Por Antonio Casado
Publicado en El Confidencial (17/06/2011)
Sin violencia, sin coaccionar a los diputados, sin impedirles celebrar la sesión de investidura. Tarjetas rojas contra los políticos corruptos y pancartas contra los recortes que sólo afectan a los más débiles. Eso ocurrió ayer frente al Parlamento valenciano donde Francisco Camps fue investido de nuevo como presidente del ejecutivo regional.
Peor le fue al Príncipe de Asturias, don Felipe, en la Universidad Autónoma de Madrid, donde fue recibido por una bandera republicana y ruidosamente abucheado por apenas una treintena de estudiantes. Sonrió, saludó, fuese y no hubo nada. Ni la Casa Real ni el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, que le acompañaba, y también tuvo que oír lo suyo como gobernante, se han puesto estupendos para dar lecciones de buena conducta a nadie.
Con la perspectiva de las 48 horas transcurridas desde los sucesos de Barcelona y la acumulación de testimonios de condena, se entenderá ya que no se puede generalizar ni construir un discurso denigratorio contra el movimiento del 15-M a partir de acciones puntuales y minoritarias que dañan su imagen y nadie aplaude. No ocurre todos los días y tampoco es tan malo que de vez en cuando a esos señores diputados que se les llena la boca hablando de democracia sientan que no todo es tan apacible como el trabajo en un confortable despacho costeado por los contribuyentes. Si es triste tener que llegar al Parlamento en helicóptero por culpa de unos alborotadores, bastante más triste es hacer cola en un comedor social, perder una vivienda por impago de la hipoteca o viajar hacinado en el metro de Madrid en hora punta.
No saquemos las cosas de quicio. La democracia no se conquista a empujones. Cierto. Pero tampoco se conquista metiendo la mano en la caja común. Los ni-nis del 15-M (ni PSOE ni PP) no son los únicos que pisan las rayas rojas. ¿Vamos a seguir creyendo que llevan en sus mochilas los planos de una conspiración contra la democracia, amparada en la dejación de funciones del ministro del Interior? Es la más tóxica de las hipótesis. Otras son igual de inverosímiles pero más maliciosas. Sugieren una conspiración de cercanías cuyo autor intelectual, o genio tenebroso, no estaría en desiertos lejanos ni en remotas montañas. El objetivo: impedir el retorno del PP al poder, del mismo modo que el 11-M (el jueves de sangre de 2004) se montó para quitárselo. Un colega, Arcadi Espada, ha sentenciado que el 15-M es la única esperanza de remontada electoral que les queda a los socialistas. Aunque el diagnóstico está bien traído sopla a favor de quienes se preguntan a todas horas por qué los indignados no bloquean la Moncloa o se manifiestan ante la sede del PSOE.
La mayoría de colectivos implicados en el movimiento del 15-M han condenado en todos los idiomas el uso de la coacción y la violencia contra los diputados catalanes. La Fiscalía ya ha abierto diligencias contra los detenidos de ayer en Barcelona a la luz del Código Penal (artículos 494 y 498). El ministro Rubalcaba ya ha dicho que no le temblará el pulso con los violentos y será prudente con los pacíficos. El padrino intelectual del movimiento “Indignaos”, Stephane Hessel, condena los sucesos de Barcelona y los califica de “intolerables”, sin dejar de ensalzar a quienes han pasado “de la indiferencia al compromiso” ante una “economía deshumanizada” y “los déficits democráticos de nuestras sociedades”.
Insisto en que las cuadernas del sistema democrático no se van a resentir porque un puñado de muchachos, aunque algunos lo hagan con violencia reprobable, llamen corruptos en plena calle a los políticos, aunque haya bastantes que no lo son.
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