Este cuadro de Zurbarán, "Defensa de Cádiz", ilustra perfectamente el objetivo y prioridad de nuestra asociación.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Atemorizados, pobres, parados, insomnes y desconfiados

Por Jose Antonio Zarzalejos

Publicado en El Confidencial(02/11/11)


¿Cómo estamos los españoles al borde del inicio de la campaña electoral? En una crisis brutal. Para empezar, no nos llega la camisa al cuello con el anuncio de Georges Papandreu. Si la peregrina y desleal idea del presidente del Gobierno heleno -¿es o no una decisión?— de someter a referéndum el segundo rescate a Grecia prospera, demos por desbaratada la zona euro y asumamos que las consecuencias serán de la peor factura para España. Caeremos en el pánico como ayer las Bolsas de toda Europa. El miedo genera angustia y por eso nos avisan los psiquiatras y psicólogos: sus consultas se llenan. Y los farmacéuticos constatan que venden tantos ansiolíticos como laxantes.

Además de atemorizados, somos pobres. Nada menos que el 21,8% de los hogares está por debajo del umbral del riesgo de pobreza según el INE. Este porcentaje ha crecido vertiginosamente porque en 2009 se situaba en el 19,5%. Además, un 36% de los españoles no pueden hacer frente a un gasto imprevisto y la desigualdad de ingresos entre los ciudadanos se ha disparado. Sólo Letonia, Rumania y Lituania nos preceden en ese ranking tan ominoso.

Obviamente, somos más pobres porque hay menos trabajo: si la EPA se desestacionaliza como nos explicaba en El Confidencial Carlos Sánchez la semana pasada, ya hemos superado los cinco millones de desempleados, el 20% cabezas de familia. El paro registrado de octubre –se conocerá mañana— no hará otra cosa que seguir la senda negativa de la Encuesta de Población Activa, autentico artefacto explosivo de carácter social que queda paliado por la urdimbre familiar, los ahorros –que merman—y un nivel de fraude no pequeño.

Pero es que los españoles, además, somos gente insomne, es decir, faltos de sueño porque no hemos hecho la revolución horaria que requieren nuestra productividad y nuestra salud. El puente que terminó ayer –y el que se presenta en diciembre con la concatenación del aniversario de la Constitución y la fiesta de la Inmaculada—rompe cualquier coherencia en el sostenimiento de la productividad. Aunque no somos el país con más días feriados (según la Dirección General de Trabajo, en 2012 habrá 9 fiestas nacionales, a las que hay que añadir las autonómicas y municipales hasta un total de 16) parecemos incapaces de unirlos para evitar los “puentes” o los “acueductos” como hacen nuestros vecinos europeos que pasan a lunes o viernes los festivos y no rompen la cadena laboral a mitad de semana.

La CEOE negocia con los sindicatos imponer el sistema europeo. Al tiempo, comienzan a percibirse un movimiento ya cierto para cambiar los horarios. Comemos –demasiado y durante excesivo tiempo— a primera hora de la tarde cuando las empresas del Continente están en plena producción; y alargamos el horario hasta horas intempestivas mientras nos espera en casa el prime time televisivo más atrasado de la vieja Europa. Con lo cual nuestra productividad es baja, nuestros horarios despilfarradores, la conciliación difícil y el sueño, escasísimo. De ahí que se explique la cada vez más perceptible irritabilidad y mala leche nacional.

Se busca terapeuta para un país enfermo
Además, somos tremendamente desconfiados. A veces esa es una cualidad; a veces un defecto. Es cualidad cuando no creemos las intenciones de los terroristas. Según una encuesta de El País publicada el 23 de octubre, la mayoría de los consultados, según preguntas formuladas de distinta forma, no creía que la declaración de ETA de “cese de la actividad armada” implicase el final del terrorismo de la banda. Parecidos –aunque más abultados— resultados obtuvo el diario El Mundo en la encuesta que publicó sobre el mismo tema el día 24 del mes pasado: el 69% de los consultados no creía en las “buenas” intenciones de la organización terrorista.

Un país con una población con una tasa de paro que más que duplica la de la Unión Europea; con un porcentaje de casi el 22% de hogares en el umbral de riesgo de pobreza; con horarios dislocados y descoordinados con los europeos –en estos somos una excepción total— y que no se cree lo que sus políticos y la mayoría de los medios de comunicación dicen que es una buena noticia (el fin del terrorismo), se encuentra en una disposición colectiva de naturaleza psicológica, verdaderamente preocupante. Necesitada, sin duda, de algún tipo de terapia. Más aún después de que Georges Papandreu nos haya pegado un susto que no lo mejora ni la más aterradora careta de Halloween.

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