Por José L. Lobo
Publicado en El Confidencial (28/09/2011)
La impúdica cohabitación entre políticos y periodistas exhibida el pasado lunes en los majestuosos salones de la Embajada de Francia, testigos del photocall montado por Pedro J. Ramírez para promocionar su último libro, no sólo ha herido la sensibilidad de muchos lectores de El Confidencial. También le ha hecho un flaco favor al auténtico periodismo, que vive sus horas más bajas carcomido por el cáncer de la falta de credibilidad e independencia, y a un sistema democrático que no anda sobrado de ética ni estética, incapaz siquiera de tapar -o al menos disimular- sus propias vergüenzas.
Entre quienes se daban codazos por rendir pleitesía al todavía poderoso director de El Mundo no faltaban editores y directores de medios de comunicación, los mismos que luego lamentan el declive imparable de la prensa tradicional y acuden sin recato a los poderes públicos en busca de ayudas económicas para salvar sus negocios, como si ellos mismos no fueran los sepultureros; ni tampoco políticos de todos los pelajes, ésos que de cuando en cuando se dan golpes de pecho y derraman lágrimas de cocodrilo por la indiferencia, cuando no el desprecio, que los ciudadanos sienten hacia ellos y los partidos a los que representan.
A nadie sorprendió la empalagosa presencia de un José Bono en presunta retirada, aderezo inevitable de todas las salsas y cada día más encantado de haberse conocido; o de una Esperanza Aguirre militante de su propio partido, que coquetea con Ramírez con la misma vehemencia que pone en irritar y desafiar a la dirección del PP, léase sus desplantes innecesarios a los profesores en huelga de la Comunidad de Madrid o su pasión confesable por el proscrito Francisco Álvarez Cascos. Al fin y al cabo, el presidente del Congreso y la presidenta madrileña tienen sobrados motivos para estar en deuda con el periodista riojano: el uno porque desde las páginas de El Mundo le han sacado de más de un apuro, y la otra porque Ramírez trató -sin éxito- de llevarla en volandas a la cúpula de Génova.
No, a casi nadie escandaliza ya que políticos como Bono y Aguirre se revuelquen en el mismo lecho que Ramírez. O que el Grupo Prisa ponga todas sus terminales mediáticas al servicio del candidato Alfredo Pérez Rubalcaba. O que Vocento haya convertido la centenaria cabecera de Abc en el órgano oficioso de propaganda del PP. Pero otra cosa bien distinta es que ustedes -nosotros- sean capaces de contener la náusea. Por eso llamó tanto la atención que Mariano Rajoy acudiese el lunes al indecoroso aquelarre político-mediático montado alrededor de la investidura de Ramírez como historiador honoris causa de la Revolución Francesa, porque el líder del PP sí que no le debe nada al director de El Mundo.
"No soy rencoroso"
Tal vez sea porque "por suerte para algunos", como confesó el pasado agosto en una entrevista, "no soy una persona rencorosa"; o quizá porque el candidato del PP pretendía devolver el favor a su anfitrión, que hace una semana se dejó caer por el acto de presentación de En confianza, las insípidas memorias de Rajoy; o simplemente porque éste, que se ve ya coronado en La Moncloa por una abrumadora mayoría absoluta, prefiere tragar bilis y suponer que su genuflexión ante Ramírez le servirá de salvoconducto -¡qué candidez!- para sortear futuras campañas de acoso y derribo del capo de Unidad Editorial.
Es probable que Rajoy no sienta rencor hacia un enemigo de tanto fuste y tan probada saña -presunta virtud que ni mucho menos comparten sus más cercanos colaboradores-, pero es seguro que tiene memoria. Y no habrá olvidado que el ahora historiador se refería a él en 2008, tras su segunda derrota a manos de Zapatero y en plena noche de cuchillos largos para desalojarlo de Génova, como "un mediocre que quiere aferrarse al poder" y "un niñato grande que actúa con modales despóticos", al tiempo que animaba a dirigentes del PP como Gustavo de Arístegui o Juan Costa a "encabezar una sublevación contra el líder popular".
El pasado domingo, víspera de autos, El País recordaba aquel intento fallido de golpe palaciego en una entrevista-río con Rajoy. Y un colaborador del presidente del PP -al que el diario no identificaba- confesaba que "hubo una conspiración para echar a Mariano Rajoy a empujones en la que participaron José María Aznar, Esperanza Aguirre, el director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, y Jiménez Losantos". Tres de ellos -Aguirre, Losantos y el propio Ramírez- coincidieron el lunes en el procaz maridaje prensa-poder escenificado en la legación diplomática francesa. Y el más que probable próximo presidente del Gobierno cometió el grave error -ignoro si por voluntad propia o pésimamente aconsejado por sus asesores- de dilapidar una parte de su magro crédito político en un acto tan frívolo y mundano como inapropiado para un país que no está para muchas alegrías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario