Por John Carlin
Publicado en El País (14/07/2011)
Durante los 12 años que trabajé en The Independent, uno de los diarios ingleses que no paga para conseguir información, hubo una lamentable etapa en la que compartíamos dueños con The Mirror, un tabloide que sí paga. Nuestro destino estaba en manos de Kelvin MacKenzie, exdirector de The Sun y en aquel momento ejecutivo del Grupo Mirror. En teoría, MacKenzie estaba ahí para ayudar a que The Independent vendiera más ejemplares y emergiera de sus eternos problemas económicos. La realidad era que nos desdeñaba y le importaba poco lo que nos pasara.
Lo decía abiertamente cuando se encontraba con alguno de nosotros en un pasillo o en el ascensor. Eramos unos pijillos. Escribíamos artículos impenetrablemente largos (más de 10 párrafos para un tabloide es Guerra y paz), utilizando palabras y frases de difícil comprensión para las masas, sobre conflictos e injusticias en lugares absurdamente remotos e irrelevantes como Ruanda, los Balcanes o Guatemala. ¿Y quién los leía? Bueno, quizá teníamos 300.000 lectores por aquellas fechas, pero esa era una triste fracción de lo que vendían The Sun y The Mirror. Sí, sí, nos creíamos tan listos, con nuestros títulos universitarios de Oxford y Cambridge y nuestros matizados argumentos, pero lo que el gran público quería era simplísimo -generar polémicas donde no las había- e historias escandalosas de famosos y fotos de mujeres con los pechos al descubierto. No había nada que hacer, opinaba MacKenzie. Representábamos una cultura elitista y -casi, casi- obsoleta.
La actitud de nuestro estimado ejecutivo era compartida por una buena parte de los directivos y periodistas de la prensa tabloide en general. Si había un diario por el que sentían incluso más desdén que por el Independent era The Guardian, cuya vena moralista, siempre haciendo campaña a favor de causas progres, les parecía especialmente ridícula. La broma es que ahora es The Guardian el que los ha pillado, dejando al desnudo con una revelación tras otra que el éxito comercial de los tabloides, especialmente The Sun y The News of the World, cuyo dueño es el famoso Rupert Murdoch, se basaba no en la mejor calidad de sus reporteros sino en el dinero con el que contaban, no solo para pagar a fuentes, sino a detectives privados que se encargaron de interceptar los teléfonos de famosos, de políticos y de miembros de la familia real inglesa. The Independent se ha unido a la fiesta, claro, junto a otros diarios relativamente mucho más serios como el Financial Times, el Observer o el Telegraph, que ahora despotrican contra los tabloides con el mismo vigor e indignación que los tabloides siempre han demostrado a la hora de opinar sobre los pecados sexuales u otros supuestos excesos de personajes públicos.
The Times de Londres no ha tenido más remedio que participar en la venganza de los serios, pese a que el dueño es Murdoch. Bastante a su honra, el director del Times ha permitido que sus columnistas le peguen duro al News of the World. Será interesante ver ahora cuál será la respuesta del Sunday Times, también de Murdoch, también supuestamente serio, pero acusado esta semana de las mismas vilezas que sus primos hermanos tabloides.
Rodarán más cabezas antes de que este episodio llegue a su fin. Algunas de las que se tambalean ocupan puestos de autoridad en diarios que no tienen nada que ver con Murdoch, como el Mirror, el Express o el Daily Mail. Se supone que el impacto sobre la prensa inglesa en general será positivo; que se volverá a la legalidad y se recuperará una cierta decencia. Pero sería una pena que, como consecuencia, se diluyera la tradición de agresiva independencia que es el lado bueno de la prensa inglesa, que se achique ante el poder, como ocurre con la prensa de muchos otros países del mundo. Un exjefe mío en el Independent, Peter Wilby, escribió una columna en The Guardian esta semana en la que expresó el deseo de que, cuando todo este lío acabe, la prensa inglesa siga siendo tan mordaz y valiente como siempre lo ha sido. "Si no", escribió Wilby, conocido por sus opiniones de izquierda, "tendremos algo mucho peor que Murdoch y sus tabloides: diarios tímidos y respetables que reflejan la forma de pensar del poder establecido".
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