Editorial de El País
Si de sabios es rectificar, más aún es hacerlo rápidamente. El primer ministro griego, el socialista Yorgos Papandreu, canceló ayer su lamentable decisión de convocar un referéndum para someter a la aprobación ciudadana el segundo plan europeo de rescate de su país. Y a cambio, fraguó un principio de acuerdo con el principal partido de la oposición, la conservadora Nueva Democracia, para que ésta se sume a la aprobación del plan y se incorpore a un Gobierno de coalición.
La doble buena noticia hay que tomarla con cautelas. En la atribulada, fracturada y pasional política griega no se puede vender la piel del oso antes de hora. Los detalles del procedimiento a seguir, así como de una (lógica) desconvocatoria de la moción de confianza que debía celebrarse hoy, pueden torcer todavía el buen rumbo recuperado. Aunque el intenso dramatismo de las últimas horas presagia que la situación se estabilice.
A la desconvocatoria del referéndum ha contribuido una amalgama de factores: desde la oposición unánime de la opinión pública y de los gobernantes de la Unión Europea, hasta la amenaza de congelar la entrega de los 8.000 millones del sexto tramo del primer plan de rescate, pasando por elementos internos de Grecia. Entre ellos, la rebelión de parte del partido del Gobierno contra su líder y la inédita receptividad de la derecha a aprobar el rescate, tras meses de obstaculizar tanto el actual como el anterior, así como las reformas de ambos derivadas.
La retirada de la consulta y la formación de un nuevo Gobierno desbloquean el callejón sin salida en el que se había metido Grecia y con ella la UE. Habrá que ver su plasmación: el formato y mandato del nuevo Ejecutivo, si es de mera transición o alberga mayores ambiciones; su duración, minimalista para asegurar el rescate, o del resto de la legislatura para consolidar la economía en recesión; su presidencia, a cargo de un técnico o de un político; la presencia o ausencia en él de los principales líderes... Casi todo estaba anoche entre interrogantes; pero la respuesta a muchos de ellos quizá ofrezca un modo novedoso en la formalización de la dialéctica de las operaciones de salvamento. Lo esencial es que el súbito caos de la eurozona surgido el martes parece enderezado de momento.
Para un cierre menos agrio del desgraciado incidente, los líderes de la UE deberían ahora examinar la posibilidad de completar el paquete de rescate con nuevas medidas de estímulo a la economía griega, pues su salida de la recesión es lo único que garantizará el repago de la deuda y su normalización. El estreno de Mario Draghi en el BCE, rebajando por sorpresa un cuartillo el tipo de interés, debería marcar la tendencia: completar la firmeza con flexibilidad, imaginación y un mayor oído social. También deberían afinar el fondo de rescate puesto en pie, cuya debilidad es patente: si fue incapaz el miércoles de colocar bonos por 3.000 millones, ¿cómo adquirirá una potencia inversora de un billón de euros?
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