Por Antonio Casado
Publicado en El Confidencial (21/02/2012)
Con los papeles cambiados el poder se parece a sí mismo. El signo político del titular no importa. Hace unos días el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, nos sorprendía con su afirmación de que una ETA inactiva pasa a ser un problema político. Quién nos lo iba a decir: la política antiterrorista de un Gobierno del PP tan cerca de Rubalcaba, tan lejos de Mayor Oreja.
Recuérdese la apremiante propuesta del candidato socialista del 20-N sobre una revisión del calendario fiscal europeo para no ahogarse en marcas de déficit imposibles de conseguir. Propuesta descalificada por su adversario electoral, el ya presidente Rajoy, que entonces juraba que España cumpliría sus compromisos. Aquella idea de Rubalcaba, como hemos sabido después del encuentro de ambos en Moncloa, se ha incluido en la nueva hoja de ruta oficial.
Hagamos memoria del obstruccionismo del PP. Debidamente instrumentalizados, las malas noticias económicas y el malestar social alfombraron el camino de Rajoy a la Moncloa. Salvo a última hora (mandato constitucional de equilibrio presupuestario), el PP dejó solo a Zapatero en su dramática lucha por impedir la bancarrota del país. Y ahora descubre que no todo era tan desechable en la herencia socialista. El nuevo Gobierno acaba de proclamar que las reformas aprobadas por el anterior, rechazadas en su día por el PP, “contribuyen a reforzar la solvencia de España”, según un informe del Ministerio de Economía para formar criterio de los inversores en deuda pública. Y el propio Luis de Guindos ha reconocido elogiosamente el trabajo de su antecesora, Elena Salgado.
Item más, ayer nos enteramos de que el presidente, Mariano Rajoy, firma junto a otros colegas europeos una carta dirigida a los presidentes del Consejo y de la Comisión, Van Rompuy y Durao Barroso, respectivamente, reclamando medidas orientadas a la reactivación y el crecimiento. Tesis central del líder del PSOE en el debate sobre el ‘tijeretazo’ de Nochevieja.
Si añadimos la disposición del PSOE a respaldar la política del Gobierno en temas de Estado (terrorismo, política exterior, defensa y funcionamiento institucional), veremos que los socialistas se achican el espacio para ejercer la oposición y marcar diferencias, pero van a aprovecharlo. La reforma laboral les brinda la oportunidad de reconciliarse con los sindicatos y empezar a recuperar a sus desalentados votantes. Por ahí va el frente común escenificado el domingo pasado en la calle. El impacto de las movilizaciones ha debido ser mayor del previsto, a juzgar por la redoblada agresividad de la derecha sin complejos contra las organizaciones sindicales.
En Ferraz hacen planes. Con oposición útil y constructiva, guerra sin cuartel frente a la contrarreforma. De momento, la del mercado de trabajo, que nos encamina hacia la sociedad del sálvese quien pueda si el tándem de sindicatos e izquierda política no lo impide. En la calle y en el Parlamento, en el uso de sus respectivos derechos de representación parlamentaria y sindical. También el Gobierno, el PP y sus terminales mediáticas están en su derecho a persuadir a los ciudadanos de que, como dice Rajoy, son ellos “los verdaderos defensores de quienes peor lo están pasando”.
Se enfrentan dos lecturas de la reforma laboral reñidas entre sí: la esperanza del parado por lograr un puesto de trabajo, aunque sea precario y mal pagado, frente al creciente miedo a perderlo de quienes ya lo tienen ¿Cuál de las dos causas pesará más en el ánimo de los ciudadanos? La batalla acaba de empezar.
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