Por Pablo González Caballero
Publicado en El País (14/07/2011)
Sigue creciendo la histeria económica. Ya no quiebran grandes empresas, sino países enteros cuya deuda soberana es una soberana deuda. Se habla de contagio, de riesgo para el euro y de fractura en Europa.
Todos los países se entregan a dramáticos ajustes que no solo enfrentan a los gobernantes con el pueblo, sino que una semana después resultan ser insuficientes. Y como un cáncer devastador, el paro y la pobreza crecen a un ritmo despiadado e incontenible, sin que aparezca un solo dirigente capaz de encontrar soluciones... ¿Qué es lo que pasa? Honestamente, creo que los árboles nos impiden ver el bosque.
Esta no es una crisis económica sino de modelo económico. La mayoría de los gobernantes del mundo haciendo exactamente lo contrario de lo que deberían hacer. En lugar de supeditar los mercados a la soberanía nacional, lo que hacen es atender solícitos sus exigencias, por depredadoras que sean. Como si los mercados fuesen un dios al que temer, y no unos pocos miles de grandes accionistas, banqueros, millonarios y, sobre todo, especuladores que sin generar el menor bienestar a la población mundial provocan los peores desastres con su codicia sin freno. Ahora han hecho presa en las deudas soberanas, y en lugar de plantarles cara lo que hacen nuestros gobernantes es suplicarles y temblar.
Siempre habrá miserables y usureros, jugadores de ventaja y personas que acumulen fortunas irracionales sin hacer nada por los demás. Pero para que traduzcan su poder económico en poder a secas -en el poder de decidir sobre nuestras vidas- necesitan que nuestros gobernantes les sigan el juego.
Ese, y no otro, es el problema. Porque sin la traición de quienes deberían representarnos todo ese egoísmo concentrado se quedaría en nada.
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