Por Manuel Muela
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15/09/2010
Los informes sobre la economía europea muestran un denominador común en sus conclusiones: la crisis ha dejado de ser la enfermedad de todos y va quedando localizada en algunos estados de la UE, cuyo futuro permanece incierto. España es uno de esos países y, aunque nuestra dimensión disuade a los demás de abandonarnos a nuestra suerte, es previsible que los esfuerzos de los acreedores y socios se centren en aislar el problema español, para evitar situaciones análogas a las de los meses de abril y mayo cuando Grecia puso en serios aprietos a la propia Unión Europea. Ante cualquier contratiempo, la Unión Europea responderá con sus datos de crecimiento, separándose cada vez más de aquellos países que no crecen. Lo del todos a una puede ser agua pasada.Desde el verano de 2007 se ha vendido con éxito en España la idea de que los problemas españoles eran consecuencia de la crisis internacional y que o salíamos todos juntos o no salía nadie. Las evidencias, sin embargo, son otras: ha habido una crisis generalizada, pero cada país ha tenido que aplicarse a resolverla, primero reconociéndola y después poniendo los medios para superarla. No ha sido el caso de España, mejor dicho de sus gobernantes, que la han estado negando hasta la primavera pasada y que, ahora, deprisa y corriendo, pretenden recuperar el tiempo perdido sin saber muy bien cómo. Es normal que la desconfianza se haya adueñado de los espíritus y se observen con incredulidad, también a veces con indignación, las propuestas del gobierno, alrededor de las cuales aletean los diferentes grupos políticos que, por activa o pasiva, lo oxigenan en espera de un futuro mejor.La crisis española, que es política y económica, trasciende a la internacional y en tanto no se reconozca así seguiremos condenados a ser rehenes de la estulticia y del instinto de supervivencia de un sistema, cuyo único objetivo es resistir. Lo que induce a la desesperanza es el fatalismo del discurso imperante, que se asienta en la superficie del problema, señalando como única causa de su prolongación al mal gobierno, sin entrar en otras consideraciones que no sean pensar en la sustitución del mismo, sin prisa alguna en ello. Todos saben que el problema es de mayor enjundia, pero nadie quiere asumir el fracaso de un modelo político y económico que ha agostado para largo tiempo las ilusiones de los españoles.Una de las consecuencias de lo anterior es que se va instalando la idea de que quienes gobiernan ahora o los que lo hagan en el futuro, respetando el statu quo, tendrán que administrar la pobreza que resulta del estancamiento de la economía de un país cuya población ha crecido notoriamente en poco tiempo: los recursos escasos tendrán que dedicarse a pagar las deudas contraídas y a atender mínimamente las necesidades sociales. Fuera de eso, desde la perspectiva de unos poderes públicos sin ambición de cambio, poco se podrá hacer; y, al igual que se ha logrado sobrevivir con la mistificación de la crisis internacional, se venderá el discurso fatalista de que no hay alternativa y toca aguantar.Hasta el momento se echan de menos los debates sobre las causas políticas y económicas de la situación española: se critica o se adula al jefe del gobierno, se discute si el Producto Interior Bruto crece o decrece una décima más o menos, y, en fin, se habla de las bondades de Basilea III. Por cierto ¿dónde van a buscar capital nuestras entidades crediticias? Todos asuntos importantes sin duda, pero a los que falta contrastar con una realidad de penurias sociales, educativas y políticas, que, como se ha demostrado, parecen útiles para el mantenimiento del poder, no para convertir a España en un país libre y civilizado.Las obligaciones pendientesEs normal resistirse a reconocer la realidad, y más si se sigue insistiendo vanamente en que estamos ante un mal pasajero debido a causas externas. Se rehúye debatir sobre las graves deficiencias de un Estado hipertrófico puesto al servicio de unas minorías políticas y económicas dedicadas al disfrute del poder y/o la riqueza mientras sea posible; algo que no es nuevo en nuestra historia y a cuya superación no se debería renunciar. El apabullante discurso oficial de que España tiene un modelo ejemplar es negado a diario por la carcoma que va destruyendo el tejido social y productivo. Oídos sordos y ya se verá.Se dice por algunos que resistir es vencer. Pero no siempre: Numancia resistió y perdió. En este momento se nos observa con inquietud y, a no tardar, se volverá a poner en duda nuestra capacidad para enfrentar las obligaciones pendientes. Por eso, se hará lo que se hace en los ferrocarriles cuando un tren se avería o causa perturbación al tráfico normal, ponerlo en vía muerta. Ese es el horizonte si no se rompe el cordón sanitario de la dictadura de lo políticamente correcto y se alumbra un proyecto civilizador para España.
*Manuel Muela es economista.
La diferencia con la heroica Numancia es que murio (perdio) luchando, y nuestros responsables politicos y economicos simplemente esperan agazapados a que pase el "shunami".
ResponderEliminarSi hay suerte, agarrarse al tablón flotante de Alemania (otra vez), donde si saben como hacer las cosas. La soberbia y el menosprecio a los que piensan de otra forma, trae estas consecuencias, porque cuando no se sabe como resolver la situación, hay que seguir a quienes si saben, lo han demostrado y lo siguen demostrando.
Negro porvenir nos espera si no aparece pronto un lider con sentido comun.