Por Antonio Casado
Publicado en El Confidencial (20/06/2011)
Las manifestaciones de ayer obligan a volver sobre el asunto. Nada tan importante como el grito del malestar social. Todavía espontáneo, todavía instintivo, sabiendo perfectamente lo que no se quiere aunque sin acabar de concertar lo que se quiere. Sin embargo el coro se va imponiendo a la algarabía. La melodía va tomando forma. Y no es descartable que acabe llevando el título de “Huelga general”.
Contra los designios economicistas que, en colaboración de Gobiernos como el español, cargan sobre las espaldas de los trabajadores los efectos de una crisis no creada por los trabajadores. Pero también contra el narcisismo de una clase política en la que no se reconocen las nuevas generaciones de españoles. Ni los españoles de cualquier edad entre los que ya maduró el descubrimiento: ni con el PSOE ni con el PP sus males tienen remedio. Ambos dedican una mirada distraída a los vicios ocultos del sistema: corrupción, divorcio entre gobernantes y gobernados, malversación del principio de la división de poderes… Y mucha impostura.
Los indignados volvieron a tomar Madrid, con asamblea incluida a última hora junto al kilómetro cero de la Puerta del Sol. En fecunda complicidad con los indignados de otros países (98 manifestaciones en todo el mundo). Contra el Pacto del Euro, ese que habla de productividad por no decir recorte salarial, de flexibilidad por no decir despido, de recortes de gasto público por no decir recortes en el Estado del Bienestar ¿En la estela de la izquierda clásica? Nada de eso. Cristianos, humanistas, ecologistas o simplemente demócratas por convicción, a la luz de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que se ponen del lado del débil frente al fuerte, del que vive de su trabajo frente al que vive de su capital, del interés general frente al interés particular y de la paz frente a la violencia. Nada que ver con el mito de la sociedad sin clases, el Manifiesto Comunista o la dictadura del proletariado.
Tomar Madrid pacíficamente sin intención de soltarla. Aviso para navegantes y mensaje para quienes creían que lo del 15M sería flor de un día. Si ayer fueron seis columnas de pacíficos manifestantes las que confluyeron en el templo de la representación popular (llegaron lo más cerca del Congreso de los Diputados que se les permitió llegar), el 23 de julio serán otras tantas las se encontrarán en la capital de España después de cubrir sus respectivas rutas desde Valencia, Compostela, Barcelona, Sevilla, etcétera. En sus pancartas, verdades como puños. Unas, de validez universal, como “Esta crisis no la pagamos”, “No seas violento”, “Nuestra indiferencia les hacer fuertes. Indígnate”. Y otras, más de andar por casa, como “Tu Botín es mi crisis”, “Detrás de un político corrupto hay seis tertulianos” o el ya famoso “No hay pan para tanto chorizo”, asociado a la imagen del 15M. Como asociado quedó a la imagen de mayo del 68 aquel “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, que en absoluto retrata a los indignados casi medio siglo después.
Todo el repertorio de demandas del 15M encaja en el sistema de pesas y medidas manejado por la clase política. Y, en general, no puede ser más realista. Se equivocarán los políticos españoles si no se las toman en serio en vez de dar lecciones cuando se producen excesos. Soy pesimista al respecto. Los dos políticos que se disputarán la Moncloa dentro de unos meses no son precisamente los más indicados para conectar con el espíritu de dicho movimiento. Demasiado placeados.
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