Por Joan Tapia
Publicado en El Confidencial (03/04/2012)
Es Semana Santa el tiempo se estira y el próximo martes no escribiré porque el lunes de Pascua es fiesta en Cataluña. Disculpen pues que sea algo más extenso de lo habitual. La semana pasada escribí sobre el congreso de CDC en el que dominó –no por primera vez- la tesis soberanista. La clave es que en Reus, con aplauso general, el soberanismo se destapó independentista.
Pero hacer avanzar esa agenda no es fácil. CiU no tiene mayoría y ni el PPC ni el PSC la van a apoyar. Y Durán Lleida está callado, luego no es feliz. Pero CDC no se ha vuelto loca. Sintoniza, aunque puede derrapar, con un sentimiento de desafección con España que describía bien José Montilla, un 'president' nacido en Andalucia.
¿Por qué la desafección?. En Madrid se cree que es porque el nacionalismo ha dominado la Generalitat desde 1980. Pero el ABC de Luis María Anson hizo a Jordi Pujol español del año y en el caso GAL –cuando la derecha española quiso liquidar a Felipe González tras no lograrlo con la OTAN- Pujol demostró mas sentido de Estado (español) que Aznar.
Pero como la gran asignatura de este decenio es superar la crisis conviene analizar lo que pasa con racionalidad, no con la asepsia que me atribuye un amable lector. Lo único importante a corto (y a largo –Keynes dixit- todos muertos) es evitar que la autonomía española (y la catalana) sea maltratada por una Europa poco europeísta y que no sabe bien adónde va pero que tiene una moneda única de la que no nos interesa salir.
Vamos a ello. Todas las encuestas dicen que en Cataluña el independentismo no es mayoritario pero que la desafección crece. Y en Madrid se generan dos respuestas negativas, tampoco mayoritarias. La primera: ¡pero qué se han creído!, ¡son España y punto! La segunda, ¡pues que se larguen, que estamos hartos!
Si a la crisis le añadimos la exacerbación de un conflicto nacional -que desde el 77 a casi el 2000 no gestionamos mal-, no ganamos nada. Para mí el problema se agravó cuando, en círculos diferentes, se empezó a predicar que había que acabar con la ambigüedad. El éxito de la transición y la Constitución fue precisamente la ambigüedad. Roca y Sole Tura podían decir en Cataluña que el termino “nacionalidades” –y el trato diferente a las autonomías históricas- era un reconocimiento “nacional”. Y Alfonso Guerra y Fernando Abril creían que la Constitución blindaba la unidad nacional. Funcionó.
Pero luego resucitó en España el “cainismo”, el que en un país mas atrasado llevó a la guerra civil. Aznar ganó en el 96 envuelto en el nacionalismo ¡y criticando algo tan inocente como la cesión socialista del 15% del IRPF a Cataluña! Y en la calle Génova aquella noche se gritó “Pujol, enano, habla en castellano”. Pero la aritmética parlamentaria hace mas milagros que Fátima y Pujol y Aznar se entendieron. Luego la mayoría absoluta de Aznar lo complicó todo.
Y cuando el PP volvió a la oposición, convirtió en una prioridad el combate contra el nuevo Estatut. Había habido errores, como la marginación del PPC, pero lo votó el 85% del Parlament. Y las Cortes españolas lo corrigieron y le dieron luz verde. Los dos grandes partidos catalanes –CiU y PSC – aceptaron la rebaja y el pueblo catalán lo aprobó en referendo por amplia mayoría pese a la oposición –por motivos antagónicos- del PPC y ERC.
Pero el PP no sólo recurrió al Constitucional una ley orgánica aprobada en Cortes por todos los grupos menos él, sino que lanzó en toda España una campaña contraria. Por ser suaves, algo anticatalana. El objetivo no era sólo el Estatut sino (cainismo español) liquidar a Zapatero. Pero aquella versión “light” de “ni roja ni rota” envenenó las cosas en Cataluña, donde además el partido nacionalista moderado, dominante desde el 80, estaba frustrado por la pérdida de la Generalitat. Hacer política a corto (ganar las próximas elecciones) con un asunto vidrioso como el encaje de una nacionalidad (Constitución dixit) en una nación, es insensato. Aunque lo hagan políticos que presumen de templados.
Lo mas grave fue que después algo votado por el Parlament, por las dos cámaras españolas y por el pueblo catalán, fue anulado en parte –tras años de esperpéntico espectáculo- por el Tribunal Constitucional. Que el cainismo (AP llevaba al Constitucional, al que convertía en tercera cámara, todo lo que el PSOE aprobaba) provocara que el PSOE liquidara el recurso previo de inconstitucionalidad (que una ley recurrida no entre en vigor hasta su revisión por el Constitucional) es algo curioso. Y de lo que el Estatut no tenía ninguna culpa.
Rajoy –aparte de los errores del catalanismo y del PSC- recurrió el Estatut para satisfacer al nacionalismo español y para liquidar a Zapatero. Y luego este no logró (¿por desidia?, ¿por falta de convencimiento?) que el Constitucional avalara lo que él –como presidente del Gobierno español- pactó y dijo que era un paso histórico. Fue (crisis aparte) su gran fracaso político. La consecuencia es que en muchos catalanes que no votan al PPC y al PSC -la mayoría en las elecciones catalanas pero no en las legislativas- haya subido la desafección. Y el nacionalismo se ha radicalizado.
Ahí estamos. ¿Por qué no constatar que la exacerbación del conflicto no ayuda a resolver los problemas de la España y la Cataluña del 2012? Claro que lo miro no con asepsia pero si recordando una definición de Timothy Garton Ash, que no comparto pero que creo que tiene cierta dosis de verdad: una nación es un conjunto de ciudadanos a los que une la antipatía hacia sus vecinos y algunas erróneas creencias sobre su pasado.
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