Por Jose Antonio Zarzalejos
Publicado en El Confidencial (12/11/2011)
En las monarquías parlamentarias, los Gobiernos de turno tienen la obligación de proteger al titular de la Corona y a su familia de sus propias torpezas e insuficiencias y ofrecer a la Jefatura del Estado un espacio institucional que la haga positivamente visible ante la opinión pública. Tony Blair salvó a la familia Windsor de su peor crisis cuando logró convencer a la Reina Isabel II de que debía enlutarse por su ex nuera, Diana Spencer, y homenajearla públicamente, porque el pueblo británico, en aquel verano de 1997, la consideraba la “princesa del pueblo” frente a la altiva familia real que permanecía atrincherada en su residencia veraniega de Balmoral tras el terrible accidente que costó la vida a ex esposa del Príncipe de Gales en el parisino puente de Alma.
Hace dos semanas, el premier conservador, David Cameron, sacó adelante una reforma radical de la Corona británica al conseguir que los 16 países de la Commonwealth que tienen a la Reina Isabel II como jefa de sus Estados -el total de la mancomunidad británica de naciones engloba a 54 países- suprimiesen la prevalencia del varón sobre la mujer en la sucesión al trono y la prohibición de que el titular de la Corona matrimonie con persona de fe católica. En pocas semanas, el Gobierno tory ha logrado revertir 300 años de tradición normativa en la Monarquía sin mayores polémicas.
Cae la popularidad de la Monarquía
En 1997 el laborista Blair y en 2011 el conservador Cameron supieron gestionar la Monarquía cuando los que la encarnan ni eran entonces ni son ahora un dechado de ejemplaridad. La desestructurada familia real británica -repleta de matrimonios rotos, algunos con trayectorias poco transparentes, con demasiados privilegios, fortunas y excesiva holganza- sobrevive a sus propia mediocridad gracias a la solvencia de la Reina y al fuerte sentido institucional de los gobiernos de turno que, además de gestionar las funciones de la Jefatura del Estado con buena mano, han fortalecido en torno a la figura de la Reina los lazos de la comunidad de naciones que en su momento constituyó el Imperio Británico.
En España, el Gobierno de Rodríguez Zapatero -a diferencia del de Felipe González y el de José María Aznar- ha descuidado el amparo y la gestión de la función de la Corona. El que fuera presidente del PP -se dice- no tuvo unas magníficas relaciones con don Juan Carlos, pero jamás desatendió el prestigio de la Corona, incluso desde la discrepancia con el titular o con miembros de su entorno familiar. No es que tengamos tampoco nosotros una familia real estructurada y sin mácula. Por el contrario, en no pocas ocasiones -sea por unos o por otros y siempre por motivos diversos- el Rey y su familia no parecen atravesar por los mejores momentos de cohesión y ejemplaridad. La pituitaria popular es muy sensible a esta situación y por eso en el último barómetro de CIS, publicado en los medios el pasado 27 de octubre, la Monarquía “registra el primer suspenso”. Efectivamente, la Corona obtenía en el aprecio popular nada más que un 4,89, calificación sin precedentes.
El fracaso iberoamericano
La XXI cumbre Iberoamericana celebrada los días 27,28 y 29 de Octubre en Asunción (Paraguay) fue un completo fracaso: de los 22 Estados de pleno derecho, sólo 11 enviaron a sus jefes de Estado o de Gobierno, desairando al Rey que ejerce en estas reuniones anuales de auténtica referencia de los países de habla española y portuguesa, tanto por razones históricas y encomienda constitucional como por la posición geoestratégica de España como puerta de entrada a la Unión Europea. El Gobierno -por error o por incompetencia- no logró insuflar nuevas energías a un foro que se concibió estratégicamente. Desde que en Santiago de Chile en 2007, el Rey tuviera que salir en defensa de Zapatero frente a Chávez (“¿Por qué no te callas”?), nuestra particular Commonwealth, agoniza. Quizás pueda pensarse que no es importante que lo haga. En absoluto. Mantener fuertes lazos con los países hispanos es bueno para la economía, el idioma y la cultura españoles, la posición internacional de nuestro país y la preservación de un espacio de protagonismo internacional del Rey de España.
El fracaso de la XXI Cumbre Iberoamericana es coherente con otros anteriores que impactan sobre la Corona. La agenda estadista del Rey ha sido reducida en los últimos cuatro años; las visitas de Estado a Madrid se han limitado extraordinariamente; las actividades del Jefe del Estado han perdido relevancia y resultan rutinarias. Otro tanto ocurre con el Príncipe de Asturias, más activo por los problemas de salud de su padre al que ha sustituido con éxito por su rigor y entrega, pero al que se debe complementar con actividades de su consorte que trasciendan a su agotadora presencia en las revistas ‘del corazón’, en las que se destaca banalmente sus encantos personales y la exhibición de su variada indumentaria.
El caso Urdangarín
Si a esas circunstancias añadimos las últimas informaciones, nada edificantes, que afectan al marido de la duquesa de Palma, Iñaki Urdangarín, al que el fiscal acusa con su socio de “apoderamiento de fondos públicos”, lo que constituye una imputación material aunque no formal, llegaríamos fácilmente a la conclusión de que es necesario alertar sobre el deterioro que ha sufrido la reputación de la Monarquía en España, hasta el punto de que don Juan Carlos, desde la eclosión del asunto, no ha hecho aparición pública, ausencia justificada en una recaída de su dolencia en el talón de Aquiles.
Parte de este desgaste hay que atribuirlo al Gobierno, que no ha sabido gestionar la institución en los ámbitos que le son propios, ni detener actividades que podrían comprometer la transparencia de entorno del Jefe del Estado. El Ejecutivo y la Casa del Rey debieron propiciar que el consorte de la Infanta Cristina se dedicase a un trabajo transparente, pero no a hacer negocios. Cuando se le apartó de ellos -a través de Telefónica que lo empaquetó a la capital de EE UU- ya fue tarde.
La irresponsabilidad del yerno del Rey es de un calibre sólo comparable a la falta de eficacia de los controles que debieran estar permanentemente activados para que casos así no sucedieran. El golpe que ha dado a la institución Iñaki Urdangarín es de mayor envergadura y alcance que el divorcio de la Infanta Elena de Jaime Marichalar, e, incluso, superior al riesgo con el que el Príncipe de Asturias, contraviniendo la tradición dinástica, se desposó con persona de no contrastada adecuación a los deberes que debe afrontar como Princesa de Asturias y futura reina. Es hora de que en la Zarzuela se haga una seria autocrítica.
Libros sobre el Rey
Van a salir en breve, y hay ya textos en preparación, nuevos libros sobre el Rey y su familia. Alguno/s no serán demasiados complacientes. El paradigma de la comunicación ha cambiado y los pactos de responsable silencio son superados por el tiempo y las nuevas tecnologías de la información. La Monarquía es un artefacto institucional delicado, sólo protegido por el afecto de la opinión pública y la sensibilidad del Gobierno. Para España, la Corona ha sido una bendición desde 1975 y en otros períodos de la historia. Pero ni la Monarquía ni cualquier otra institución pueden vivir de las rentas.
Hemos de advertirlo quienes, en una larga militancia monárquica, de profunda convicción democrática, deseamos larga vida al Rey y la perpetuación de la Monarquía parlamentaria como forma de Estado para España. Cuando en nuestro país ha estado ausente la Corona se han desatado los demonios familiares, y vencido las dictaduras. Monarquía y democracia han venido siendo conceptos políticos equivalentes. Todos sin excepción han de estar al servicio de esa identificación entre la institución vértice del Estado y el sistema de libertades: desde El Rey y su familia a los Gobiernos de turno. El nuevo Ejecutivo debe poner en su lista de tareas, la rehabilitación social y política de la Jefatura del Estado aprovechando la energía del cambio que implica y la renovación desde septiembre pasado en la Jefatura de la Casa del Rey en la persona del diplomático -hombre de probada valía y lealtad- Rafael Spottorno Díaz-Caro.
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