No paran los comentaristas políticos, los editorialistas y hasta las cartas al director, en estos días, ya casi metidos en la precampaña electoral de las autonómicas (Cataluña el domingo 28 de noviembre, “casualmente” el día del Barcelona – Real Madrid) y municipales de la Primavera del 2011, de incidir sobre la necesidad de una reforma de la Ley Electoral.
Lo que en general se achaca a la vigente, es que de nada sirve la voluntad popular expresada en las urnas, cuando esta se desvirtúa con pactos postelectorales, a veces auténticamente contra natura.
Los partidos políticos mayoritarios, es decir, aquellos de quienes depende cualquier modificación de la Ley, los que deberían modificarla, no lo hacen porque les asegura la alternancia o mejor aun, la permanencia en el poder en la Administración del Estado y en gran número de Autonomías y Ayuntamientos.
Efectivamente, a ningún partido le interesa la modificación, los grandes porque se aseguran unas cotas de poder considerables, y los nacionalistas porque es a ellos a quienes han de recurrir tanto PSOE como PP, cuando no obtienen mayorías suficientes, lo que convierte a estos partidos regionales en poderosos árbitros de la política nacional.
Como ya esta todo inventado, tenemos ejemplos de leyes electorales muy próximas que pueden servirnos de ejemplo, e incluso podríamos perfeccionar lo que la práctica de años en países de nuestro entorno no ha funcionado suficientemente bien. Sin ir más lejos, en Francia, todas las elecciones se deciden, en caso necesario, en una segunda vuelta, que evitan esos pactos postelectorales contra natura a los que me refería.
No parece que en esos países, donde se celebran dobles vueltas separadas por un corto espacio de tiempo, la abstención sea más significativa que entre nosotros y, sin necesidad de la obligatoriedad del voto (vigente en algunas democracias), la participación es considerablemente superior. Los ciudadanos no se cansan de ir a votar, se cansan de que su voto no sirva para nada y a base de pactos entre partidos se desvirtúen los resultados.
Las limitaciones del número de veces que se puede ser candidato, el número máximo de años en que se puede permanecer en un cargo electo, las listas abiertas y la representación por circunscripciones, incluso las denostadas primarias, son sanísimas prácticas democráticas.
La sociedad civil se rebela contra este afán de perpetuarse en el cargo de nuestros políticos, nace y se desarrolla una desconfianza hacia ellos y, lo que es peor, hacia el sistema.
Lo que en general se achaca a la vigente, es que de nada sirve la voluntad popular expresada en las urnas, cuando esta se desvirtúa con pactos postelectorales, a veces auténticamente contra natura.
Los partidos políticos mayoritarios, es decir, aquellos de quienes depende cualquier modificación de la Ley, los que deberían modificarla, no lo hacen porque les asegura la alternancia o mejor aun, la permanencia en el poder en la Administración del Estado y en gran número de Autonomías y Ayuntamientos.
Efectivamente, a ningún partido le interesa la modificación, los grandes porque se aseguran unas cotas de poder considerables, y los nacionalistas porque es a ellos a quienes han de recurrir tanto PSOE como PP, cuando no obtienen mayorías suficientes, lo que convierte a estos partidos regionales en poderosos árbitros de la política nacional.
Como ya esta todo inventado, tenemos ejemplos de leyes electorales muy próximas que pueden servirnos de ejemplo, e incluso podríamos perfeccionar lo que la práctica de años en países de nuestro entorno no ha funcionado suficientemente bien. Sin ir más lejos, en Francia, todas las elecciones se deciden, en caso necesario, en una segunda vuelta, que evitan esos pactos postelectorales contra natura a los que me refería.
No parece que en esos países, donde se celebran dobles vueltas separadas por un corto espacio de tiempo, la abstención sea más significativa que entre nosotros y, sin necesidad de la obligatoriedad del voto (vigente en algunas democracias), la participación es considerablemente superior. Los ciudadanos no se cansan de ir a votar, se cansan de que su voto no sirva para nada y a base de pactos entre partidos se desvirtúen los resultados.
Las limitaciones del número de veces que se puede ser candidato, el número máximo de años en que se puede permanecer en un cargo electo, las listas abiertas y la representación por circunscripciones, incluso las denostadas primarias, son sanísimas prácticas democráticas.
La sociedad civil se rebela contra este afán de perpetuarse en el cargo de nuestros políticos, nace y se desarrolla una desconfianza hacia ellos y, lo que es peor, hacia el sistema.
Crece exponencialmente la abstención, la ciudadanía “pasa” de la política sin ser del todo consciente de lo suicida que resulta esta postura, de lo peligroso que es dejar en esas manos, que no nos inspiran confianza, nuestro futuro.
Ante la impotencia y la desconfianza, algunos grupos significativos de ciudadanos deciden agruparse, formar colectivos como el “Partido Vecinal Regionalista”, presentado el sábado 9 de octubre en Chiclana (Cádiz), al que se han unido ya, con su respaldo, 25 asociaciones vecinales. Es la aparición en la política española de los “Tea Party Movement”, surgidos en Estados Unidos en 2009, y de rápida implantación en todo el país.
Es solo un ejemplo, pero hay ciudadanos que no se resignan, que no están dispuestos a dar su voto a personas que no logran, primero, ganarse su respeto y confianza. Tendrá que haber una reacción de los partidos mayoritarios en el sentido apuntado en este artículo o surgirán como hongos esos “Tea Parties” de autodefensa ciudadana. Las nuevas tecnologías de comunicación son herramientas muy apreciables y al alcance de una mayoría. Todo es empezar.
Ante la impotencia y la desconfianza, algunos grupos significativos de ciudadanos deciden agruparse, formar colectivos como el “Partido Vecinal Regionalista”, presentado el sábado 9 de octubre en Chiclana (Cádiz), al que se han unido ya, con su respaldo, 25 asociaciones vecinales. Es la aparición en la política española de los “Tea Party Movement”, surgidos en Estados Unidos en 2009, y de rápida implantación en todo el país.
Es solo un ejemplo, pero hay ciudadanos que no se resignan, que no están dispuestos a dar su voto a personas que no logran, primero, ganarse su respeto y confianza. Tendrá que haber una reacción de los partidos mayoritarios en el sentido apuntado en este artículo o surgirán como hongos esos “Tea Parties” de autodefensa ciudadana. Las nuevas tecnologías de comunicación son herramientas muy apreciables y al alcance de una mayoría. Todo es empezar.
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