Por Federico Quevedo
Publicado en El Confidencial (11/04/2012)
Son muchas las sensaciones, las ideas, las reflexiones desde que el lunes por la mañana se desatara el caos en los aledaños del poder. Intentaré ponerlas en orden en este post, pero de entrada se podrían resumir en esa frase que ayer por la tarde me decía un destacado dirigente del Partido Popular: “España se hunde y el Gobierno, en lugar de hacer frente a la situación, esconde la cabeza debajo del ala”.
No sé si es excesivamente gráfica esa descripción, y si responde del todo a la realidad, pero es evidente que este Gobierno, que había comenzado a dar sus primeros pasos con mucha firmeza, muy convencido de lo que tenía que hacer y muy dispuesto a hacerlo contra viento y marea, de pronto es como si hubiera tenido un traspié y ya no fuera capaz de volver a recuperar el paso.
¿Qué ha ocurrido? Probablemente no sea un solo factor, sino una conjunción de ellos lo que ha llevado al Gobierno al desconcierto. El primero, sin duda, fue el resultado inesperado de las elecciones andaluzas. Hasta ese momento, parecía tenerlo todo previsto, incluso el coste que le suponía levantar el pie del acelerador de las reformas para no entorpecer la campaña de Javier Arenas, porque ese coste era asumible si el PP terminaba la noche del 25M siendo el futuro Gobierno de Andalucía. No fue así, y recibió la primera cruz en la frente y, para añadir más leña al fuego, los mercados y nuestros socios europeos aumentaron la presión sobre el Ejecutivo en el que empezaban a ver debilidades donde antes había fortalezas.
La huelga general que, en los mismos términos de seguimiento en los que se produjo, hubiera sido considerada un fracaso de haber logrado el PP sus propósitos electorales, sin embargo se saldó de modo positivo para los sindicatos precisamente por haber ocurrido lo contrario, y eso añadió más tensión a las circunstancias graves que ya se cernían sobre nuestro país.
Primer error, los Presupuestos
El equipo de Rajoy creyó que podría contrarrestar esos efectos con la presentación de unos Presupuestos Generales del Estado que intentaban por un lado convencer a los mercados con un duro ajuste y a la vez a la opinión pública al no tocar ni de lejos las principales partidas de gasto social. Un equilibrio casi imposible que el Gobierno se empeñó en romper con una injusta y muy poco convincente en términos recaudatorios amnistía fiscal, lo que, lejos de calmar los recelos de unos y de otros, lo que hizo fue aumentarlos. En esas circunstancias nos adentramos en una Semana Santa que fue eso más que nunca, Semana de Pasión, hasta el punto de deslucir los primeros cien días del nuevo Gobierno.
Y llegó el lunes de Pascua y el traspié se convirtió en tropezón cuando primero el ministro de Economía plantea una reflexión, nada personal y sí bastante pública, sobre el modo en que debe financiarse la Sanidad y es pretendidamente enmendado por nada menos que el número tres del Partido Popular en un absurdo ejercicio de funambulismo político que nunca debió haberse producido.
Unas horas más tarde, el Gobierno intentaba corregir el desaguisado con una nota de prensa informativa de una reunión en Moncloa en la que se había aprobado nada menos que un recorte de 10.000 millones de euros en Sanidad y Educación, de cuyos pormenores nos iríamos enterando por entregas a lo largo de la tarde hasta bien entrada la noche. Según el Gobierno, todo entraba dentro de lo previsto, pero lo cierto es que la apariencia de improvisación era demoledora y además suponía una enmienda a los Presupuestos sin que estos hayan empezado siquiera su trámite parlamentario.
Y si lo que se pretendía era calmar supuestamente a los mercados, nada más lejos del objetivo que el desplome ayer de la Bolsa y la nueva escalada de nuestra prima de riesgo hasta posiciones que solo conocimos en los peores momentos vividos por el anterior Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. O sea, estamos donde estábamos hace un año, y es lógico que haya quien se pregunte si ha merecido la pena el cambio, teniendo en cuenta que si antes decíamos que aquello era un problema de credibilidad del Gobierno, habrá que convenir ahora que seguimos teniendo ese mismo problema de credibilidad.
Al borde de la intervención
¿Qué es lo que pasa? Básicamente son cuatro los elementos que nos han conducido de nuevo a una situación que nos sitúa al borde de la intervención:
Primero: Una perspectiva muy negativa de crecimiento económico para los próximos meses.
Segundo: Unos presupuestos que no terminan de atajar el problema del gasto público desorbitado porque sigue manteniendo unas estructuras del mismo que deberían ser objeto de una profunda reforma. A cambio se suben impuestos directos, lo que penaliza el consumo y la inversión.
Tercero: Las dudas que planean sobre el sistema financiero, por un lado, y sobre la verdadera disposición de las Comunidades Autónomas a reducir sus niveles de gasto y embridar sus déficits públicos, sobre todo en el caso de Andalucía.
Cuarto: Un Gobierno que de pronto parece haber abandonado el camino de las reformas y que, lejos de aquel mensaje de sinceridad y transparencia con que llegó al poder, ahora nos oculta la realidad de la situación y comete errores garrafales de comunicación que perjudican aún más nuestra imagen y contribuyen al descrédito.
Ese es el escenario tal cual se percibe en el exterior, y también en el interior. La realidad, sin embargo, es algo distinta porque, si bien es cierto que los Presupuestos Generales del Estado no han respondido a las expectativas, también lo es que hasta ese momento España estaba haciendo lo que hasta ahora hemos llamado los deberes, si por eso entendemos la reforma laboral y la reforma financiera, e incluso la ley de Estabilidad Presupuestaria que debe poner firmes a las autonomías. De hecho, si comparamos con otros países de nuestro entorno en situación parecida, cabe afirmar que España ha hecho un ajuste mucho mayor que el italiano, donde Monti no se ha atrevido a desmontar el impresionante sector público de aquel país y sólo ha privatizado las licencias de taxi. El problema es que esas reformas tardan en tener efecto, sus resultados requieren tiempo, y para cubrir la transición entre la adopción de las reformas y la llegada del crecimiento económico, España necesita liquidez, financiación, y con unos mercados financieros cerrados al crédito, la única alternativa se llama Banco Central Europeo, es decir, que vuelva a actuar como prestamista de nuestra economía, cosa que no está haciendo por imposición alemana. Eso es lo que nos llevó a la ‘debacle’ de ayer.
Abandonar el Euro, ¿algo más que una amenaza?
¿Qué puede ocurrir? Una posibilidad sería suspender pagos, pero sería inaceptable para un país como el nuestro y además solo retrasaría lo inevitable, es decir, la intervención, que es la segunda posibilidad y, sin duda alguna, la más dañina para nuestro país. De hecho, la intervención vendría a tener el efecto de un Golpe de Estado económico ya que es más que probable que fuera acompañada de la imposición de alguna clase de troika económica que manejara los destinos del país, exponiéndonos a una perspectiva traumática: la de una década de recesión o crecimiento cero, con caídas sucesivas de los salarios y una creciente conflictividad social que nos acabaría retrotrayendo a treinta o cuarenta años atrás.
¿Podemos aceptar eso? Sin duda alguna, no. Ni lo puede aceptar el país, ni lo puede aceptar el Gobierno, de ahí que la única salida que tiene Mariano Rajoy para volver a forzar a Bruselas, y sobre todo a Berlín, para que el BCE actúe como lo que debe ser, como un prestamista para las economías con problemas como la nuestra, es la amenaza de salida del Euro, y en estas circunstancias incluso que la amenaza se convierta en realidad sería, seguramente, el menor de nuestros problemas y, si cabe, a lo mejor hasta la solución.
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