Por Manuel Muela (economista)
El Confidencial, 06/10/2010
Elecciones primarias y el tinglado de la farsa
Las elecciones primarias de los socialistas de Madrid han puesto de manifiesto, entre otras cosas, algo que sospechábamos sobre la fragilidad de la estructura del PSOE: en una región de más de seis millones de habitantes, de las más desarrolladas de España, el número de militantes sobrepasa ligeramente los 17.000, de los que poco más de 14.000 han participado en la elección; datos que confirman la pobreza asociativa y que explican la ausencia de debates y la endogamia creciente de las organizaciones partidarias, en éste caso del PSOE. Por eso, más que de elecciones primarias cabría hablar de cooptación, dada la escasez de electores. Una representación teatral o farsa de las muchas a las que nos tienen acostumbrados los dueños y protagonistas de este modelo político agónico y ruinoso, que está en el origen de muchos de los males de España.
Ya se ha comentado en ocasiones anteriores que el sistema de partidos español padece la esclerosis que se deriva del poder omnímodo de su núcleo dirigente y de la comodidad de vivir al abrigo de los presupuestos públicos. Si a ello se unen la escasa tradición asociativa de los españoles y el descrédito creciente de la política, el resultado es que los partidos no ejercen la función de canalizar y ordenar las inquietudes y aspiraciones políticas de la sociedad, sino que convierten a ésta en rehén de sus apetencias de poder. Sus dirigentes saben que todo el tejido jurídico-constitucional, incluidas las leyes electorales, impide la autenticidad y la eficacia de la expresión de las diferentes libertades y derechos, no solo el del voto, que definen a la democracia. A causa de ello, los partidos políticos, que son necesarios en cualquier sistema democrático, son víctimas de la impostura de aquellos que los han convertido en patrimonio propio.
Crisis de poder
La enfermedad que aqueja a nuestro sistema de partidos adquiere relevancia especial cuando se convierten en partidos de gobierno. Si además de ello, son protagonistas y pilares fundamentales del orden constitucional, el problema se agranda ostensiblemente. Por eso importa mucho lo que sucede con el PSOE: su debilidad estructural, su escasa afiliación y su vacío doctrinal son terreno abonado para los profesionales del poder, que lo utilizan como arma disuasoria de la participación política. Es la materialización descarnada del sentimiento excluyente y patrimonial que domina todas las instituciones constitucionales. Cualquiera que ponga en duda esa realidad supone una amenaza. Es, en mi opinión, la explicación del interés suscitado por los devaneos internos de los escasos afiliados socialistas.
Importa mucho lo que sucede con el PSOE: su debilidad estructural, su escasa afiliación y su vacío doctrinal son terreno abonado para los profesionales del poder, que lo utilizan como arma disuasoria de la participación política
Pero hay algo más: la aparición de la discordia en el partido socialista no es producto de un debate ideológico, que sería saludable, sino la reiteración de la crisis de poder en que Felipe González, tras su derrota en 1996, dejó sumido al PSOE y que quedó aletargada con la azarosa llegada al gobierno en marzo de 2004 de Rodríguez Zapatero. En estos años de disfrute del poder público la unidad ha parecido granítica. El error de algunos ha sido pensar que eran ellos personalmente los artífices de tal unidad y que tenían bien amarrados los resortes de la obediencia y hasta de la sumisión; el fracaso del Gobierno y el temor a la pérdida del mismo ha reverdecido el instinto de conservación de los afiliados, algunos de los cuales, como ha sido el caso de Madrid, no dudan en hacer frente a quienes ya no solo no son garantía de poder, sino que son una clara amenaza a la propia organización.
Toda esta representación teatral se le brinda a la colmena española, huérfana de gobierno y de instituciones, que lucha cada día contra las consecuencias de la crisis que va depredando el trabajo y el patrimonio de familias y empresas. No se ofrece esperanza, los presupuestos del Estado para 2011 son buena prueba de ello, solo se pide resignación y esperar hasta 2012 como demostración de la incapacidad del sistema para procurar una salida al mal gobierno. Eso nos separa de los países serios y democráticos y nos convierte, mal que nos pese, en una referencia de incertidumbre para propios y extraños. Ni los analistas y politólogos más avezados se atreven a pronosticar qué sucederá con España. La ocultación y el disimulo son las únicas directrices claras desde que la tempestad económica tomó carta de naturaleza. Casi nada es de fiar.
No se sabe si lo sucedido en las primarias madrileñas es un accidente partidario o la premonición de la caída del tinglado de la farsa. De momento, como espectadores que somos con pocos derechos, solo nos queda esperar y para los que sean creyentes confiar en que Dios proveerá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario