Por Carlos Boyero, publicado en El País (12/12/2010)
He escuchado varias veces en boca de gente que escribe sobre televisión (incluso puedo haberlo dicho yo en algún momento enfático o pensando que quedaba guay) que esta tiene la función de una ventana a través de la cual miras el mundo. Y se supone que la vida es algo complejo en la que ocurren todo tipos de cosas, divertidas y patéticas, sonrojantes y perturbadoras, que en el gran bazar hay de todo. Pero no es cierto. Hagan la prueba siguiendo con heroica asiduidad la programación de Telecinco y cualquier cerebro y sensibilidad con parámetros normales llegará a la desolada conclusión de que si la existencia es lo que vomita esa triunfante cadena, convendría cambiar de planeta, comprender demasiado bien la certidumbre de Neruda : "Sucede que me canso de ser hombre". No han llegado todavía a programar el suicidio en directo que imaginó el guionista Paddy Chayefsky en Network, pero todo se andará si perciben algún desfallecimiento en su millonaria audiencia. Psicólogos y sociólogos se pondrían las botas analizando el proceso mental de los incansables fabricantes y conductores de mugre.
Telecinco lleva dos semanas ofreciendo sin prisas y sin pausas el protagonismo absoluto a un delincuente de expresividad viscosa, discurso inarticulado, aura de chantajista y de matón, llamado Rodríguez Menéndez. Han montado esta abyecta película con supuesto tono acusatorio y juicio público hacia este gánster huido, machacado por sus antiguas víctimas, una corte de macarras, estafadores, cotillas hepáticas, traficantes de todo lo vendible, putas redimidas, princesas de corrala, etcétera, que antes formaban la corte y participaron en los sucios bisnes de este Padrino de corrala. Todos son siniestros en este simulacro con afanes naturalistas, en esta cloaca chillona, melodramática y soez.
El cine y la literatura negra norteamericana son memorables entre muchas cosas por la calidad y el estilo de sus villanos, por la mezcla de luces y sombras. Aquí todo es casposo y zarzuelero. Los malos no infunden respeto y miedo. Solo vergüenza ajena.
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