Por Ignacio Moreno Aparicio.
“MEMORIAS DE ADRIANO”. Autora: Marguerite Yourcenar.
Traducción de Julio Cortazar. Editorial Narrativas/Edhasa.
París 1951. Décima reimpresión. Marzo de 1984.
Marguerite Yourcenar cuenta que una vez encontró en una carta de Flaubert esta frase inolvidable “Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo sólo”. La autora de estas Memorias de Adriano añade, “He pasado una gran parte de mi vida tratando de definir, y luego de describir, a este hombre solo y por otra parte en relación con todo”.
Traducida a dieciséis lenguas, alabada por críticos de todo el mundo como una de las obras más singulares, bellas y hondas de la literatura del siglo veinte, estas memorias atraen constantemente nuevos lectores, interesados en este Emperador del siglo segundo, casi un sabio, que fue a la vez uno de los últimos espíritus libres de la Antigüedad.
Marguerite Yourcenar nació en Bruselas en 1903. Ha enseñado literatura francesa en los Estados Unidos, ha traducido a Virginia Wolf, Henry James, Constantin Cavafis y ha publicado entre otros libros: “Nouvelles Orientales (1963), L ´Ouvre au Noir (1968), Alexis ou le Traité du Vain Combat (1971), Le Labyrinte du Monde I y II ( 1974 y 1977). En 1971 ingresó en la Academia Real Belga de Lengua y Literatura, y en 1980 en la Academia Francesa.
En boca de Adriano, la autora nos dice, “Pero de todos modos he llegado a la edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada. Decir que mis días están contados no tiene sentido; así fue siempre; así es para todos. Pero la incertidumbre del lugar, de la hora y del modo, que nos impide distinguir con claridad ese fin hacía el cual avanzamos sin tregua, disminuye para mi a medida que la enfermedad mortal progresa. Cualquiera puede morir súbitamente, pero el enfermo sabe que dentro de diez años ya no vivirá.” (Pág. 10).
“La vida es atroz, y lo sabemos. Pero precisamente porque espero poco de la condición humana, los periodos de felicidad, los progresos parciales, los esfuerzos de reanudación y de continuidad me parecen otros tantos prodigios que casi compensan la inmensa acumulación de males, fracasos, incuria y error"” ( Pág. 234 y 235 ).
“Le recuerdo que desde hace mucho la muerte me parece la solución más elegante de mi propio problema; como siempre, mis deseos acaban por realizarse, pero de manera más lenta e indirecta de lo que habría supuesto. Me felicito de que el mal me haya dejado mi lucidez hasta el fin; me alegro de no haber tenido que pasar por la prueba de la extrema vejez, de no estar destinado a conocer ese endurecimiento, esa rigidez, esa sequedad, esa atroz ausencia de deseos” ( Pág. 235), y, termina la obra diciendo,
“Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante, miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver...... Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos. (Pág. 236)
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