto que, con motivo de la boda de Felipe V en Barcelona, se produjo una eclosión de panegíricos catalanes como los de Joan Bac o Raimundo Costa. Nadie cuestionó la legitimidad de Felipe V en Cataluña hasta que en 1703 emerge la alianza internacional antifrancesa y pro austriaca. Los actores españoles no fueron más que actores sucursalizados de las grandes alianzas internacionales.
Hacen Uds. también la afirmación de que Felipe V incorpora Cataluña a Castilla mediante el derecho de conquista. Primero, no la incorpora a Castilla. Segundo, saben perfectamente que Barcelona fue inicialmente leal a Felipe V y que fue asediada por una escuadra internacional anglo portuguesa dos veces: en 1704 y el 1705, por cierto esta última vez lanzando nada menos que 6000 bombas sobre la ciudad, que cayó finalmente en manos austracistas. Derecho de conquista.
Repito: fue una guerra de sucesión, no de secesión. Y lo que había en Cataluña no era un sentimiento antiespañol, sino antifrancés. Ya lo dijo D. Rafael de Casanova: “Por nosotros y por la nación española peleamos”.
Lo que querían los catalanes era movilizar a toda España contra el candidato francés, es decir, liderar España, el mismo propósito de Cambó, algo a lo que Uds., los nacionalistas, han renunciado. Y han renunciado porque al nacionalismo siempre le falta ambición de país, y porque el nacionalismo consiste en querer tener cada vez más poder en un lugar cada vez menos poderoso: en otras palabras, mandar cada vez más sobre cada vez menos. Y esa falta de ambición y de proyección, ese no incorporarse al liderazgo del proyecto español, es lo que les lleva, a Uds y a Cataluña, al colapso.
Y fue un catalán, D. Ramón Lázaro Dou, un ilustrado catalán precursor de la Renaixenxa y diputado en Cádiz, quien glosó los Decretos de Nueva Planta por haber acabado con las jurisdicciones patrimoniales y la única instancia en las condenas de muerte y por la prohibición de las multitudes armadas para perseguir a los delincuentes. No seré yo quien defienda a Felipe V, pero sí se digo que la historia es mucho más compleja que el mito, señor Bosch. Y es más compleja también que la mentira. Y claro, cuando uno parte de premisas falsas llega a conclusiones erróneas. No es una historia infantil de buenos y malos. Es una historia de hombres, con luces y con sombras.
3.- Hablan Uds. del derecho de autodeterminación. Cataluña nunca fue soberana. Tampoco ahora lo es. No es sujeto de derecho internacional. No es sujeto constituyente. No tiene poder constituyente. Hablar de autodeterminación en España es hablar de ruptura. De ruptura constitucional y de ruptura de la convivencia. Y no tenga ninguna duda de que el modelo constitucional tiene mecanismos para garantizar la convivencia, la paz, y la unidad. Y que el Estado garantizará la vigencia del artículo 2 de nuestra Constitución, que se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española.
Yo les pediría que dejaran de jugar de una vez con el futuro de Cataluña. Con el pasado, con el presente, con el porvenir de los catalanes. No tienen Uds ningún derecho, ninguno, a crearle a la gente más problemas de los que ya tiene. No tienen Uds ningún derecho, ninguno, a meter a los catalanes en la tempestad de la secesión. No tienen Uds ningún derecho, ninguno, a jugar con la convivencia en Cataluña. Ya en el tripartito se les hundió el Carmel. No hundan ahora Cataluña entera.
4.- Luego plantean Uds. con el manido asunto del expolio de Cataluña. Como la manipulación de la lengua no les ha servido como instrumento de ruptura y ha chocado con no pocos estratos de población, han acudido entonces a la manipulación de la economía, que sí llega a todos los estratos, como instrumento de ruptura. Otra salida en falso, otra huida hacia ninguna parte, otra manipulación. En primer lugar, no tributan los territorios, tributan las personas. En segundo lugar, con la misma justificación podrían hablar los madrileños de expolio porque, si se trata de territorios, estamos por delante Uds. En tercer lugar, por idéntica razón los habitantes de Gerona podrían sentirse expoliados por los demás catalanes, porque le recuerdo que Gerona es la provincia de más renta per cápita de Cataluña.
En cuarto lugar, desgraciadamente, no todo el dinero recaudado en Cataluña redunda en beneficio de los catalanes: ya; ya se ocupan algunos cuando están en el poder de que eso no ocurra: caso Millet, Santa Coloma, Prenafeta, ITV, el contrabando de tabaco del conseller de ERC, las cartas de extorsión a los trabajadores de la Generalitat pidiéndoles un porcentaje de su salario para ERC–por cierto que el Sr. Vendrell fue luego ascendido a Consejero- los sueldos exorbitantes de los Presidentes de las Diputaciones que Uds, controlaban–Lérida y Gerona- las colocaciones de ex políticos en empresas del sector público catalán, los gastos desorbitantes para tunear vehículos oficiales …todo muy ejemplar:
Si Rafael Casanova levantara la cabeza…y viera lo que hacen Uds en nombre de Cataluña…y viera cómo han dilapidado Uds. aquél enorme patrimonio de la Transición que era el antiguo liderazgo catalán de una nación de 40 millones de habitantes, con sus mercados, con sus relaciones internacionales, cuarta economía de la zona euro, …
Si levantara la cabeza y se preguntara: ¿El expolio? Con toda probabilidad les contestaría: El expolio de Cataluña son Uds.
Uds. incrementan la deuda en un 200% y ante la deuda piden Uds la independencia. Independencia, ¿para qué? ¿para endeudar todavía más a los catalanes?¿Para aislarles del mundo? ¿Independencia para ser una especie de rara avis entre los no alineados? ¿Independencia para arruinar a los catalanes? ¿Han calculado Uds., antes de jugar con este fuego, cuántas empresas saldrían de Cataluña? ¿Cuántas multinacionales europeas sacarían sus plantas de allá? ¿Cuántas grandes empresas catalanas deslocalizarían sus activos, sus sedes, de un territorio aislado del mundo? ¿Han calculado Uds. el coste que esto tendría en la mediana y pequeña empresa de Cataluña, muchas veces auxiliares de las anteriores? ¿Han calculado el ingente paro que generaría la independencia? Hagan números, y después pídanle a la gente que sacrifique su hacienda, su trabajo, su bienestar, el futuro de sus hijos, en el altar de un delirio secesionista.
Si Cataluña se independiza, ¿con qué dinero van a pagar las pensiones? ¿Con que dinero van a pagar el desempleo de los catalanes? ¿en qué mercados van a vender sus productos y con qué aranceles? ¿Cómo van a pagar su deuda? . Digan a la gente el verdadero coste de la independencia: un descalabro en términos de generación de riqueza y de pib per cápita que les situaría por debajo de cualquier territorio o comunidad de España.
Digan la verdad a la gente antes de jugar con el futuro de los catalanes. Con su hoja de ruta llevarán a los catalanes a la bancarrota y provocarán el derrumbe del estado de bienestar. Ni Montenegro ni Islandia: Chipre, Grecia o Padania. Sigan Uds. así, que las agencias de calificación ya han tomado buena nota y han bajado su bono al nivel de bono basura…
Y hagan Uds. cuentas también en el ámbito de la democracia y de la política, porque la Constitución española se reafirmó como Constitución catalana con el respaldo del 90,3% de los catalanes. Algo muy difícilmente superable, en términos de legitimidad democrática, se pongan Uds. como se pongan y saquen a la calle al número de personas que quieran sacar a la calle.
Muchas gracias
Este cuadro de Zurbarán, "Defensa de Cádiz", ilustra perfectamente el objetivo y prioridad de nuestra asociación.
domingo, 30 de septiembre de 2012
sábado, 29 de septiembre de 2012
JEAN ZIEGLER DICE QUE ESPAÑA NO DEBE PAGAR LA DEUDA
(El Confidencial)
El vicepresidente de la Comisión de DDHH de la ONU propone "ocupar y nacionalizar la banca"
“Vivimos en un orden mundial criminal y caníbal, donde las pequeñas oligarquías del capital financiero deciden de forma legal quién va a morir de hambre y quién no. Por tanto, estos especuladores financieros deben ser juzgados y condenados, reeditando una especie de Tribunal de Núremberg”. Con esta aplastante contundencia despacha Jean Ziegler, vicepresidente del Consejo consultivo de Derechos Humanos de la ONU, su particular análisis del actual momento histórico.
La dilatada trayectoria diplomática de este profesor emérito en la Universidad de Ginebra y comprometido analista internacional, que fue relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación durante ocho años, impide que le tiemble la voz a la hora de señalar con el dedo inquisidor a los ‘culpables’ de la crisis sistémica. “No puede ser que en un planeta con los recursos agroalimentarios suficientes para alimentar al doble de la población mundial actual, haya casi una quinta parte de sus habitantes sufriendo infraalimentación”. En su último libro Destrucción Masiva. Geopolítica del hambre (Península), que Ziegler presentó ayer en Madrid, pone sobre la mesa una serie de cuestiones molestas de las que otros diplomáticos ni siquiera se atreven a hablar en los pasillos de la ONU. Unas críticas irreverentes que ya ventiló en otros trabajos como El hambre en el mundo, Los nuevos amos del mundo y aquellos que se le resisten, El imperio de la vergüenza o El odio a Occidente. “Hay que multiplicar rápidamente las fisuras en el muro capitalista para derrumbarlo y crear un nuevo orden mundial más justo”.
Su receta para revertir esta situación es, si cabe, tan radical o más que su tesis sobre la generación de las desigualdades: “Ocupar masivamente los bancos, nacionalizarlos y confiscar las arrogantes riquezas robadas por los especuladores financieros”. Una extremista postura que lo lleva incluso a criticar la incapacidad de movimientos de la sociedad civil como el 15M en España u Occupy Wall Street en Estados Unidos. “Reconozco que son símbolos importantes y que han logrado la simpatía de la sociedad, pero todavía son insuficientes para quebrar la actual relación de fuerzas si no desembocan en una huelga general.Hay que darse cuenta de que en el orden mundial reina una violencia estructural que se debe combatir con una contraviolencia basada en la resistencia pacífica”.
La migración de los grandes fondos especulativos a los mercados de materias primas, principalmente de la agroalimentación, la cual creció exponencialmente en el trienio 2005-2008 como explica Ziegler en su último libro, “es el origen de esta crisis genocida porque han disparado el precio de los alimentos básicos”. A pesar de la ‘destrucción masiva’ conceptualizada por Ziegler, el diplomático exhibe su característico optimismo de luchador a contracorriente y asegura que esta situación creará la conciencia social necesaria para “multiplicar rápidamente las fisuras en el muro capitalista, que acabarán derrumbándolo y creando un nuevo orden mundial”.
La insurrección será por el hambre o no será.
El primer paso, explica, es darse cuenta de que “los criminales financieros son el enemigo común de los europeos, de los africanos y del resto de la población que sufre de hambre y desempleo en el mundo. Unos oligarcas que monopolizan los beneficios y privatizan los servicios y recursos”. Para Ziegler, esta toma de conciencia será el advenimiento de una nueva forma de solidaridad internacional entre todos los pueblos, que posteriormente se transformará en un “frente de resistencia intercontinental”. La lucha de clases es absolutamente inevitable porque no se puede mantener el sufrimiento de forma permanente.
Un convencimiento “total”, pero que se transforma en duda cuando se le pregunta por los riesgos y los pilares sobre los que se fundará este alzamiento popular. “Es un misterio, no puedo hablar de la revolución porque se trata de la libertad liberada en las personas y los procesos revolucionarios son imposibles de prevenir porque tienen sus propias leyes y no son conocidas”.
Lo que sí tiene claro Ziegler es que la insurrección, como ha ocurrido en la mayoría de estos procesos a lo largo de la historia, se producirá por el hambre. “La hambruna ya es una realidad en las banlieuesparisinas y el pueblo español también está sufriendo la pobreza, como el resto de Europa”. En este contexto, indica, la lucha de clases es “absolutamente inevitable porque las oligarquías capitalistas no serán capaces de reeditar el genocidio americano de los indios, ya que es imposible matar a todo un país como España y hacerle aceptar permanentemente las cadenas”.
“España no debería pagar su deuda porque es delictiva e ilegítima”
Las “cadenas” a las que retóricamente se refiere este diplomático de la ONU estarían impuestas por las políticas económicas de la austeridad, que califica como “absurdas y destructoras”. Los teóricos del neoliberalismo, añade, “nos han hecho creer que hoy en día la austeridad es la única política posible, pero sólo se aplica a la clase trabajadora y nunca a los banqueros. Estas políticas tienen un límite objetivo y no van a resolver los problemas”. Hollande y Obama deben formar una alianza en favor de las políticas económicas del crecimiento
En contraposición a estas recetas neoliberales, Ziegler defiende unas políticas centradas en el crecimiento. Esta es la única esperanza que deposita en los representantes políticos, aunque matiza que de forma “extremadamente leve”. Sus protagonistas no podrían ser otros que François Hollande y Barack Obama. “Ambos deben formar una alianza por el crecimiento basada en la inversión pública, el incremento del salario mínimo, las prestaciones sociales, la búsqueda del pleno empleo y la lucha contra la desindustrialización”.
Para el vicepresidente del consejo consultivo de Derechos Humanos de la ONU estas políticas no son la solución final si no van acompañadas de un despertar de la sociedad civil y, sobre todo, del impago de la deuda. “Los dirigentes españoles deben hacer lo mismo que ha hecho Rafael Correa en Ecuador, es decir, negarse a pagar la deuda, cuya amortización ya es altísima, porque es odiosa e ilegítima. Esto es, se ha creado, en gran parte, por la delincuencia financiera y la corrupción política, sin materializarse en inversiones reales”.
Una perspectiva que lo lleva incluso a cometer el atrevimiento de recomendar a los españoles que objeten en la declaración de la renta al porcentaje del gasto dedicado a la deuda pública. Una campaña lanzada desde el 15M que califica de “necesaria, inteligente y eficaz”. Todos estos elementos en su conjunto, unidos a la inflación, podrán acabar con las “deudas injustas”.
Refundar la ONU para instaurar un nuevo orden mundial.
La Organización de las Naciones Unidas debe tener un papel central en el futuro escenario mundial. Como explica Ziegler, la ONU se fundó con el objetivo principal de defender el interés general de los pueblos y promulgar los principios recogidos en la Carta de los Derechos Humanos. Sin embargo, “los mercenarios han pervertido su papel y destruido su credibilidad moral”. Entre ellos, no duda en señalar al exsecretario generalBan Ki-Moon o al presidente del consejo de selección de los relatores, el hondureño Roberto Flores, “quien apoyó el golpe de Estado en su país en 2009” . Los mercenarios han pervertido el papel de la ONU y destruido su credibilidad moral.
Para Ziegler, la refundación de esta organización pasa por imprimirle “mucha más democracia” eliminando el poder de veto de las naciones integrantes del Consejo de Seguridad, limpiándola de “golpistas” y eliminando las prebendas del FMI y el BM. El neoliberalismo delictivo, concluye el diplomático, debe acabarse ya.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
AIRES DE INDEPENDENCIA
(Manuel Bustos, publicado en el Diario de Cádiz el 18.09.12)
SI los grandes temas españoles del siglo XX fueron la Guerra Civil, el franquismo, la restauración de la democracia y el ingreso en la Unión Europea, en la presente centuria será clave, más allá de la crisis económica, la ruptura de la unidad nacional. Se trata de un asunto mollar, si pensamos que España es una de las naciones más antiguas de Europa y del mundo, y en la crisis política que puede provocar.
La unidad, con sus matices, se consumó a finales del siglo XV. Es verdad que no faltaron después riesgos de ruptura, pero, a la postre, pudieron ser conjurados, y España subsiste tras más de cinco siglos de historia.
Otras naciones de nuestro entorno, hoy consolidadas, surgieron en tiempos mucho más tardíos: Estados Unidos, en 1776, y Bélgica y Grecia, en 1830; la unidad de Italia sólo se completó en 1870 y la de Alemania, en 1871.
Sin olvidar sus especificidades, el mayor problema para mantener la unidad de España estriba en no haber sido capaces de reconocer los desafíos nacionalistas, particularmente el vasco y catalán, y, en consecuencia, no haberles dado cabal respuesta. Aún hoy es patente la amnesia general. Ignoro qué debe ocurrir para considerar abiertamente la gravedad del problema, sin duda de alcance histórico, y salir de ella.
Desde la transición política, el contencioso nacionalista se ha entendido en general como una cuestión de falta de autonomía y de respeto a los rasgos de identidad de determinadas regiones durante el franquismo. No es del todo cierto.
Tampoco es un problema económico. Si así lo creemos reducimos su alcance. Participan, y de qué forma, elementos de carácter inmaterial o subjetivo, fundamentales para su comprensión. El nacionalismo funciona en esta sociedad posmoderna, falta de grandes ideales, como "sustitutivo" de la religión revelada, del alicaído patriotismo español y la incertidumbre europeísta. Se convierte, pues, en una fe y, por ende, es una esperanza, una utopía de futuro. Y una fe que crea su propia racionalidad. De ahí que la "construcción nacional", la "identidad nacional" con respecto a otras identidades, y, por supuesto, a la española, esté por encima de la lógica, aparentemente más obvia, de contar la verdad histórica o de reducir ciertos gastos que consideraríamos superfluos, como los doblajes del castellano, las embajadas en el exterior o los medios de comunicación propios. Se trata de asuntos innegociables. Y, en cualquier caso, siempre hay un chivo expiatorio externo al cual culpar. Tal es la lógica nacionalista.
Al no querer afrontar este reto, creyendo que se difuminaría por sí solo o haciendo permanentes concesiones; buscar algún provecho temporal del apoyo nacionalista, o evitar ciertas decisiones temiendo el coste político a pagar, se ha venido engordando al monstruo, hasta convertirlo ya en indomable. Incluso hoy, deseando tranquilizarnos, no se plantea la dura tesitura de aceptar el órdago independentista, dando por hecho su irreversibilidad, o actuar eficazmente pagando el precio necesario. Se ha preferido mejor andar con rodeos o mirar para otro lado.
La falta de una respuesta acorde ha llevado las cosas demasiado lejos. Mal que nos pese -y a mí me pesa- ningún argumento basado en el bien general puede ya parar el proceso, salvo, interesadamente, para ganar un poco más de tiempo. Cada avance que consigue el independentismo es un paso, más o menos largo según los casos, en el camino hacia su objetivo. Tal es su propósito, unas veces confesado y otras insinuado. Mientras tanto va ganando adeptos a su idea entre sus ciudadanos (compárense las sucesivas encuestas), al presentarlo como un proyecto atractivo, frente a un sentimiento español acomplejado y desasistido, cuando no negado como extemporáneo, a pesar de los éxitos deportivos. De ahí que más de un partido pueda estar pensando ya en el día después, en la España fragmentada y la manera de subsistir en cada una de sus partes, adaptando sus siglas al país recién creado.
Lo que se vislumbra en el horizonte no es ciertamente reconfortante para los que amamos España, pero tampoco lo será para los adormecidos españoles de a pie (incluidos los de sólo carné). Ni tan siquiera sabemos de qué territorio será rey nuestro monarca, salvaguarda de la unidad, en el futuro.
El cómo se consumará la segregación es todavía una incógnita. Si es a la manera checa, es posible que el coste sea, al menos inicialmente, escaso; pero si no fuese este el modelo o parecido, podríamos entrar en una cadena de tensiones y conflictos duraderos. No deben olvidarse los efectos de imagen, en un momento que España necesita presentarse como un Estado no fallido, de cara a las ayudas económicas exteriores; ni que, tras las independencias, vendrán las reivindicaciones sobre territorios vecinos y un posible efecto dominó sobre otras regiones españolas y Europa en su conjunto. Estamos, queridos lectores, ante el acontecimiento del siglo.
La unidad, con sus matices, se consumó a finales del siglo XV. Es verdad que no faltaron después riesgos de ruptura, pero, a la postre, pudieron ser conjurados, y España subsiste tras más de cinco siglos de historia.
Otras naciones de nuestro entorno, hoy consolidadas, surgieron en tiempos mucho más tardíos: Estados Unidos, en 1776, y Bélgica y Grecia, en 1830; la unidad de Italia sólo se completó en 1870 y la de Alemania, en 1871.
Sin olvidar sus especificidades, el mayor problema para mantener la unidad de España estriba en no haber sido capaces de reconocer los desafíos nacionalistas, particularmente el vasco y catalán, y, en consecuencia, no haberles dado cabal respuesta. Aún hoy es patente la amnesia general. Ignoro qué debe ocurrir para considerar abiertamente la gravedad del problema, sin duda de alcance histórico, y salir de ella.
Desde la transición política, el contencioso nacionalista se ha entendido en general como una cuestión de falta de autonomía y de respeto a los rasgos de identidad de determinadas regiones durante el franquismo. No es del todo cierto.
Tampoco es un problema económico. Si así lo creemos reducimos su alcance. Participan, y de qué forma, elementos de carácter inmaterial o subjetivo, fundamentales para su comprensión. El nacionalismo funciona en esta sociedad posmoderna, falta de grandes ideales, como "sustitutivo" de la religión revelada, del alicaído patriotismo español y la incertidumbre europeísta. Se convierte, pues, en una fe y, por ende, es una esperanza, una utopía de futuro. Y una fe que crea su propia racionalidad. De ahí que la "construcción nacional", la "identidad nacional" con respecto a otras identidades, y, por supuesto, a la española, esté por encima de la lógica, aparentemente más obvia, de contar la verdad histórica o de reducir ciertos gastos que consideraríamos superfluos, como los doblajes del castellano, las embajadas en el exterior o los medios de comunicación propios. Se trata de asuntos innegociables. Y, en cualquier caso, siempre hay un chivo expiatorio externo al cual culpar. Tal es la lógica nacionalista.
Al no querer afrontar este reto, creyendo que se difuminaría por sí solo o haciendo permanentes concesiones; buscar algún provecho temporal del apoyo nacionalista, o evitar ciertas decisiones temiendo el coste político a pagar, se ha venido engordando al monstruo, hasta convertirlo ya en indomable. Incluso hoy, deseando tranquilizarnos, no se plantea la dura tesitura de aceptar el órdago independentista, dando por hecho su irreversibilidad, o actuar eficazmente pagando el precio necesario. Se ha preferido mejor andar con rodeos o mirar para otro lado.
La falta de una respuesta acorde ha llevado las cosas demasiado lejos. Mal que nos pese -y a mí me pesa- ningún argumento basado en el bien general puede ya parar el proceso, salvo, interesadamente, para ganar un poco más de tiempo. Cada avance que consigue el independentismo es un paso, más o menos largo según los casos, en el camino hacia su objetivo. Tal es su propósito, unas veces confesado y otras insinuado. Mientras tanto va ganando adeptos a su idea entre sus ciudadanos (compárense las sucesivas encuestas), al presentarlo como un proyecto atractivo, frente a un sentimiento español acomplejado y desasistido, cuando no negado como extemporáneo, a pesar de los éxitos deportivos. De ahí que más de un partido pueda estar pensando ya en el día después, en la España fragmentada y la manera de subsistir en cada una de sus partes, adaptando sus siglas al país recién creado.
Lo que se vislumbra en el horizonte no es ciertamente reconfortante para los que amamos España, pero tampoco lo será para los adormecidos españoles de a pie (incluidos los de sólo carné). Ni tan siquiera sabemos de qué territorio será rey nuestro monarca, salvaguarda de la unidad, en el futuro.
El cómo se consumará la segregación es todavía una incógnita. Si es a la manera checa, es posible que el coste sea, al menos inicialmente, escaso; pero si no fuese este el modelo o parecido, podríamos entrar en una cadena de tensiones y conflictos duraderos. No deben olvidarse los efectos de imagen, en un momento que España necesita presentarse como un Estado no fallido, de cara a las ayudas económicas exteriores; ni que, tras las independencias, vendrán las reivindicaciones sobre territorios vecinos y un posible efecto dominó sobre otras regiones españolas y Europa en su conjunto. Estamos, queridos lectores, ante el acontecimiento del siglo.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
¿TIENE FUTURO EL ESTADO DE LAS AUTONOMIAS?
Por Joaquín Javaloys
Joaquín Javaloys nos muestra la opinión de la sociedad española. “Los españoles piden un Estado sin Autonomías o de competencias muy reducidas”. "El problema de fondo es que las Autonomías son las murallas protectoras de la ciudadela de un moribundo Régimen político que se desmorona ante su impotencia para sacar a España de la crisis política, social y económica en que se encuentra inmersa; una crisis que, para muchos, hunde sus raíces en otra profunda crisis de valores y de identidad nacional".
ElEconomista.es del 17 de septiembre comenta una encuesta de la Cadena SER que pone de relieve el hartazgo que los españoles tienen de las Autonomías, y dice que “los españoles piden un Estado sin Autonomías o de competencias muy reducidas”, basándose en una encuesta suya sobre las Autonomías, cuyos resultados son los siguientes:
Suprimirlas 60,00 %
Limitar sus competencias 26,64 %
Permitir independentismo 10,99 %
Dejarlas como están 2,37 %
Estos resultados son parecidos a los obtenidos en otras encuestas sobre las Autonomías que existen en las redes sociales, como la que promueve en Twitter la Red de Blogs Comprometidos, que concluye lo siguiente: 1)Dejarlas como están, 4 %; 2)Reformarlas, 14 %; y 3)Suprimirlas, 82 %. Como puede observarse, en esta encuesta no se incluye a los partidarios del independentismo. El porcentaje de los que quieren suprimirlas es muy superior al porcentaje de la encuesta de ElEconomista.es
¿Qué ocurre para que la inmensa mayoría de los españoles quieran suprimir las Autonomías? Sencillamente, que el Estado de las Autonomías ha fracasado desde el punto de vista político y económico-social. Políticamente, porque su establecimiento se hizo para neutralizar los nacionalismos vasco y catalán; sin embargo, ahora esos nacionalismos se han radicalizado y se han convertido en independentistas, pues el Gobierno autónomico de sus territorios les facilita los recursos suficientes para gastos identitarios y para fomentar un independentismo mayor del que nunca existió anteriormente. El auge del independentismo se deduce del 11 % de partidarios que aparece en la citada encuesta de ElEconomista.es, pero sobre todo en la masiva manifestación de la celebración de la Diada de Cataluña del pasado día 11 de septiembre.
Desde el punto de vista económico-social ha fracasado porque su altísimo coste, no siempre justificable, se agrava debido a una falta de control estatal que facilita los despilfarros de los gobernantes de las CC.AA., quienes acaban financiándose con una deuda pública que ha llegado a ser inasumible, y que pone en peligro tanto la supervivencia de la propia autonomía territorial como la posibilidad de endeudamiento de un Estado cada vez menos solvente. En 2011 las CCAA costaron 86.333 millones solamente en personal y gastos corrientes. Además la existencia de las autonomías ha producido duplicidades y redundancias en la prestación de servicios públicos, lo que supone un despilfarro anual superior a 40.000 millones de euros.
El Estado de las Autonomías, el maligno cáncer que arruina a España, está en una profunda crisis, dado que el modelo autonómico no es viable por sus altísimos costes y sus exigencias financieras, a pesar de su escasa eficiencia en la prestación de servicios al ciudadano. Además, las Autonomías han roto la unidad normativa con la consiguiente quiebra de la unidad de mercado que encarece nuestros productos hasta hacerlos no competitivos a nivel europeo; así como la unidad lingüística, educativa y cultural. Puede concluirse afirmando que el Estado autonómico ha sido un fracaso político, económico y social, que ha fragmentado España. El mito de las ventajas de las Autonomías para los ciudadanos se ha venido abajo.
Desde luego, el Estado autonómico es política y financieramente insostenible, sobre todo cuando existe crisis económica generalizada. Por el costosísimo y superendeudado Estado de las Autonomías nos estamos convirtiendo en el Estado de los recortes económicos y sociales, destruyendo el Estado del Bienestar y acercándonos cada vez más a la insolvencia tanto estatal como de las CC.AA. ¡En España no hay recursos suficientes para mantener las costosas CCAA!. La enfermedad que aqueja al Estado autonómico es terminal, porque su bancarrota parece inevitable. Pero ¿quién podrá rescatar a las CC.AA.?, porque el Estado español se ha convertido ya en residual y está arruinado. ¡Nadie!. ¡El suicidio de las CC.AA. se está consumando!.
Europa y los mercados financieros nos obligarán a elegir entre el mantenimiento de nuestras ruinosas Autonomías o nuestra pertenencia a la desarrollada Europa del euro. La desaparición del Estado autonómico llegará a ser inevitable, por una mera cuestión de supervivencia. Esa será la consecuencia de que los políticos, con el enorme endeudamiento suicida de sus CC.AA., se hayan comido vorazmente su “gallina de los huevos de oro”: las Autonomías territoriales. Entonces, gracias a los compromisos con la Europa del euro, terminarán por desaparecer. ¡Estamos ya en el principio del fin de las Autonomías, en su ocaso!. La supresión de las CCAA evitaría un despilfarro anual de 120.000 millones de euros –según el catedrático de Economía R. Centeno-, lo que equivale al 12 % del Producto Interior Bruto.
¡Menos mal que existen salidas del laberinto autonómico!. Todavía estamos a tiempo de salir voluntariamente de ese laberinto, antes de que Europa tenga que rescatarnos traumáticamente. Yo he detallado algunas de esas salidas en mi libro El Ocaso de las Autonomías.
En mi opinión, las salidas más factibles del laberinto autonómico son, a corto plazo, las que conducen a un Estado unitario asimétrico porque, en principio, no exigen una modificación sustancial de la Constitución; aunque sí que sería conveniente que se llegase a un acuerdo entre el PP y el PSOE para modificar el Título VIII de la Constitución, con el fin de convertir a la autonomía territorial en algo autofinanciable, inconveniente y no atractivo. Entonces solo los nacionalistas seguirían empeñados en mantener la autonomía política en sus “nacionalidades”.
Si no se quiere modificar nada de la actual Constitución, la única salida posible sería que, como la autonomía es un derecho renunciable, las CCAA que lo acordasen (por ejemplo, solo las gobernadas por el PP) devolvieran al Estado todas sus competencias a cambio de compensaciones o grandes ventajas como la asunción de sus deudas públicas por el Estado o la concesión a ellas de excepcionales y voluminosas inversiones creadoras de puestos de trabajo; además del mantenimiento de sus actuales Gobiernos autonómicos, pero como Gobiernos regionales cuyo presidente fuese el mismo que había en su extinta Autonomía quien, además, sería el Delegado del Gobierno. De esta forma, solo las “nacionalidades” y alguna otra región (tal vez Canarias o Andalucía) mantendrían unas autonomías políticas armonizadas que, en todo caso, tendría techos competenciales y estabilidad presupuestaria.
Ciertos partidos políticos afirman que la salida del Estado de las Autonomías debería ser la implantación en España de un Estado federal, lo que quiere decir que las Comunidades autónomas se transformarían en Estados federados; o sea, que en vez de “café para todos” en el federalismo habría “café con leche para todos”. Por tanto, las Autonomías se consolidarían formalmente como Estados federados, sin solucionar el problema regional.
Pero la elección de un nuevo modelo de Estado es algo demasiado serio para dejárselo solo a los políticos. Los ciudadanos quieren mayoritariamente una recentralización política, con devolución al Estado de las competencias de las CCAA. Además quieren hacerse oír antes de que se haga una reforma estructural del Estado español. Con el fin de que los políticos, como representantes populares, sepan a qué atenerse, hay que solicitar al Gobierno que, de acuerdo con las Cortes, convoque un Referéndum sobre la configuración de las Autonomías en un futuro modelo de Estado. La convocatoria de Referéndum se haría de acuerdo con lo establecido en el artículo 92 de la Constitución y la Ley Orgánica 2/1980, de 18 de enero. Lo malo es que la casta política (grandes partidos y nacionalistas) se oponen encarnizadamente a desmontar esa mastodóntica estructura política y económica que han establecido en su propio beneficio, aunque sea perjudicial para el 90 % de los españoles. La Partitocracía se niega a reformar sustancialmente las Autonomías, a devolver muchas competencias al Estado y, mucho más todavía, a eliminar las CCAA, porque son su coto de caza, pesca y caciqueo; pero también porque la Partitocracia ha hecho de las Autonomías un pilar básico del Régimen político español de la Constitución de 1978.
El problema de fondo es que las Autonomías son las murallas protectoras de la ciudadela de un moribundo Régimen político que se desmorona ante su impotencia para sacar a España de la crisis política, social y económica en que se encuentra inmersa; una crisis que, para muchos, hunde sus raíces en otra profunda crisis de valores y de identidad nacional.
Efectivamente los políticos españoles, elegidos por los propios partidos en listas cerradas y bloqueadas por imperativo de un sistema electoral injusto y pernicioso, son cada vez más mediocres, por lo que la clase política española se ha convertido ya en una verdadera ineptocracia. El gobierno socialista de Zapatero negó empecinadamente la existencia de la crisis y, en consecuencia, la necesidad de adoptar medidas para superarla. El gobierno popular de Rajoy no adopta las medidas adecuadas y, con la austeridad, los recortes sociales y las constantes subidas de impuestos lo único que consigue es intensificar la recesión, el aumento del paro y la pobreza general; lo que está llevando a los españoles a un creciente divorcio de sus ineptos políticos, especialmente a muchos votantes del PP que observan, estupefactos, como los gobernantes con mayoría absoluta incumplen su programa electoral y pierden así la legitimidad democrática para gobernar. No es casual que en el PP se esté produciendo ya una desbandada, incluso de prestigiosos cargos representativos, porque están en disconformidad con la política del gobierno de Rajoy.
Lo peor para España es que, actualmente, no se vislumbra la solución para salir de la crisis múltiple que padece; ni en lo político, ni en lo social, ni en lo económico. Ningún partido tiene un plan a largo plazo o una estrategia para sacar a España de la crisis, que incluya crecimiento económico a corto plazo para que disminuya el paro.
A la clase política lo que le guía es el mantenimiento de sus privilegios, especialmente con las Autonomías; es decir, su interés particular, porque desde hace muchos lustros son, en terminología de Acemoglu y Robinson (en su libro Por qué fracasan las naciones),una élite extractiva que estableció “un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio”. Por eso, PP y PSOE son tan reacios a desmontar las Autonomías, porque son conscientes del perjuicio que ello acarrearía a sus particulares intereses. En cuanto al gobierno de Rajoy prefiere caer a tener que reformar profundamente el Estado de las Autonomías, su botín más preciado.
Los españoles sabemos que ha llegado el final del Régimen político de 1978 porque en España no quedan apenas políticos con sentido de Estado dispuestos a ceder sus privilegios para que retorne el bienestar a los ciudadanos. Los ciudadanos somos conscientes de que se ha iniciado el ocaso del Régimen porque la ineptocracia de nuestra casta política es tan enorme que son incapaces de sacarnos de la crisis. Por ello, nadie pide ahora nuevas elecciones generales: todos estamos seguros de que ni el actual Gobierno del PP, ni un futuro gobierno del PSOE sabría sacarnos de la crisis.
En esta dramática situación es el pueblo quien tiene que tomar la palabra y, en lo posible, el timón de España para encarrilar su rumbo y salvar lo salvable de esta nación arruinada que tan mal han dirigido los políticos del Régimen de 1978. Es preciso hacer una reforma política para elaborar una nueva Constitución democrática por unas Cortes constituyentes, que establezca un nuevo y mejor modelo de Estado.
Ha llegado el momento de comprobar el patriotismo de nuestra clase política. Sería deseable que tuviesen, por lo menos, el mismo patriotismo que los políticos franquistas que en 1977 se hicieron el harakiri para dar paso a una etapa democrática.
En la nueva Constitución deberá tenerse en cuenta la voluntad popular expresamente manifestada, en la debida forma legal, sobre el mantenimiento o no de unas Autonomías que ya son rechazadas por la mayoría de los españoles según las encuestas. Los nuevos diputados constituyentes, que deben ser elegidos por el pueblo y no por los partidos, deberán encontrar nuevos cauces para encarrilar los nacionalismos sin caer en la torpeza de querer domesticar a los nacionalistas con el señuelo de otras Autonomías, lo que podrían degenerar nuevamente en el despilfarro, el caciquismo y el independentismo de esos nacionalistas. El Estado debe buscar una solución política a los nacionalismos, respetando en lo posible la voluntad de los pueblos integrantes de España.
En definitiva, a largo plazo las Autonomías no parece que vayan a tener futuro. En todo caso ha de abrirse ya un periodo transitorio, en el que se proceda a una rápida e intensa demolición del ruinoso Estado autonómico, a la vez que se lleva a cabo un gradual desmantelamiento del Régimen político de 1978 y un paralelo establecimiento de una verdadera democracia en una nueva Constitución para una España europea.
*Joaquín Javaloys es Economista del Estado y autor de El Ocaso de las Autonomías
Suprimirlas 60,00 %
Limitar sus competencias 26,64 %
Permitir independentismo 10,99 %
Dejarlas como están 2,37 %
Estos resultados son parecidos a los obtenidos en otras encuestas sobre las Autonomías que existen en las redes sociales, como la que promueve en Twitter la Red de Blogs Comprometidos, que concluye lo siguiente: 1)Dejarlas como están, 4 %; 2)Reformarlas, 14 %; y 3)Suprimirlas, 82 %. Como puede observarse, en esta encuesta no se incluye a los partidarios del independentismo. El porcentaje de los que quieren suprimirlas es muy superior al porcentaje de la encuesta de ElEconomista.es
¿Qué ocurre para que la inmensa mayoría de los españoles quieran suprimir las Autonomías? Sencillamente, que el Estado de las Autonomías ha fracasado desde el punto de vista político y económico-social. Políticamente, porque su establecimiento se hizo para neutralizar los nacionalismos vasco y catalán; sin embargo, ahora esos nacionalismos se han radicalizado y se han convertido en independentistas, pues el Gobierno autónomico de sus territorios les facilita los recursos suficientes para gastos identitarios y para fomentar un independentismo mayor del que nunca existió anteriormente. El auge del independentismo se deduce del 11 % de partidarios que aparece en la citada encuesta de ElEconomista.es, pero sobre todo en la masiva manifestación de la celebración de la Diada de Cataluña del pasado día 11 de septiembre.
Desde el punto de vista económico-social ha fracasado porque su altísimo coste, no siempre justificable, se agrava debido a una falta de control estatal que facilita los despilfarros de los gobernantes de las CC.AA., quienes acaban financiándose con una deuda pública que ha llegado a ser inasumible, y que pone en peligro tanto la supervivencia de la propia autonomía territorial como la posibilidad de endeudamiento de un Estado cada vez menos solvente. En 2011 las CCAA costaron 86.333 millones solamente en personal y gastos corrientes. Además la existencia de las autonomías ha producido duplicidades y redundancias en la prestación de servicios públicos, lo que supone un despilfarro anual superior a 40.000 millones de euros.
El Estado de las Autonomías, el maligno cáncer que arruina a España, está en una profunda crisis, dado que el modelo autonómico no es viable por sus altísimos costes y sus exigencias financieras, a pesar de su escasa eficiencia en la prestación de servicios al ciudadano. Además, las Autonomías han roto la unidad normativa con la consiguiente quiebra de la unidad de mercado que encarece nuestros productos hasta hacerlos no competitivos a nivel europeo; así como la unidad lingüística, educativa y cultural. Puede concluirse afirmando que el Estado autonómico ha sido un fracaso político, económico y social, que ha fragmentado España. El mito de las ventajas de las Autonomías para los ciudadanos se ha venido abajo.
Desde luego, el Estado autonómico es política y financieramente insostenible, sobre todo cuando existe crisis económica generalizada. Por el costosísimo y superendeudado Estado de las Autonomías nos estamos convirtiendo en el Estado de los recortes económicos y sociales, destruyendo el Estado del Bienestar y acercándonos cada vez más a la insolvencia tanto estatal como de las CC.AA. ¡En España no hay recursos suficientes para mantener las costosas CCAA!. La enfermedad que aqueja al Estado autonómico es terminal, porque su bancarrota parece inevitable. Pero ¿quién podrá rescatar a las CC.AA.?, porque el Estado español se ha convertido ya en residual y está arruinado. ¡Nadie!. ¡El suicidio de las CC.AA. se está consumando!.
Europa y los mercados financieros nos obligarán a elegir entre el mantenimiento de nuestras ruinosas Autonomías o nuestra pertenencia a la desarrollada Europa del euro. La desaparición del Estado autonómico llegará a ser inevitable, por una mera cuestión de supervivencia. Esa será la consecuencia de que los políticos, con el enorme endeudamiento suicida de sus CC.AA., se hayan comido vorazmente su “gallina de los huevos de oro”: las Autonomías territoriales. Entonces, gracias a los compromisos con la Europa del euro, terminarán por desaparecer. ¡Estamos ya en el principio del fin de las Autonomías, en su ocaso!. La supresión de las CCAA evitaría un despilfarro anual de 120.000 millones de euros –según el catedrático de Economía R. Centeno-, lo que equivale al 12 % del Producto Interior Bruto.
¡Menos mal que existen salidas del laberinto autonómico!. Todavía estamos a tiempo de salir voluntariamente de ese laberinto, antes de que Europa tenga que rescatarnos traumáticamente. Yo he detallado algunas de esas salidas en mi libro El Ocaso de las Autonomías.
En mi opinión, las salidas más factibles del laberinto autonómico son, a corto plazo, las que conducen a un Estado unitario asimétrico porque, en principio, no exigen una modificación sustancial de la Constitución; aunque sí que sería conveniente que se llegase a un acuerdo entre el PP y el PSOE para modificar el Título VIII de la Constitución, con el fin de convertir a la autonomía territorial en algo autofinanciable, inconveniente y no atractivo. Entonces solo los nacionalistas seguirían empeñados en mantener la autonomía política en sus “nacionalidades”.
Si no se quiere modificar nada de la actual Constitución, la única salida posible sería que, como la autonomía es un derecho renunciable, las CCAA que lo acordasen (por ejemplo, solo las gobernadas por el PP) devolvieran al Estado todas sus competencias a cambio de compensaciones o grandes ventajas como la asunción de sus deudas públicas por el Estado o la concesión a ellas de excepcionales y voluminosas inversiones creadoras de puestos de trabajo; además del mantenimiento de sus actuales Gobiernos autonómicos, pero como Gobiernos regionales cuyo presidente fuese el mismo que había en su extinta Autonomía quien, además, sería el Delegado del Gobierno. De esta forma, solo las “nacionalidades” y alguna otra región (tal vez Canarias o Andalucía) mantendrían unas autonomías políticas armonizadas que, en todo caso, tendría techos competenciales y estabilidad presupuestaria.
Ciertos partidos políticos afirman que la salida del Estado de las Autonomías debería ser la implantación en España de un Estado federal, lo que quiere decir que las Comunidades autónomas se transformarían en Estados federados; o sea, que en vez de “café para todos” en el federalismo habría “café con leche para todos”. Por tanto, las Autonomías se consolidarían formalmente como Estados federados, sin solucionar el problema regional.
Pero la elección de un nuevo modelo de Estado es algo demasiado serio para dejárselo solo a los políticos. Los ciudadanos quieren mayoritariamente una recentralización política, con devolución al Estado de las competencias de las CCAA. Además quieren hacerse oír antes de que se haga una reforma estructural del Estado español. Con el fin de que los políticos, como representantes populares, sepan a qué atenerse, hay que solicitar al Gobierno que, de acuerdo con las Cortes, convoque un Referéndum sobre la configuración de las Autonomías en un futuro modelo de Estado. La convocatoria de Referéndum se haría de acuerdo con lo establecido en el artículo 92 de la Constitución y la Ley Orgánica 2/1980, de 18 de enero. Lo malo es que la casta política (grandes partidos y nacionalistas) se oponen encarnizadamente a desmontar esa mastodóntica estructura política y económica que han establecido en su propio beneficio, aunque sea perjudicial para el 90 % de los españoles. La Partitocracía se niega a reformar sustancialmente las Autonomías, a devolver muchas competencias al Estado y, mucho más todavía, a eliminar las CCAA, porque son su coto de caza, pesca y caciqueo; pero también porque la Partitocracia ha hecho de las Autonomías un pilar básico del Régimen político español de la Constitución de 1978.
El problema de fondo es que las Autonomías son las murallas protectoras de la ciudadela de un moribundo Régimen político que se desmorona ante su impotencia para sacar a España de la crisis política, social y económica en que se encuentra inmersa; una crisis que, para muchos, hunde sus raíces en otra profunda crisis de valores y de identidad nacional.
Efectivamente los políticos españoles, elegidos por los propios partidos en listas cerradas y bloqueadas por imperativo de un sistema electoral injusto y pernicioso, son cada vez más mediocres, por lo que la clase política española se ha convertido ya en una verdadera ineptocracia. El gobierno socialista de Zapatero negó empecinadamente la existencia de la crisis y, en consecuencia, la necesidad de adoptar medidas para superarla. El gobierno popular de Rajoy no adopta las medidas adecuadas y, con la austeridad, los recortes sociales y las constantes subidas de impuestos lo único que consigue es intensificar la recesión, el aumento del paro y la pobreza general; lo que está llevando a los españoles a un creciente divorcio de sus ineptos políticos, especialmente a muchos votantes del PP que observan, estupefactos, como los gobernantes con mayoría absoluta incumplen su programa electoral y pierden así la legitimidad democrática para gobernar. No es casual que en el PP se esté produciendo ya una desbandada, incluso de prestigiosos cargos representativos, porque están en disconformidad con la política del gobierno de Rajoy.
Lo peor para España es que, actualmente, no se vislumbra la solución para salir de la crisis múltiple que padece; ni en lo político, ni en lo social, ni en lo económico. Ningún partido tiene un plan a largo plazo o una estrategia para sacar a España de la crisis, que incluya crecimiento económico a corto plazo para que disminuya el paro.
A la clase política lo que le guía es el mantenimiento de sus privilegios, especialmente con las Autonomías; es decir, su interés particular, porque desde hace muchos lustros son, en terminología de Acemoglu y Robinson (en su libro Por qué fracasan las naciones),una élite extractiva que estableció “un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio”. Por eso, PP y PSOE son tan reacios a desmontar las Autonomías, porque son conscientes del perjuicio que ello acarrearía a sus particulares intereses. En cuanto al gobierno de Rajoy prefiere caer a tener que reformar profundamente el Estado de las Autonomías, su botín más preciado.
Los españoles sabemos que ha llegado el final del Régimen político de 1978 porque en España no quedan apenas políticos con sentido de Estado dispuestos a ceder sus privilegios para que retorne el bienestar a los ciudadanos. Los ciudadanos somos conscientes de que se ha iniciado el ocaso del Régimen porque la ineptocracia de nuestra casta política es tan enorme que son incapaces de sacarnos de la crisis. Por ello, nadie pide ahora nuevas elecciones generales: todos estamos seguros de que ni el actual Gobierno del PP, ni un futuro gobierno del PSOE sabría sacarnos de la crisis.
En esta dramática situación es el pueblo quien tiene que tomar la palabra y, en lo posible, el timón de España para encarrilar su rumbo y salvar lo salvable de esta nación arruinada que tan mal han dirigido los políticos del Régimen de 1978. Es preciso hacer una reforma política para elaborar una nueva Constitución democrática por unas Cortes constituyentes, que establezca un nuevo y mejor modelo de Estado.
Ha llegado el momento de comprobar el patriotismo de nuestra clase política. Sería deseable que tuviesen, por lo menos, el mismo patriotismo que los políticos franquistas que en 1977 se hicieron el harakiri para dar paso a una etapa democrática.
En la nueva Constitución deberá tenerse en cuenta la voluntad popular expresamente manifestada, en la debida forma legal, sobre el mantenimiento o no de unas Autonomías que ya son rechazadas por la mayoría de los españoles según las encuestas. Los nuevos diputados constituyentes, que deben ser elegidos por el pueblo y no por los partidos, deberán encontrar nuevos cauces para encarrilar los nacionalismos sin caer en la torpeza de querer domesticar a los nacionalistas con el señuelo de otras Autonomías, lo que podrían degenerar nuevamente en el despilfarro, el caciquismo y el independentismo de esos nacionalistas. El Estado debe buscar una solución política a los nacionalismos, respetando en lo posible la voluntad de los pueblos integrantes de España.
En definitiva, a largo plazo las Autonomías no parece que vayan a tener futuro. En todo caso ha de abrirse ya un periodo transitorio, en el que se proceda a una rápida e intensa demolición del ruinoso Estado autonómico, a la vez que se lleva a cabo un gradual desmantelamiento del Régimen político de 1978 y un paralelo establecimiento de una verdadera democracia en una nueva Constitución para una España europea.
*Joaquín Javaloys es Economista del Estado y autor de El Ocaso de las Autonomías
lunes, 17 de septiembre de 2012
INDEPENDENCIAS Y MENTIRAS
( Antonio Robles publicado en LIbertad Digital el 13 de septiembre de 2012 y reproducido en el blog "Catalibanes")
Ya no es hora de advertir. Quien no se haya despertado a estas alturas, no lo hará nunca. El nacionalismo catalán ha logrado el éxito más increíble. No me refiero a las 300 ó 600.000 personas sacadas a la calle, sino haberlo hecho envuelto en aires de libertad y pose de víctimas con un discurso profundamente reaccionario, sin que nadie parezca percibirlo como tal. Ese es su peligro, y no su número. De ahí la superioridad moral que exhiben contra la progresividad fiscal sin ni siquiera ruborizarse. Y sin que la izquierda y los sindicatos digan ni mu. Bueno, en realidad personajes como Pepe Álvarez de UGT sí dicen, pero a favor de todos los mantras nacionalistas. Un mafioso no serviría mejor al señor que le paga el bocadillo.
Ha cristalizado una confianza infinita en el sueño de la independencia. Ya no respetan el tabú que hacía de la secesión un abismo. De tanto traspasar la línea roja sin que haya consecuencia alguna ni reproche, han acabado por creerse de verdad que pueden alcanzar el sueño. Se han vuelto inmunes a la responsabilidad, todo les parece posible sin coste alguno. Una gran mentira, pero ¿quién se quiere ocupar de esa nimiedad cuando al otro lado de una simple manifestación está la tierra prometida?
No se sienten con ningún deber ético ni democrático con el resto de ciudadanos españoles, ni les importa un carajo la separación de poderes. Ellos están por encima de ellos, porque la democracia es española. Hasta el respeto a ésta pasa por el adjetivo catalana: sólo es democracia si es catalana. Por eso incumplen cualquier sentencia que cuestione su construcción nacional.
Si ese medio millón de personas tuviera frente a ellos a los socialistas del PSC, al resto de la izquierda, y junto a los liberales no nacionalistas plantaran batalla, esa manifestación de esteladas, con sus marchas de antorchas encendidas, sólo sería la ultraderecha tópica y racista de cualquier país europeo actual. Un peligro, sin lugar a dudas, pero reducido a la nada por la oposición poderosa de la razón y los valores de la libertad.
Desgraciadamente, no estamos en ese escenario democrático, sino en el de los típicos contextos fascistas (postmodernos). No tienen oposición. Han alcanzado la hegemonía cultural y con ella se ha disparado el desprecio por todo cuanto no es idéntico a ellos mismos. Cuando hace años denuncié en una conferencia en la Universidad de Salamanca que el ejército de Cataluña eran los maestros y los periodistas, me dijeron de todo. Hoy ese ejército ha envenenado la mente y el corazón de dos generaciones de jóvenes y ha desatado los instintos más resentidos de los humillados por el franquismo. El monstruo pronto exigirá a sus creadores el tributo envenenado de pesadillas que le inocularon para arrastrarle a asustar a Madrid.
Pero la realidad es tozuda. El independentismo miente, manipula nuestras emociones y nos convierte en irresponsables. Dentro de la masa, todos se sienten inmunes. Pueden decir y hacer cuánto se les antoje. Y llevar adelante las peores empresas. Incluso contra sí mismos.
Políticos y periodistas son lo mismo en Cataluña: Mònica Terribas, la exdirectora de TV3, y actual consejera delegada y editora del diario independentista ARA, citaba al catalanista Joan Sales en el acto institucional de la Diada del 11 de septiembre: "Desde hace 500 años los catalanes hemos sido unos imbéciles". Y se preguntaba con voz engolada: "¿Se trata, pues, de dejar de ser catalanes? No, se trata de dejar de ser imbéciles".
P.D. No han ganado la guerra, sólo una batalla, la de la propaganda y la sugestión. España aún no ha hecho nada en estos 30 años. Han avanzado como el ejército alemán en Polonia. Sin oposición alguna. Es hora de que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición dejen sus tentaciones partidistas y se unan para contrarrestar tanta demagogia. España debe movilizar a sus líderes culturales, políticos, económicos y deportivos. La guerra populista que nos preparan la están ganando con el control de los medios de comunicación y la escuela. Despierten. O mañana será tarde. Nada está perdido. Todo es posible todavía.
Ya no es hora de advertir. Quien no se haya despertado a estas alturas, no lo hará nunca. El nacionalismo catalán ha logrado el éxito más increíble. No me refiero a las 300 ó 600.000 personas sacadas a la calle, sino haberlo hecho envuelto en aires de libertad y pose de víctimas con un discurso profundamente reaccionario, sin que nadie parezca percibirlo como tal. Ese es su peligro, y no su número. De ahí la superioridad moral que exhiben contra la progresividad fiscal sin ni siquiera ruborizarse. Y sin que la izquierda y los sindicatos digan ni mu. Bueno, en realidad personajes como Pepe Álvarez de UGT sí dicen, pero a favor de todos los mantras nacionalistas. Un mafioso no serviría mejor al señor que le paga el bocadillo.
Ha cristalizado una confianza infinita en el sueño de la independencia. Ya no respetan el tabú que hacía de la secesión un abismo. De tanto traspasar la línea roja sin que haya consecuencia alguna ni reproche, han acabado por creerse de verdad que pueden alcanzar el sueño. Se han vuelto inmunes a la responsabilidad, todo les parece posible sin coste alguno. Una gran mentira, pero ¿quién se quiere ocupar de esa nimiedad cuando al otro lado de una simple manifestación está la tierra prometida?
No se sienten con ningún deber ético ni democrático con el resto de ciudadanos españoles, ni les importa un carajo la separación de poderes. Ellos están por encima de ellos, porque la democracia es española. Hasta el respeto a ésta pasa por el adjetivo catalana: sólo es democracia si es catalana. Por eso incumplen cualquier sentencia que cuestione su construcción nacional.
Si ese medio millón de personas tuviera frente a ellos a los socialistas del PSC, al resto de la izquierda, y junto a los liberales no nacionalistas plantaran batalla, esa manifestación de esteladas, con sus marchas de antorchas encendidas, sólo sería la ultraderecha tópica y racista de cualquier país europeo actual. Un peligro, sin lugar a dudas, pero reducido a la nada por la oposición poderosa de la razón y los valores de la libertad.
Desgraciadamente, no estamos en ese escenario democrático, sino en el de los típicos contextos fascistas (postmodernos). No tienen oposición. Han alcanzado la hegemonía cultural y con ella se ha disparado el desprecio por todo cuanto no es idéntico a ellos mismos. Cuando hace años denuncié en una conferencia en la Universidad de Salamanca que el ejército de Cataluña eran los maestros y los periodistas, me dijeron de todo. Hoy ese ejército ha envenenado la mente y el corazón de dos generaciones de jóvenes y ha desatado los instintos más resentidos de los humillados por el franquismo. El monstruo pronto exigirá a sus creadores el tributo envenenado de pesadillas que le inocularon para arrastrarle a asustar a Madrid.
Pero la realidad es tozuda. El independentismo miente, manipula nuestras emociones y nos convierte en irresponsables. Dentro de la masa, todos se sienten inmunes. Pueden decir y hacer cuánto se les antoje. Y llevar adelante las peores empresas. Incluso contra sí mismos.
Políticos y periodistas son lo mismo en Cataluña: Mònica Terribas, la exdirectora de TV3, y actual consejera delegada y editora del diario independentista ARA, citaba al catalanista Joan Sales en el acto institucional de la Diada del 11 de septiembre: "Desde hace 500 años los catalanes hemos sido unos imbéciles". Y se preguntaba con voz engolada: "¿Se trata, pues, de dejar de ser catalanes? No, se trata de dejar de ser imbéciles".
- Jugar a la puta y a la ramoneta durante 30 años con el resto de españoles y presentar al catalanismo de CiU como un sincero colaborador del Estado, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Asegurarnos que España nos roba, mientras CiU ha esquilmado 3,3 millones de euros del Palau de la Música, y Felix Millet sigue en la calle, eso sí que es tomarnos por imbéciles a los ciudadanos catalanes.
- Asegurarnos que el expolio fiscal es el culpable de los 48.000 millones de déficit y no el despilfarro y la desastrosa gestión del gasto público de los diferentes gobiernos de la Generalitat, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Difundir que Cataluña se puede separar de España sin traumas y seguir en la Unión Europea, cuando la realidad jurídica es que se quedaría fuera de la UE, y su retorno sería complicadísimo por tener que ser admitida por unanimidad –cuando Francia, por ejemplo, sería la primera interesada en que no cundiera el ejemplo en Córcega, la Bretaña, Aquitania, el Rosellón o el País Vasco francés–, eso sí que es tratarnos a los ciudadanos catalanes como imbéciles. O reconocerlo, como ha hecho Jordi Pujol, para añadir a continuación "que no sería tan grave", eso es tomarnos por imbéciles y con recochineo.
- Encizañar a los catalanes con el expolio fiscal sin contraponer las ventajas del mercado español como cliente, y los peligros de perderlo, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Lograr convencernos de que estudiar en la lengua materna era un derecho humano inalienable cuando los niños catalanohablantes eran obligados a estudiar en castellano, y decirnos lo contrario ahora, para impedir que tengan ese mismo derecho a estudiar en la lengua materna los niños castellanohablantes, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Ocultar que, una vez fuera de Europa, nadie aseguraría las pensiones de nuestros jubilados, porque no hay dinero ni para los gastos corrientes del mes que viene, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Hacernos creer que una vez logrado el Estado propio, la cohesión social sería aún mayor porque la lengua catalana sería la única oficial y habríamos salvado la cultura catalana, cuando semejante racismo cultural provocaría el enfrentamiento, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Vendernos que la democracia consiste en el derecho a decidir, incluso por encima de la separación de poderes, la constitución y el cumplimiento de las sentencias judiciales, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Decirnos que lo primero es la independencia y después ya veremos, eso sí que es tomarnos por imbéciles y jugar con nuestra hacienda y nuestras vidas.
- Convencernos de que si Cataluña se separa de España, igualmente podría seguir jugando la liga de fútbol con ella, eso sí que es tomarnos por imbéciles; o lo contrario, que si nos separamos –para los nacionalistas no existe el principio de contradicción– el Barça y el Español jugarían siempre la champions leage, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Enzarzarnos con el resto de españoles, insultarlos, despreciarlos, y pretender que sigan comprando nuestros productos, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Pretender convencernos de que con la independencia las tensiones sociales se reducirían a cero, nuestra hacienda pública acabaría con el paro y la renta per cápita se dispararía, cuando es con ella donde empezarían las frustraciones, la inestabilidad, la desconfianza de los mercados, y los odios entre los excluidos por el nuevo orden, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Enseñar que la Guerra de Sucesión a la corona de España fue una guerra entre España y Cataluña y sacralizar a Rafael de Casanova por morir heroicamente en el cerco a Barcelona de 1714, cuando lo hizo a los 82 años como un español más, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
- Difundir que salimos a la calle dos millones de personas, cuando matemáticamente es imposible que en el espacio ocupado quepan más de 600.000, eso sí que es tomarnos por imbéciles.
P.D. No han ganado la guerra, sólo una batalla, la de la propaganda y la sugestión. España aún no ha hecho nada en estos 30 años. Han avanzado como el ejército alemán en Polonia. Sin oposición alguna. Es hora de que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición dejen sus tentaciones partidistas y se unan para contrarrestar tanta demagogia. España debe movilizar a sus líderes culturales, políticos, económicos y deportivos. La guerra populista que nos preparan la están ganando con el control de los medios de comunicación y la escuela. Despierten. O mañana será tarde. Nada está perdido. Todo es posible todavía.
viernes, 14 de septiembre de 2012
¿QUE HACE QUE ESPAÑA SUFRA LA PEOR CRISIS ECONÓMICA DE SU HISTORIA?
miércoles, 12 de septiembre de 2012
EL LEJANO HORIZONTE EUROPEO
Por
Rosa Massagué
– 11 septiembre, 2012Publicado en: Autores, INTERNACIONAL, POLíTICALa Unión Europa ha estado siempre en el horizonte de países que aspiraban a procesos democratizadores. Ha sido su garante. Lo fue primero de una Grecia que dejaba atrás una dictadura militar. Lo mismo ocurrió con España y Portugal. Y después con los países que habían vivido al otro lado de lo que se llamaba el telón de acero, de aquellos países de Europa del Este que habían vivido sometidos a regímenes comunistas.
Aunque ahora no se trata de otro proceso democratizador –llevamos más de tres décadas viviendo en democracia y siempre se ha votado en libertad, aunque alguno habrá que no lo crea–, entra dentro de la lógica que la UE esté en el horizonte del proceso de independencia. Pero no nos engañemos. Hoy por hoy, ni siquiera mañana o pasado, ni, ni… Bruselas está por esta labor.
La UE ya ha hablado. De entrada, considera que se trata de una cuestión interna. O sea, primero hay que resolver la independencia entre Madrid y Barcelona. Y en el caso de que se alcance, el nuevo Estado queda automáticamente excluido de la UE y sus ciudadanos pierden sus derechos europeos.
A partir de entonces hay que pedir la adhesión e iniciar el proceso según el Tratado de la UE. Hasta aquí todo es factible. El haber pertenecido a la Unión y haber asumido todo su acervo facilitaría las cosas, pero la experiencia europea podría servir de poco. La gran dificultad estaría en conseguir el necesario voto unánime de los países miembros para abrir la puerta al nuevo Estado.
Si algo puso de manifiesto la fallida Constitución Europea fue que en la UE quien manda son los Estados y, aun habiendo perdido soberanía en cuestiones como la moneda, aquellos no están dispuestos a perder un ápice de su integridad y por ello a no sentar precedentes.
¿Es imaginable que Francia, país centralista donde los haya, vote la adhesión de Catalunya, o de Escocia? ¿O lo hagan países con grandes e inquietas minorías en su interior como es el caso de Hungría, Rumanía o Eslovaquia?
Ciertamente, nada hay que sea inamovible. La misma UE ha dado muestras de saber adaptarse en tantas ocasiones. Pero otras cuestiones son las que preocupan en Bruselas. En primerísimo lugar, la crisis del euro.
Pero también está la llamada fatiga de ampliación causada por la entrada todavía no digerida por completo de los países del Este.
Asimismo hay una cola de aspirantes oficiales que empieza por Croacia y sigue por Turquía, Macedonia, Islandia, Montenegro, Serbia y Albania, además de los candidatos potenciales Bosnia-Herzegovina y Kosovo. ¿Estaría la UE dispuesta a crear un carril rápido para Catalunya?
Aunque el horizonte sea Europa, lo dicho hasta aquí es pura especulación. Quizá cuando se alcance, si se alcanza, la independencia, Europa haya dejado de ser el puerto al que dirigirse, hundida por su incapacidad para superar el nacionalismo de sus Estados miembros e inerte ante el empuje económico y cultural de su vecino oriental, el gran continente asiático.
Y volviendo a la Europa de hoy, lo que no puede tener cabida en ella son frases como esta: “Cuando se gire la tortilla, quien no sea independentista será un traidor” (Joel Joan dixit). Esta UE a la que aspira el independentismo se caracteriza entre otras cosas por “el pluralismo, la no discriminación” y “la tolerancia” (artículo 2 del Título I del Tratado de la Unión Europea).
domingo, 9 de septiembre de 2012
INCOHERENCIAS
Enrique García-Máiquez en el Diario de Cádiz el 09.09.2012
ME duele, porque mi patriotismo, aunque no se lleve, lo llevo por bandera, pero España está hecha, además de unos zorros, un país de locos. Las incoherencias corren sueltas, como pollos sin cabeza, y entre los principios que se traicionan destaca el de no contradicción. No hay donde poner los ojos que no sea un desplante al sentido común y la lógica. El Gobierno dijo que tenía que excarcelar a Bolinaga por imperativo legal. La ley dice que, en caso de enfermedad, puede hacerlo. Pero si ese presunto imperativo existiera, el resultado dejaría más en evidencia al Gobierno. Habiendo, como hay, presos enfermos encarcelados, estaríamos ante una prevaricación multitudinaria, y en perjuicio de reo. (Claro que menos respaldados por sus entornos que el etarra.)
La polémica alrededor de la educación diferenciada es otro síntoma de anemia lógica. La retirada de los conciertos a la educación no mixta es justificada por su carácter discriminatorio. Pero la discriminación está terminantemente prohibida por el art. 14 de la Constitución. Si de veras fuese discriminatoria, no bastaría, pues, con quitar conciertos y dejarla para quien pueda pagarla. O es discriminatoria y entonces hay que prohibirla en todo caso, o no lo es (como no lo es, según la UNESCO) y entonces cuesta trabajo encontrar un fundamento a la idea de que sea sólo para quienes puedan costearla. Que es, increíblemente, el argumento que repiten aquellos que presumen tanto de mayor sensibilidad hacia los pobres.
El razonamiento de Gallardón para acabar con el aborto por malformaciones o enfermedades del feto es impecable. Pero si tan injusto es (como es) que se eliminen a discapacitados y enfermos, ¿a qué se espera para prohibirlo ya? ¿No ve Gallardón que mientras va pasando el tiempo se sigue cometiendo esa injusticia que él ha tenido el valor de denunciar? Para subir los impuestos o cambiar la Constitución en materia fiscal, bien que corren. Y otra incoherencia: dicen que el aborto en caso de embarazo por violación se permitirá. ¿No es igual de injusto eliminar a alguien por alguna enfermedad como por haber tenido un padre indeseable? ¿No se trata de otra discriminación brutal? Justificarlo por el sufrimiento de la madre, parece tanto como negar ese sufrimiento en el caso de un hijo enfermo. En ambos casos se sufre, por desgracia, y de lo que se trata es de defender el bien mayor (la vida del hijo inocente), procurando paliar el dolor con todas nuestras fuerzas y sin ahogar un mal en abundancia de mal.
Hay más casos: nacionalistas pidiendo dinero al Estado para sostener hábitos soberanistas, conservadores que conservan más que nada las políticas progresistas, derrochadores que se indignan porque nadie les presta dinero… La confusión política generalizada no es más que un pálido reflejo del lío que tenemos en nuestras cabezas.
La polémica alrededor de la educación diferenciada es otro síntoma de anemia lógica. La retirada de los conciertos a la educación no mixta es justificada por su carácter discriminatorio. Pero la discriminación está terminantemente prohibida por el art. 14 de la Constitución. Si de veras fuese discriminatoria, no bastaría, pues, con quitar conciertos y dejarla para quien pueda pagarla. O es discriminatoria y entonces hay que prohibirla en todo caso, o no lo es (como no lo es, según la UNESCO) y entonces cuesta trabajo encontrar un fundamento a la idea de que sea sólo para quienes puedan costearla. Que es, increíblemente, el argumento que repiten aquellos que presumen tanto de mayor sensibilidad hacia los pobres.
El razonamiento de Gallardón para acabar con el aborto por malformaciones o enfermedades del feto es impecable. Pero si tan injusto es (como es) que se eliminen a discapacitados y enfermos, ¿a qué se espera para prohibirlo ya? ¿No ve Gallardón que mientras va pasando el tiempo se sigue cometiendo esa injusticia que él ha tenido el valor de denunciar? Para subir los impuestos o cambiar la Constitución en materia fiscal, bien que corren. Y otra incoherencia: dicen que el aborto en caso de embarazo por violación se permitirá. ¿No es igual de injusto eliminar a alguien por alguna enfermedad como por haber tenido un padre indeseable? ¿No se trata de otra discriminación brutal? Justificarlo por el sufrimiento de la madre, parece tanto como negar ese sufrimiento en el caso de un hijo enfermo. En ambos casos se sufre, por desgracia, y de lo que se trata es de defender el bien mayor (la vida del hijo inocente), procurando paliar el dolor con todas nuestras fuerzas y sin ahogar un mal en abundancia de mal.
Hay más casos: nacionalistas pidiendo dinero al Estado para sostener hábitos soberanistas, conservadores que conservan más que nada las políticas progresistas, derrochadores que se indignan porque nadie les presta dinero… La confusión política generalizada no es más que un pálido reflejo del lío que tenemos en nuestras cabezas.
viernes, 7 de septiembre de 2012
APRENDICES EN ALEMANIA
(Manuel Molares do Val, en sus Crónicas Bárbaras del 07 de Septiembre de 2012)
Los empresarios españoles que se reunieron con los alemanes esta semana para conocer los programas que reducen el desempleo juvenil tenían mucho más cerca a alguien que podía explicárselos por haberlos seguido: el Secretario General de CC.OO, Ignacio Fernández Toxo.
Aunque quizás Toxo rehuiría exponer su experiencia: tendría que reconocer que se formó durante el franquismo con esos sistemas, ahora alemanes, que le permitieron ser aprendiz y oficial con trabajo fijo en Bazán de Ferrol, hoy Navantia.
Uno de los errores del posfranquismo fue que para que nada recordara al dictador además de destruir lo malo suyo, también demolió lo bueno. Se tiró el agua sucia del barreño con varios niños dentro.
Así, se denostó y truncó una política hidráulica y de trasvases iniciada en la II República, y que Franco continuó para atenuar los déficits hídricos del país.
En nombre del ecologismo progresista se cancelaron los programas forestales, también iniciados en la República. "Cuando un bosque se quema algo suyo se quema", decía la publicidad con Franco aún vivo. El Perich, dibujante comunista, añadía "Algo suyo se quema, señor Conde" como si los bosques fueron sólo de la aristocracia.
Los expertos, los ingenieros de montes, no se atrevieron a protestar no fuera que los asimilaran al antiguo régimen; ahora apagamos incendios.
Otro niño desechado fue ese sistema de estudiantes-aprendices que formó millares de magníficos técnicos para distintas industrias y actividades.
Una estupidez ideológica: los creadores y primeros instructores de las escuelas de aprendices eran profesionales represaliados por el franquismo a los que se les impedía ejercer sus titulaciones en la construcción de buques.
Los reciclaban encargándoles enseñarle “las marías” a los aprendices.
Gracias a ellas los alumnos de Bazán en Ferrol, Cádiz o Cartagena resultaron técnicos cotizados en empresas de toda España, y centroeuropeas durante los años de emigración.
Fernández Toxo se dedicó al sindicalismo, pero su origen estuvo en aquellas escuelas que daban acceso además a las Universidades Laborales, otro niño arrojado también con el agua sucia.
------
Suscribirse a:
Entradas (Atom)