Este cuadro de Zurbarán, "Defensa de Cádiz", ilustra perfectamente el objetivo y prioridad de nuestra asociación.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Del agnosticismo como condena

Pedro G. Cuartango

Publicado en El Mundo el Jueves, 9 de septiembre de 2010

He leído con sumo interés el anticipo de The Grand Design, el libro de Stephen Hawking. Dice literalmente que la materia ha surgido de la nada, lo que desde el punto de vista del racionalismo cartesiano resulta un absurdo. ¿Cómo algo puede surgir de la nada?

Hawking sostiene que había unas leyes preexistentes que determinaban el Big Bang original. Pero, ¿cómo pueden existir leyes en el absoluto vacío de la nada? Su afirmación contradice la lógica y toda la tradición del pensamiento racional desde Parménides, que contraponía como algo incompatible el ser y la nada.

Espero con ansiedad la publicación de su libro para ver si disipa mi impresión de que Hawking está haciendo una afirmación puramente mística al defender que la materia ha surgido de la nada. Sencillamente es imposible de creer.

Hawking concluye en su libro que no hay por qué recurrir a la hipótesis de Dios para explicar el origen del Universo. Su tesis es tan sostenible como la de Spinoza, que estaba convencido de que el mundo era una emanación de la sustancia divina.

Pensar que las cosas han surgido de la nada es tan lógico o tan absurdo como creer que el Universo es la creación de un ser superior llamado Dios. Y puestos a elegir entre la nada y la existencia de un Relojero Universal, me parece más sugerente la segunda opción.

Hawking fracasa en su intento de eliminar la hipótesis de Dios, al igual que San Anselmo o Santo Tomás no nos logran convencer racionalmente de que existe una causa primigenia de todas las cosas.

Dios, ser eterno e inmutable, es tan impensable como la nada porque ambos conceptos exceden los límites de lo humano. Tal vez sería mejor preguntarse si el mundo es producto del azar o de la necesidad o de la combinación de ambos factores.

Nadie ha logrado hasta ahora demostrar la existencia de Dios, pero tampoco su inexistencia. Ello implica que no hay incompatibilidad entre la ciencia y la religión y deja un amplio margen a las creencias personales.

Entre quienes creen en Dios porque tienen fe y quienes se proclaman ateos porque no necesitan una explicación trascendental de lo real, yo defiendo un agnosticismo que se fundamenta en la pura incertidumbre.

Creo que el hombre está condenado a no saber y a vivir su existencia con esa angustia del desconocimiento de su origen. Ése es nuestro verdadero pecado original. Yo tuve una infancia y adolescencia de fuertes vivencias religiosas y ahora siento un enorme vacío interior que me corroe.

Sin la posibilidad de agarrarme a unas convicciones firmes, me resta la conciencia del devastador paso del tiempo que todo lo consume. Dios guarda silencio en un mundo donde el dolor y el mal han apagado el tibio resplandor de la esperanza.

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