Este cuadro de Zurbarán, "Defensa de Cádiz", ilustra perfectamente el objetivo y prioridad de nuestra asociación.

viernes, 13 de enero de 2012

Los árboles de la crisis económica y el bosque de la democracia

Por Jose Luis González de Quirós

Publicado en El Confidencial (12/01/2012)

Cuando se acaba de llegar al gobierno a consecuencia de unas elecciones perfectamente legítimas, se está en muy malas condiciones psicológicas para percibir los problemas de la democracia. Si, además, como sucede, la crisis económica se encalabrina, es muy normal que el Gobierno trate de refugiarse en la gestión a la búsqueda de un éxito a no muy largo plazo que muestre la pertinencia y la eficacia de ese diagnóstico tan común de que lo importante es la economía. Lo acaba de repetir Rajoy, y en eso no se diferencia tampoco gran cosa del diagnóstico que hacen los dolidos aspirantes al liderazgo del PSOE, que también repiten, a hora y a deshora, que la crisis económica los descabalgó del poder. Normal, pues, que Montoro diga eso “de olvidémonos de las ideologías y superemos la crisis”. Y, sin embargo, se trata de un error, de un profundo error que, unos y otros, no tardarán en pagar caro.

La crisis económica juega un papel determinante en el malestar social y en el desafecto creciente de los ciudadanos hacia los políticos, pero hay algo más. El hecho de que no produzca auténticas oleadas de indignación la publicación de que un dirigente andaluz, solo o en compañía de su chofer, se gastase más de un millón de euros del dinero que debería destinar a los parados en cocaína y putillas, testimonia hasta qué punto estamos los españoles al cabo de la calle respecto a las fechorías que puedan perpetrar los que dicen gobernar en nuestro nombre. Detrás de la crisis económica se está incubando una crisis brutal de la confianza en la democracia, mediante una mezcla confusa de dos ingredientes muy distintos: el convencimiento de que la democracia española es imperfecta, pero podría mejorarse, y la más negra y escéptica resignación.

Hace falta ser muy insensible para no percibir un desafecto creciente hacia la política y muy necio para pensar que sea casual o pasajero; nuestra democracia carece por completo de algo esencial, de cualquier ingrediente atractivo para el compromiso activo. Al poder político se llega únicamente por la casualidad afortunada, por la pertenencia a un grupito organizado con influencias cerca del líder ocasional. Todo va de arriba abajo, nada de participación, ninguna apertura, ningún cursus honorum que permita conocer y elegir a los mejores.

Este entramado tuvo cierta disculpa en los orígenes de la democracia, pero ya no la tiene cuatro décadas después, y hace que los partidos puedan sentirse completamente ajenos a los intereses reales de su electores, que puedan hacer cualquier cosa con tal de que le parezca oportuno a los que tienen la sartén por el mango. En consecuencia, nunca se cambia nada, y las causas de los ciudadanos siguen esperando el santo advenimiento, mientras que los intereses de los bancos, las grandes corporaciones, los sindicatos o los grupos de presión, siempre se acaban atendiendo. Se establece, pues, un auténtico desgobierno, el olvido de los ideales, de los intereses nacionales, y de los problemas de fondo, un paraíso artificial de despotillas y funcionarios cegatos convertidos en líderes de ocasión, a los que nadie tiene la piedad de advertir que están haciendo el ridículo.

¿Nos llegará alguna vez la hora de la libertad política, de la verdadera democracia? No podemos echarle a nadie la culpa de lo que nos pasa, porque lo que ocurre no hace sino expresar la cultura política dominante, lo que practicamos a cada hora en los distintos ámbitos en que nos movemos. Lo que extraña es que en épocas de tanta tribulación, las voces críticas apenas lleguen a esbozarse, que entre los propios políticos no abunden quienes comprendan que reducir su función a la de unos expertos capaces de resolver, eso dicen, la crisis económica supone tirar piedras a su tejado. La paciencia es un tesoro del pueblo, pero acaso pueda estar a punto de colmarse en unos cuantos meses, cuando, Dios no lo quiera, se constate que las raíces de la crisis eran más hondas de lo que se pensaba, y que todo sigue igual, es decir, peor.

Los lideres del PP parecen pensar que les queda credibilidad como para que se les admita que la subida de impuestos vaya a ser cosa provisional; lo que es seguro es que su veracidad va a tener un contraste inequívoco a muy corto plazo. Su gran ventaja pudiera ser que el PSOE confíe en un llamamiento a la España alegre y faldicorta, pero es poco es probable que tenga éxito, ni siquiera en un país tan crédulo como éste.

Se ha abierto una oportunidad excepcional de hacer política, y el PP se equivocará de medio a medio si renuncia a ello con la excusa del mucho trabajo que van a tener para devolvernos al paraíso perdido, y con la presunción de haber dejado atónitos a sus adversarios, cosa que nadie les había pedido, por cierto. ¿Sabrán otros aprovecharla? Quienes deberíamos aprender de una buena vez somos los ciudadanos: la democracia es una asignatura larga, pero merece la pena tratar de aprobarla, ya que nunca llegará sin nuestro esfuerzo

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