Publicado en: Autores, INTERNACIONAL, POLíTICA
– 11 septiembre, 2012La Unión Europa ha estado siempre en el horizonte de países que aspiraban a procesos democratizadores. Ha sido su garante. Lo fue primero de una Grecia que dejaba atrás una dictadura militar. Lo mismo ocurrió con España y Portugal. Y después con los países que habían vivido al otro lado de lo que se llamaba el telón de acero, de aquellos países de Europa del Este que habían vivido sometidos a regímenes comunistas.
Aunque ahora no se trata de otro proceso democratizador –llevamos más de tres décadas viviendo en democracia y siempre se ha votado en libertad, aunque alguno habrá que no lo crea–, entra dentro de la lógica que la UE esté en el horizonte del proceso de independencia. Pero no nos engañemos. Hoy por hoy, ni siquiera mañana o pasado, ni, ni… Bruselas está por esta labor.
La UE ya ha hablado. De entrada, considera que se trata de una cuestión interna. O sea, primero hay que resolver la independencia entre Madrid y Barcelona. Y en el caso de que se alcance, el nuevo Estado queda automáticamente excluido de la UE y sus ciudadanos pierden sus derechos europeos.
A partir de entonces hay que pedir la adhesión e iniciar el proceso según el Tratado de la UE. Hasta aquí todo es factible. El haber pertenecido a la Unión y haber asumido todo su acervo facilitaría las cosas, pero la experiencia europea podría servir de poco. La gran dificultad estaría en conseguir el necesario voto unánime de los países miembros para abrir la puerta al nuevo Estado.
Si algo puso de manifiesto la fallida Constitución Europea fue que en la UE quien manda son los Estados y, aun habiendo perdido soberanía en cuestiones como la moneda, aquellos no están dispuestos a perder un ápice de su integridad y por ello a no sentar precedentes.
¿Es imaginable que Francia, país centralista donde los haya, vote la adhesión de Catalunya, o de Escocia? ¿O lo hagan países con grandes e inquietas minorías en su interior como es el caso de Hungría, Rumanía o Eslovaquia?
Ciertamente, nada hay que sea inamovible. La misma UE ha dado muestras de saber adaptarse en tantas ocasiones. Pero otras cuestiones son las que preocupan en Bruselas. En primerísimo lugar, la crisis del euro.
Pero también está la llamada fatiga de ampliación causada por la entrada todavía no digerida por completo de los países del Este.
Asimismo hay una cola de aspirantes oficiales que empieza por Croacia y sigue por Turquía, Macedonia, Islandia, Montenegro, Serbia y Albania, además de los candidatos potenciales Bosnia-Herzegovina y Kosovo. ¿Estaría la UE dispuesta a crear un carril rápido para Catalunya?
Aunque el horizonte sea Europa, lo dicho hasta aquí es pura especulación. Quizá cuando se alcance, si se alcanza, la independencia, Europa haya dejado de ser el puerto al que dirigirse, hundida por su incapacidad para superar el nacionalismo de sus Estados miembros e inerte ante el empuje económico y cultural de su vecino oriental, el gran continente asiático.
Y volviendo a la Europa de hoy, lo que no puede tener cabida en ella son frases como esta: “Cuando se gire la tortilla, quien no sea independentista será un traidor” (Joel Joan dixit). Esta UE a la que aspira el independentismo se caracteriza entre otras cosas por “el pluralismo, la no discriminación” y “la tolerancia” (artículo 2 del Título I del Tratado de la Unión Europea).
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