Por Javier Benegas, experto en branding y comunicación
Publicado en El Confidencial
Hace algo más de dos años, cuando unos pocos afirmábamos que con las inyecciones de dinero público en el sistema financiero se estaban sentando las bases de la quiebra de los estados, más de uno nos tachó de locos. La respuesta que se nos daba era que “los estados no quiebran”, sin más argumento. Hoy vamos por la segunda quiebra de un estado, si descontamos Islandia y el estado de California, claro.
No voy a enumerar la barbaridades cometidas en Europa desde la catástrofe financiera de 2008 hasta hoy, tediosa tarea que delego a los economistas como penitencia. Pero sí voy a poner el foco en los responsables de la catástrofe. Y, para ello, antes es preciso dejar bien claro que nada tiene que ver el liberalismo con todo este monumental desastre. Resulta hiriente oír semejante falacia cuando, primero, restringen el mercado (políticos, reguladores y banqueros) y, luego, le culpan de su mal funcionamiento. Ya puestos, es hora de terminar con el imperio de la mentira.
Como punto de partida, me hago eco de un reciente artículo de Simon Johnson, publicado en Bloomberg a propósito de la quiebra de Irlanda que no tiene desperdicio. En el alude Johnson, entre otras cosas, a “la maraña de conexiones entre políticos, banqueros y promotores inmobiliarios que provocaron el frenesí de crecimiento y posterior colapso de la economía irlandesa”, cuestión esta que es perfectamente aplicable a otros países, incluido España. Añade también que “puede que los principales defensores de la globalización financiera sin frenos estuviesen en las últimas décadas en el Tesoro de Estados Unidos, pero fueron los bancos europeos los que en realidad se tornaron demasiado grandes con respecto a sus economías. En el camino ‘capturaron’ a sus reguladores y cometieron actos increíblemente irresponsables”. Ahí es nada. Mención aparte merece la hipótesis que plantea Johnson de que quizá al final tenga que ser China, con sus dólares, la que salve a Europa. Lo que pondría no ya a nuestras economías a los pies de un monstruo totalitario sino que, aún peor, daría el golpe de gracia a la democracia, cuestionándola como sistema político con alguna proyección de futuro. Y esto sí que es para echarse a temblar.Pero aquí, la versión oficial alude ahora a que “la voracidad de los mercados” es la responsable última de una de las mayores injusticias sociales y atropellos cometidos contra los ciudadanos en la historia moderna. Esos mercados, depredadores, perversos y crueles que, muy oportunamente, no tienen rostro ni nombres propios - al contrario que los políticos, reguladores y banqueros -, van a llevarse por delante gran parte de nuestras jubilaciones, los puestos de trabajo y empresas que aún quedan en pie y van a reducir nuestras rentas y patrimonios a la mínima expresión. Es el famoso “ajuste inevitable”: una ceñida de cinturón que nos va a dejar literalmente sin respiración.
Estos tipos del FMI, o cualesquiera otros que pudieran ejercer el papel llegado el caso, no son activistas humanitarios de una ONG. Vendrán a prestar lo justo para evitar el default. Y no sólo lo cobrarán a precio de oro sino que ejercerán de férreos albaceas
Antes o después, debido a “la voracidad de los mercados”, de forma oficial o disimuladamente, el FMI, o la UE, o Alemania, o EEUU o China, o todos a una, aterrizarán sobre este país exhausto para darnos la puntilla, y meterán mano a los subsidios de desempleo y otros derivados, a la sanidad “gratuita” y universal (que no es gratuita sino que se paga con nuestros impuestos) y quién sabe si también a la educación pública. Porque estos tipos del FMI, o cualesquiera otros que pudieran ejercer el papel llegado el caso, no son activistas humanitarios de una ONG. Vendrán a prestar lo justo para evitar el default. Y no sólo lo cobrarán a precio de oro sino que ejercerán de férreos albaceas.
Españoles de tercera
Por si fuera poco, dadas las circunstancias, un gran número de españoles van a perder sus derecho a pensión o tendrán que jubilarse más tarde de los previsto, al verse imposibilitados de cotizar durante estos “dolorosos” años (no sabemos ni cuántos). En el futuro, y si nada lo remedia, habrá en España una enorme bolsa de ciudadanos de tercera, la mayoría de ellos ancianos, que subsistirán en condiciones más que lamentables. Y otros muchos, o bien aceptarán pensiones miserables, o bien se verán obligados a trabajar más allá de los 70 años de edad, lo exija la ley o no.
Como breve destello de esperanza, un pequeño grupo de combate, compuesto de una serie de grandes empresarios y expertos, ha plantado cara a la situación - a “la voracidad de los mercados” - y han redactado un espléndido manifiesto que, con cuestionable audacia, han elevado a Su Majestad el Rey. Lamentablemente, han tardado un tiempo precioso en estampar su firma al pie de una serie de propuestas que llevan bullendo en la sociedad civil desde mucho tiempo atrás. Ya es demasiado tarde. Lo que tiene que ocurrir no se remedia a estas alturas ni con la dimisión en bloque del Gobierno. Pese a todo, bienvenida sea la iniciativa. Ojalá, algún día no muy lejano, esas propuestas se trasladen del papel a la realidad.
Ahora sólo queda empezar a decir la verdad. Los españoles estamos abocados a una terrible travesía, cuyo final es más que incierto. Y, al menos, merecemos no ya un Gobierno que no nos mienta, sino unas élites que asuman no sólo su responsabilidad sino también sus pérdidas. Esta crisis no es sólo una crisis importada de EEUU que ha devenido en global, frente a la que poco a nada se haya podido hacer. Es, sobre todo, una crisis promovida por personajes de una irresponsabilidad sin precedentes, que tienen cara, nombre y apellidos. “La voracidad del mercado” no es más que un mal remake del hombre del saco, un cuento para que los niños cierren lo ojos, se duerman y no den la lata.
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