LA situación de falta de empleo en nuestros pueblos y barrios es tan preocupante que no es, en absoluto, desproporcionado situar la creación de puestos de trabajo digno como una de las principales obras de misericordia -usando el lenguaje del catecismo que aprendimos en la escuela- que hoy se nos está pidiendo.
No voy a recordarles las cifras de desempleo que en nuestra región andaluza ya ha pasado lo socialmente admisible; y si no fuera por la solidaridad familiar, sobre todo de los abuelos, habrían desencadenado un estallido social. Es escandalosa la tasa de desempleo de los jóvenes, con lo que conlleva de falta de futuro, de perspectivas vitales y de horizontes humanos. Es cierto que nuestros jóvenes no tienen, en general, problemas para subsistir gracias a la red de seguridad de las familias. Pero en absoluto pueden ni deben conformarse con estar dependiendo sine die de sus progenitores.
El problema, mirado en su profundidad, es más grave por cuanto sus causas no son coyunturales. En Andalucía el problema del desempleo es estructural: falta un tejido productivo mínimamente consistente que permita confiar en que acabada la crisis se acabará el problema del paro. Muchos años hemos confiado en el turismo, en la construcción y en las ayudas europeas para sustentar el Estado de bienestar al que nos hemos acostumbrado. Dos de esos pilares se han venido abajo, y no se ha generado una economía civil que sirva de sustento a las coberturas que exigimos al Estado. El dinero fácil e injusto de la construcción y el dinero fácil y dilapidado de la UE se han acabado.
A esta altura de la situación, quien mira a la comunidad de los cristianos, a la Iglesia, la mira buscando una ayuda asistencial, tan necesaria como lastimosa; una limosna que es pan para hoy -al menos eso-, pero seguir en precario mañana. La Iglesia como institución no tiene la responsabilidad de crear un tejido productivo justo; no es una tarea específica de su misión potenciar la creación de puestos de trabajo. Pero la Iglesia no es sólo la institución eclesial. Iglesia son también todos los laicos cristianos, abogados, notarios, albañiles, políticos, médicos, estudiantes, parados, trabajadores del campo, empresarios, emprendedores, etc. que quieren vivir la fe en Cristo. La construcción de una sociedad más humana pasa hoy por la regeneración de un tejido productivo justo en nuestro pueblo. Y toda la Iglesia, tanto desde su nivel institucional, como desde la militancia personal de cada uno de sus miembros, estamos encartados en este reto, en esta interpelación del Espíritu y de la Historia.
En algunas diócesis andaluzas hay instituciones específicamente encargadas de posibilitar, a través de asesoramiento y financiación, pequeñas iniciativas de auto-empleo; en la dióceis de Sevilla es la fundación Marcelo Spínola. Cáritas también se ha caracterizado por apoyar iniciativas de auto-empleo. Pero hoy por hoy esto es claramente insuficiente.
Cuando Juan el Bautista, encarcelado en Maqueronte, envió algunos discípulos a preguntar a Jesucristo si era de verdad el Mesías esperado, sabemos que le respondió con los hechos: devolvió la vista a algunos ciegos, hizo andar a algunos tullidos, resucitó a algún muerto y anunció a los pobres la Buena Noticia. También hoy -y en todo tiempo-, cuando nos pregunten a los cristianos si somos los portadores de la Buena Noticia que Cristo inició en la historia, tendremos que responder con los hechos. Y en parte lo hacemos. Pero hoy el signo más relevante del Reino que necesita nuestra sociedad es que los cristianos nos preocupemos eficazmente por impulsar la creación de puestos de trabajo y que seamos catalizadores de iniciativas de empleo sostenible y decente. Todos los cristianos de los distintos ámbitos de la Iglesia, desde la jerarquía hasta los fieles, pasando por los diversos movimientos de apostolado -se llamen como se llamen y tengan la sensibilidad religiosa diferenciada que tengan- hemos de poner el horizonte de la creación de un tejido productivo justo como un reto de nuestra fe y como uno de los signos que el Espíritu nos pide.
Naturalmente que las condiciones estructurales de la economía han de cambiar y hay responsables de hacerlo. Pero esas condiciones estructurales, económico-financieras, sólo serán eficaces si hay personas que ponen al trabajador en el centro de la actividad económica. Si la codicia, la corrupción y la inhibición de la mayoría nos han traído a esta crisis inhumana, serán la decencia, la honradez para con las personas en situación de desempleo, y la responsabilidad de cada uno de nosotros en particular, la que vaya alumbrando un tejido productivo justo.
No voy a recordarles las cifras de desempleo que en nuestra región andaluza ya ha pasado lo socialmente admisible; y si no fuera por la solidaridad familiar, sobre todo de los abuelos, habrían desencadenado un estallido social. Es escandalosa la tasa de desempleo de los jóvenes, con lo que conlleva de falta de futuro, de perspectivas vitales y de horizontes humanos. Es cierto que nuestros jóvenes no tienen, en general, problemas para subsistir gracias a la red de seguridad de las familias. Pero en absoluto pueden ni deben conformarse con estar dependiendo sine die de sus progenitores.
El problema, mirado en su profundidad, es más grave por cuanto sus causas no son coyunturales. En Andalucía el problema del desempleo es estructural: falta un tejido productivo mínimamente consistente que permita confiar en que acabada la crisis se acabará el problema del paro. Muchos años hemos confiado en el turismo, en la construcción y en las ayudas europeas para sustentar el Estado de bienestar al que nos hemos acostumbrado. Dos de esos pilares se han venido abajo, y no se ha generado una economía civil que sirva de sustento a las coberturas que exigimos al Estado. El dinero fácil e injusto de la construcción y el dinero fácil y dilapidado de la UE se han acabado.
A esta altura de la situación, quien mira a la comunidad de los cristianos, a la Iglesia, la mira buscando una ayuda asistencial, tan necesaria como lastimosa; una limosna que es pan para hoy -al menos eso-, pero seguir en precario mañana. La Iglesia como institución no tiene la responsabilidad de crear un tejido productivo justo; no es una tarea específica de su misión potenciar la creación de puestos de trabajo. Pero la Iglesia no es sólo la institución eclesial. Iglesia son también todos los laicos cristianos, abogados, notarios, albañiles, políticos, médicos, estudiantes, parados, trabajadores del campo, empresarios, emprendedores, etc. que quieren vivir la fe en Cristo. La construcción de una sociedad más humana pasa hoy por la regeneración de un tejido productivo justo en nuestro pueblo. Y toda la Iglesia, tanto desde su nivel institucional, como desde la militancia personal de cada uno de sus miembros, estamos encartados en este reto, en esta interpelación del Espíritu y de la Historia.
En algunas diócesis andaluzas hay instituciones específicamente encargadas de posibilitar, a través de asesoramiento y financiación, pequeñas iniciativas de auto-empleo; en la dióceis de Sevilla es la fundación Marcelo Spínola. Cáritas también se ha caracterizado por apoyar iniciativas de auto-empleo. Pero hoy por hoy esto es claramente insuficiente.
Cuando Juan el Bautista, encarcelado en Maqueronte, envió algunos discípulos a preguntar a Jesucristo si era de verdad el Mesías esperado, sabemos que le respondió con los hechos: devolvió la vista a algunos ciegos, hizo andar a algunos tullidos, resucitó a algún muerto y anunció a los pobres la Buena Noticia. También hoy -y en todo tiempo-, cuando nos pregunten a los cristianos si somos los portadores de la Buena Noticia que Cristo inició en la historia, tendremos que responder con los hechos. Y en parte lo hacemos. Pero hoy el signo más relevante del Reino que necesita nuestra sociedad es que los cristianos nos preocupemos eficazmente por impulsar la creación de puestos de trabajo y que seamos catalizadores de iniciativas de empleo sostenible y decente. Todos los cristianos de los distintos ámbitos de la Iglesia, desde la jerarquía hasta los fieles, pasando por los diversos movimientos de apostolado -se llamen como se llamen y tengan la sensibilidad religiosa diferenciada que tengan- hemos de poner el horizonte de la creación de un tejido productivo justo como un reto de nuestra fe y como uno de los signos que el Espíritu nos pide.
Naturalmente que las condiciones estructurales de la economía han de cambiar y hay responsables de hacerlo. Pero esas condiciones estructurales, económico-financieras, sólo serán eficaces si hay personas que ponen al trabajador en el centro de la actividad económica. Si la codicia, la corrupción y la inhibición de la mayoría nos han traído a esta crisis inhumana, serán la decencia, la honradez para con las personas en situación de desempleo, y la responsabilidad de cada uno de nosotros en particular, la que vaya alumbrando un tejido productivo justo.
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