Por Carlos Sánchez
Publicado en El Confidencial (04/09/2011)
Hannah Arendt lo llamó ‘colapso moral’. La pensadora alemana acuñó este término para referirse a la sociedad europea, y, en particular, a la germana, que miraba para otro lado cuando millones de ciudadanos -convertidos previamente en apátridas- eran desplazados hacia el Este para su exterminio.
La expresión hizo furor en su día. Y recientemente la utilizó el primer ministro británico para describir los sucesos de este verano en Londres. Cameron aplicó el término colapso moral para explicar el comportamiento de quienes atacan la convivencia ciudadana sólo para hacer daño, para desestabilizar. Sin un objetivo claro o mínimamente articulado. Probablemente, como diría, Andy Warhol, en busca de quince minutos de gloria. Los incidentes de Tottenham no se dirigieron contra los grandes propietarios o los banqueros que alimentaron la burbuja financiera, sino contra pequeños comerciantes que viven en el mismo barrio que los indignados y que, por lo tanto, sufren las mismas miserias. Arendt vinculó esa conducta a la expresión ‘banalidad del mal’, y así subtituló su imprescindible libro sobre el criminal nazi Eichmann, ahorcado por el Estado de Israel tras ser secuestrado en un suburbio de Buenos Aires.
Luis del Rivero sabe de puentes y de regadíos como nadie desde sus tiempos de Ferrovial, pero su aventura equinoccial sobre Repsol, como la denomina Bernaldo de Quirós, sólo demuestra que la banalidad del mal existe. También en el mundo económico. El murciano tiene un problema de 4.908 millones con los bancos sólo por la operación Repsol, y otro de 11.194 millones (dos billones de pesetas) si se incorporan las deudas totales del grupo Sacyr, y, como Nerón, está dispuesto a incendiar Roma para salvar sus reales. Sabe que no lo tiene fácil. Pero como buen hijo de militar ha decidido tirar por la calle de en medio -presionado por los acreedores- para escapar del desastre con el silencio cómplice de ese lumbreras que es Miguel Sebastián, que todavía no se explica por qué Zapatero (que anda escamado y ya no está para este tipo de guerras) no le hizo en su día ministro de Economía.
Del Rivero sabe que ningún Gobierno con dos dedos de frente aceptaría convertir a Pemex en la prima donna de ese complejo industrial que es Repsol, y por eso masculló el acuerdo con la mexicana tras el adelanto electoral anunciado a finales de julio por Zapatero. Pero sobre todo, tras comprobar el día 31 de ese mismo mes que no había prórroga automática del mastodóntico crédito, y que por lo tanto había que renegociar con una banca canina a la que le traen sin cuidado los conglomerados industriales, como es santo y seña en el Santander desde que el viejo Don Emilio salió escaldado de las crisis de los años 80. Algo que sin duda explica por qué estamos donde estamos, que diría Ortega.
La sustitución de un modelo industrial heredado del franquismo por otro que acabó por convertir el sistema eléctrico (con Javier de Paz como embajador plenipotenciario) en objeto del deseo de los señores del ladrillo, ha hecho el resto. Sólo así se justifica la presencia de Sacyr en Repsol. El pelotazo de los Entrecanales en Endesa o el asalto de Florentino a Iberdrola.
No ha sido ajeno a este movimiento desesperado del murciano la propia debilidad de un Brufau en horas bajas por la debacle de los socialistas del PSC, que ni mandan ya en Cataluña ni tendrán influencia alguna en Madrid a la vuelta del 20-N. Hasta Fainé (wait and see) se enteró de la que se le venía encima prácticamente por los periódicos y cuando todo el pescado estaba vendido.
Cerebro en la sombra
Hete aquí, sin embargo, paradojas de la política, que un hombre cercano al PP, como es Nemesio Fernández-Cuesta, aparece ahora como clave para Brufau. El antiguo secretario de Estado de Energía en tiempos de Aznar es el cerebro en la sombra del giro copernicano que ha dado la petrolera desde el descubrimiento de los yacimientos de Brasil. Repsol está volcada en actividades de exploración y producción de hidrocarburos, y eso pasa, necesariamente, por aumentar las inversiones aún a costa de moderar el reparto de dividendos. Al frente de esa división está Fernández-Cuesta, el flotador al que se agarra Brufau para sobrevivir. Sin duda con buen criterio, toda vez que la supervivencia de la compañía (demasiado pequeña en un sector muy concentrado) pasa por aumentar la producción, particularmente en los yacimientos de la cuenca de Santos, cuya explotación es muy costosa debido a la enorme profundidad en que se encuentran los hidrocarburos.
El asalto a Repsol no tendría nada de particular si Pemex y Sacyr lanzaran una opa sobre el 100% de Repsol, pero ocurre que los dos socios están tiesos, y por eso han decidido usar de forma torticera la ley retorciendo el espíritu del legislador. Mientras los mexicanos quieren quitarse de encima una competidor en Latinoamérica (Repsol posee importantes yacimientos no sólo en Brasil, sino también en el Golfo de México o Venezuela), la constructora pretende meterle mano a la caja -vía dividendos- para poder pagar a los bancos. Pero como no hay suficiente caja, todo pasa por desguazar la compañía. Por ejemplo, desprendiéndose de su 31% en Gas Natural.
Del Rivero esgrime que mucho upstream pero poco parné, y en verdad que la cotización de Repsol no recoge el valor de los importantes yacimientos; pero para recoger hay que sembrar, y el tiempo se le echa encima al murciano. Repsol, además, no está para sacarles las castañas del fuego a los gestores de Pemex, mosqueados con Brufau por el desinterés mostrado en la privatización de algunos pozos de petróleo en Tabasco. Aunque bien es cierto que les quedan dos telediarios ante el avance imparable de ese partido-Estado que en su día fue el PRI.
La operación es, en todo caso, el último as que le queda bajo la manga a Del Rivero a la vista de que su compañía está con respiración asistida después de ruinosas operaciones como la ampliación del canal de Panamá. Y ya ni siquiera Nin -el capo de la Caixa con permiso de Fainé- se le pone al teléfono para sacar un conejo de la chistera antes de que el 21 de diciembre expiren los créditos. Y muchos menos Rajoy, que no quiere saber nada de lobbys y de conspiradores profesionales. Qué tiempos aquellos en que todo estaba por hacer. De Murcia al cielo. Cuando Loureda, Riezu y Del Rivero montaron Sacyr con 40 millones de pesetas (12 millones el murciano). Ahora no puede colocar su paquete en Repsol ni siquiera, según algunos, con la ayuda de Agag, buen amigo de Javier de Paz, y con quien ha colaborado en algunas operaciones; y mira que lo ha intentado. Con los rusos, con los indios, con los emiratos… Rien de rien.
La operación tiene pocos visos de salir adelante, pero ilustra hasta qué punto el país se ha puesto en manos de patriotas que para salvar su cuenta de resultados están dispuestos a agujerear un proyecto industrial (como sucedió en Endesa). Y todo ello con el nihil obstat de Sebastián, que en lugar de poner pie en pared, habla de forma vacua y con medias verdades de mantener la españolidad de la marca (¿qué pasó con Cepsa?), pero sin aclarar si eso pasa porque una compañía constitucionalmente pública como es Pemex pueda decidir la política de inversiones en el extranjero o el posicionamiento estratégico de Repsol.
Sebastián y Del Rivero, en todo caso, demuestran que la historia es circular. El ministro conspiró con el murciano para apartar a FG de la presidencia del BBVA, y ahora rinde sus últimos favores. Y ya hay quien piensa que acabará sus días como su amigo Taguas, que después de abrir la Moncloa al ‘ladrillo’ ha acabado siendo presidente de la patronal. Es lo que tiene vivir en un país con una democracia consolidada y a prueba de escándalos.
En este juego de patriotas no faltan Abelló y Carceller, peleados con Del Rivero en Sacyr, pero que no le hacen ascos al desguace de Repsol si cae la pasta. En una palabra, el célebre toma el dinero y corre se impone, aunque ello suponga el reforzamiento del enemigo íntimo. Al menos hasta que el próximo Gobierno juegue al nacionalismo y obligue al triunvirato de Sacyr y a la propia Pemex a sacar sus manos de Repsol. No lo va tener fácil. Los muñidores andan estos días desplegando su talento.
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