Publicado en El País (15/11/2010)
Aún faltan más de dos meses para que la remodelación gubernamental cumpla los 100 días de cortesía que las convenciones reclaman hasta que pueda hacerse balance de su ejecutoria política. No obstante, si bien es demasiado pronto para juzgar, sí que se puede tratar de hacer mientras tanto, como voy a intentar aquí, una somera evaluación (sin voluntad de auditoría) de la incipiente remontada que comenzó a protagonizar el flamante gabinete del visir o valido Rubalcaba, que en un principio pareció estar recuperando la confianza de los electores. Pero ¿de verdad puede hablarse de un auténtico despegue?
Los sondeos así parecen confirmarlo, pero eso podría deberse tan solo al impacto periodístico que tuvo la noticia de la remodelación. Ahora bien, esa primera euforia pasará pronto, cuando la novedad deje de ser noticia y se convierta en rutina, pues entonces se amortiguarán los efectos demoscópicos hasta neutralizarse. Y el único consuelo será que, al menos, la remodelación habrá servido para detener el desplome del Gobierno haciéndole tocar fondo, como los submarinos que se hunden en caída libre hasta que se topan con el lecho del océano. ¿Hay margen para el remonte? ¿Qué posibilidades hay de volver a reflotar la hundida nave del Gobierno? La verdad es que no se sabe muy bien si ese tocar fondo es una base lo suficientemente firme para iniciar desde ahí un despegue sostenido hasta 2012. En esto puede ocurrir como con la crisis económica, cuya caída libre se detuvo hace tiempo, cuando tocamos fondo, pero desde entonces todavía seguimos allí estancados, sin que haya indicio alguno de despegue o próxima reactivación. ¿Pasará lo mismo con la crisis política del Gobierno de Zapatero, estancado en el fondo del mar sin que ni siquiera el valido Rubalcaba pueda hacerle remontar en las encuestas?
La verdad es que los primeros movimientos iniciales no son demasiado esperanzadores. Todavía no ha pasado un mes desde la remodelación y ya ha vuelto a producirse una gravísima recaída en la crisis de la deuda soberana, con tensiones en los mercados financieros peores que en la debacle de mayo pasado, cuando Zapatero se vio obligado por "las circunstancias" (es decir, por los mercados acreedores) a imprimir un giro copernicano a su política de derechos sociales, pasando de defenderlos a muerte a recortarlos drásticamente (rebaja de sueldos, congelación de pensiones, abaratamiento del despido, etcétera).
¿Y qué puede hacer ahora el nuevo Gobierno, cuando nuestro diferencial con el bund alemán es todavía mayor que en el mes de junio pasado? Pues no demasiado. La vicepresidenta Salgado se queda impertérrita sin perder la compostura; el partido en el poder anuncia una difusa "agenda social" centrada en las ineficaces políticas activas de empleo; Zapatero promete en el G-20 otra "economía verde" todavía más vaporosa e inverosímil y el nuevo ministro de Trabajo aplaza hasta el año que viene la reforma de las pensiones, sin que pueda descartarse que ceda ante la obstinación de los sindicatos, que se niegan a negociar con él si el Gobierno no rectifica en materia de reforma laboral. ¿Y así esperan recuperar la confianza de los mercados globales?
Pero eso no es todo. Al mismo tiempo que se reabría la crisis de la deuda soberana, el monarca marroquí decidía arrasar a sangre y fuego el campamento saharaui de El Aaiún, sorprendiendo con el paso cambiado al Gobierno español. No solo eso, pues además, Mohamed VI decretó un férreo apagón informativo sobre el Sáhara, vedando el acceso a la prensa española y expulsando al equipo de la SER y al corresponsal de Abc. ¿Y qué hizo la nueva ministra de Exteriores?
Proseguir su circuito por América Latina mientras dejaba que Zapatero mandase a su antecesor como enviado especial a Argel para calmar a los patrocinadores del Polisario. ¿Así se espera recuperar la confianza de la sociedad española, mayoritariamente favorable a la legítima causa saharaui, tan gravemente desatendida por nuestro Gobierno?
Y por si éramos pocos, parió la abuela. Pues en ésas estábamos cuando el ex presidente González hizo sus explosivas declaraciones a Juan José Millás, en las que por fin asumía responsabilidades por la guerra sucia contra ETA confesando que declinó cometer un crimen de Estado cuando estaba en su mano decidir su ejecución. Hasta ahora, González se había negado durante mucho tiempo a reconocer su responsabilidad, pues cuando fue requerido para ello por la justicia se limitó a decir lo mismo que ahora dice Bush respecto a la invasión de Irak: yo no fui, los responsables fueron otros. Pero entonces, ¿por qué decide ahora soltar su bomba mediática en el peor momento para el Gobierno de Zapatero? ¿Es que no lo quiere reflotar sino hundirlo todavía más?
No hay comentarios:
Publicar un comentario