Por Carles Navales
Publicado en La Factoría (23/02/2011)
Sólo Cuba y Nicaragua dan soporte al dictador. Estados Unidos lo ha condenado y llamado por su nombre. La Unión europea se remite a lo que diga Naciones Unidas, que continúa deliberando: la Europa política no se atreve, y la Europa social no se mueve. En resumen, aún nos queda Obama para atajar la guerra civil que Gadafi acaba de declarar desde Trípoli.
Desde hace semanas, y por primera vez en la historia contemporánea, asistimos a un levantamiento de la juventud árabe que no va dirigido ni contra Occidente, ni contra Israel. Por primera vez, la ausencia del mundo bipolar está permitiendo que exploten los anhelos de libertad de quienes fueron parte geoestratégica quienes se repartían el planeta. Por primera vez el sentido común tiene sentido. Y, por primera vez, son Estados Unidos quienes pujan más fuerte que Europa en favor de las libertades y del respeto a la voluntad popular. Sí, por primera vez los demócratas progresistas del mundo nos decimos a nosotros mismos: “Esta vez, nos queda Estados Unidos”.
Ya lo hemos analizado en otras ocasiones: Europa gira a la derecha. Y, lo que es peor todavía, Europa gira hacia el pasado. Está saliendo, sin romperse, de una crisis económica que ha estado a punto de hacerla saltar por los aires, pero no es menos cierto que ya nada es como quisimos que fuera.
Quizá los españoles acusamos más el reflujo; para nosotros Europa era la libertad cuando estábamos chupando dictadura; era la novia deseada de los luchadores por la democracia. No fue casualidad que el referéndum para la Constitución europea obtuviera en España un sí mayúsculo, que no se vio correspondido por Francia y Holanda: dijeron no. Y ahí se acabó la historia de lo que pudo haber sido y no fue. Ese día, Europa optó por deconstruirse.
Jean-Pierre Chevènement, que fue ministro socialista de Francia y creó, después, su propia formación política, acaba de referirse al tema. Su último libro (La France est-elle fini?. Fayard, 2011) se está convirtiendo en punto obligado de referencia sobre el hoy de nuestra Europa.
Va más allá de ese cáncer que es el profundo sentimiento de Estado-nación, que está haciendo metásasis en la médula de los países más ricos de la Unión. Chevènement apunta otros puntos de notable interés para el diagnóstico:
El neoliberalismo ha gobernado de tal manera la globalización que ésta ha conseguido hacer saltar por los aires la redistribución social según se derivaba, hasta ahora, del reparto del valor añadido entre el salario y el beneficio. O, dicho de otra manera, la desregulación neoliberal ha destrozado los fundamentos ideológicos que sostenían la financiación del Estado de bienestar.
Alemania, ¿es aún Europa?, se pregunta nuestro ilustre republicano. La inspectora Merkel (y canciller, a la vez) no ha dudado en bloquear el gobierno europeo de la economía; su reciente visita de inspección fiscal a España ilustra lo dicho.
Y subliminalmente, en el fondo, el titán Mitterrand, que quiso evitar fuera el marco quien decidiera la política monetaria francesa, y pensó en el euro como la solución, sin pasarle por la cabeza que la moneda europea podía acabar siendo un marco-bis. Sí, François Mitterrand estuvo siempre marcado por el trauma de ver a Francia dividida en dos en sólo cuatro semanas, cuando Hitler quiso tomarla el 1940. Siempre le obsesionó conseguir tener a sus vecinos como aliados, algo que, con Helmut Khol, consiguió. El parecer de Merkel es otro.
Para acabar, lanza una idea fuerza: la proclamación de la República Europea de los Pueblos (REP). Los partidos progresistas deberían tomar nota, es especial el Partido Socialista Europeo, al que debemos exigirle sea un referente activo para que de la deconstrucción volvamos a la construcción de una Unión europea más necesaria que nunca.
Pensemos y actuemos.
PS.- La masacre libia acentúa el acierto de la transición española a la democracia, hoy, 23 de febrero de 2011, treinta aniversario del golpe de estado que intentó abortarla.
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