Por Antonio Casado
Publicado en El Confidencial (01/06/2011)
Como ayer dijimos en Cotizalia, aunque Alemania haya dado marcha atrás el mal ya está hecho. En pérdida de puestos de trabajo y cientos de millones de euros distraídos en la facturación de nuestros excelentes productos agrícolas. España paga la factura de la frivolidad germana. ¿O era algo más que una sobreactuación en nombre de la salud pública? Dicho sea por el estratégico beneficio de esos terceros que tantas ganas le tienen a los pujantes cultivos del sur de España.
La coartada de la “escherichia coli” era poderosa, con dieciséis muertos sobre la mesa y más de trescientos enfermos de gravedad. Pero endosársela a los pepinos españoles con tanta precipitación y con tan escandalosa ignorancia de los protocolos previstos por la normativa europea en este tipo de situaciones, fue una ignominia solo explicable por la enorme distancia que separa a Alemania de España en el cuadro de las relaciones de poder. No hubieran sucedido las cosas de igual modo si la sospecha hubiera recaído sobre productos agrícolas franceses, por ejemplo.
Tratándose de España, no valía la pena tomarse la molestia de esperar los resultados de los análisis. No valía la pena concertarse con las autoridades españolas, ni siquiera con las europeas (ay, de nuevo, la inanidad de la Comisión y el descreimiento en el proyecto europeo). No valía la pena escuchar a los expertos, reconstruir los avatares de las partidas de pepinos en sus distintos pasos (producción, carga, transporte, distribución, venta y consumo) o analizar las partidas, una por una, con distintas fechas, con distintas procedencias.
No. Nada de eso. Lo fácil, lo cómodo, era abrir una irresponsable causa general contra los pepinos españoles para disimular la desidia de las autoridades alemanas ante un serio problema de salud pública.
Nuestra debilidad política respecto a Alemania no sólo es achacable a la proverbial arrogancia de los alemanes respecto a los países instalados en la periferia de la recuperación económica. Por supuesto que España y su Gobierno han hecho méritos para merecerlo. Lo cual no ha quedado desmentido durante la crisis del pepino, con una reacción oficial tardía y tibia.
Nadie entiende que a la sobreactuación alemana se respondiera con versallescas alegaciones y un bajo perfil de réplica, tanto por lo que se refiere a los argumentos como por lo que se refiere al rango de las personas encargadas de parar el tremendo golpe a los intereses nacionales. A estas alturas de la historia la visita al sur andaluz del vicepresidente Rubalcaba, el presidente de la Junta, José Antonio Griñán, y la teórica ministra de Agricultura, Rosa Aguilar, puede paliar de algún modo el hachazo a las cuentas de las grandes cooperativas agrícolas mediante la correspondiente habilitación de ayudas económicas de la Administración, pero el daño, insisto ya está hecho, sobre todo en los intangibles (el golpe a la imagen de España ha sido muy duro), a pesar de que ahora venga la tal Cornelia Storck a decir digo donde dijo diego. Lamentable.
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