Por Javier Pradera
Publicado en El País (06/10/2010)
La elevada participación (el 81% del censo de socialistas madrileños) en la consulta interna del pasado domingo para elegir al candidato a la presidencia de la comunidad, que dio la victoria a Tomás Gómez sobre Trinidad Jiménez por casi cuatro puntos, muestra la fuerza de arrastre de las primarias cuando los militantes son invitados a tomar las decisiones colectivas. Pero el artículo 6 de la Constitución, según el cual la estructura y el funcionamiento interno de los partidos deberán ser democráticos, es interpretado por sus dirigentes no como un mandato vinculante, sino como una exhortación programática. Asociaciones voluntarias financiadas con dinero público, los partidos limitan el ejercicio de derechos fundamentales de sus afiliados como la libertad de expresión (para hacer públicas sus opiniones críticas), la libertad de asociación y reunión (para formar tendencias y corrientes dentro de las organizaciones), y la tutela judicial efectiva (para recurrir contra las sanciones disciplinarias).Las primarias son convocadas rara vez en el PSOE (14 citas para las elecciones del próximo 22 de mayo) y no están ni se les espera en el PP (pese a los esfuerzos de Álvarez Cascos en Asturias); UPyD anuncia su propósito de aplicar en adelante sin restricciones ese procedimiento. Las elecciones internas partidistas importadas de Estados Unidos serían en España una vía democratizadora si esa práctica nacida en un sistema presidencialista lograse un acomodo dentro del régimen parlamentario y fuese exigible en todas las formaciones políticas. Al fin y al cabo, el artículo 23 de la Constitución reconoce el derecho de todos los ciudadanos a acceder en condiciones de igualdad a los cargos públicos y a participar en la vida política de manera directa o por medio de representantes electos.
La eventual generalización de las primarias tal vez ayudara a conseguir que los partidos no sean los bienes cuasipatrimoniales de unos dirigentes reproducidos por cooptación. Los porcentajes de afiliación partidista respecto a los votos ciudadanos son hoy raquíticos; el censo del PSM (18.000 afiliados) representa poco más del 1% de los ciudadanos que respaldaron al PSOE en las legislativas de 2008 (1.400. 000 personas).
Las primarias suelen ser acusadas de fracturar a los partidos y romper su unidad interna. Pero ese razonamiento invierte las relaciones de causa y efecto, presentando como semilla lo que es su fruto y como consecuencia lo que es su origen: en realidad, se limitan a sacar a la luz divisiones internas sofocadas por dirigentes que tratan de beneficiarse de su enterramiento. Sin duda, un torpe tratamiento de las primarias puede exasperar y crispar las discrepancias dentro de los partidos, pero en ningún caso las inventan.
La designación de Trinidad Jiménez por el presidente del Gobierno como cabeza de lista autonómica del PSOE y las presiones ejercidas en paralelo sobre Tomás Gómez para que renunciara a su candidatura fueron presentadas inicialmente como el mandato obligatorio de una encuesta -sin paternidad conocida- realizada 10 meses antes de los comicios de mayo que situaba a la ministra de Sanidad muy por delante del secretario general del PSM. Pero la resistencia de Tomás Gómez a dejarse torcer el brazo en ese pulso y su exigencia de que se celebrasen primarias -aceptada por el presidente Zapatero- hicieron cambiar el terreno del debate desde la demoscopia electoral a la mística de la unidad partidista. Dos pesos pesados del Gobierno, los ministros Blanco y Rubalcaba, irrumpieron como elefantes en cacharrería para culpar al secretario general de los socialistas madrileños por hacer el juego a la derecha y por ser el hombre que dijo 'no' a Zapatero.
La imprudente interferencia del presidente del Gobierno en el vidrioso proceso de la designación del candidato (máxime después de sus erróneas apuestas por Trinidad Jiménez en 2003 y por Miguel Sebastián en 2007 para la alcaldía de la capital) y su pifia como profeta del desenlace de las primarias le presentan como el gran derrotado por la victoria de Tomás Gómez. Sin embargo, no es ni el único ni el principal responsable de ese tropiezo, que refleja su pérdida de autoridad dentro del PSOE a medida que los sondeos le van siendo desfavorables. La asociación de maledicentes formada por los ministros Blanco y Rubalcaba conculcó con sus bastos ataques a Tomás Gómez las reglas de juego limpio. Y el aire risueño, dicharachero y meloso de la ministra de Sanidad, con sus adolescentes llamamientos a la ilusión y el apasionamiento en la vida política, fue neutralizado por el bregado, opaco y discreto ex alcalde de Parla. De aquí al 22 de mayo de 2011 tirios y troyanos tendrán la oportunidad de curar las heridas abiertas en esta batalla, a menos que la pasión les ciegue.
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