Por Carlos Sánchez
Publicado en El Confidencial (11/07/2011)
Alguien dijo que el cargo no hace la virtud, sólo la presupone. Y por eso sorprenden las expectativas creadas en torno a un candidato de larga trayectoria política que ha formado parte del Gobierno en momentos clave de la reciente historia de España. Pero todavía sorprende más la incapacidad de Rubalcaba para entender los cambios sociales, lo que probablemente tenga que ver con el hecho de que su trayectoria sólo ha podido triunfar en un sistema de partidos endogámico que entiende la política como un fin en sí mismo. Y no como un instrumento para cambiar las cosas. Rubalcaba y su forma de elección son, en este sentido, hijos del actual sistema político.
Pero yerra el ex ministro en su discurso si piensa que con hacer guiños al 15-M y a los sectores más a la izquierda del PSOE -‘tasa Tobin’, recuperación parcial del Impuesto sobre el Patrimonio o tipos impositivos más altos para la banca- va a ganar las elecciones. Almunia ya lo intentó en el año 2000 (ahí está el pacto programático con Izquierda Unida) y ya se conocen las consecuencias: Aznar logró mayoría absoluta. Y miente si intenta convencer al electorado de que es posible articular una política de izquierdas abrazando al mismo tiempo el Pacto del Euro, como proclamó el sábado ante la élite socialista. Las dos cosas no son posibles.Y Rubalcaba lo sabe.
Si algo está claro en estos primeros años del siglo XXI es que el binomio tradicional izquierda-derecha está en liquidación por derribo. Y no porque no haya derecha o izquierda, que es evidente que hay diferencias y que no son la misma cosa, sino porque lo que han cambiado son los ciudadanos, que ahora entienden la política como un menú largo y estrecho en el que pueden elegir plato en función de sus propios incentivos. Multitud de estudios científicos han demostrado que los agentes económicos y políticos tienden a comportarse de forma racional, y eso es lo que explica que en barrios teóricamente de izquierdas barra la derecha, y viceversa (aunque cada vez menos). El votante ‘consumidor’ ha arrinconado al votante por razones ideológicas o que funciona a partir de criterios de clase.
Para entender los cambios sociales sólo hay que partir de un dato. La edad media de los españoles ha escalado hasta los 40,9 años, y eso, sin lugar a dudas, determina el voto. Y obviar ese hecho con proclamas pseudo izquierdistas es simplemente equivocar el análisis.
El hecho de que el centro derecha gobierne en el 90% de los gobiernos europeos no es más que la consecuencia de estos cambios sociales, económicos (30.000 dólares de renta per cápita) y demográficos. Un continente con población envejecida vota de forma muy diferente a uno con población joven, y por eso destinar la artillería programática a un electorado (la mitad sin empleo) cuyo peso es cada vez menor es, simplemente, equivocarse.
Apriorismos ideológicos
Es lo que sucede cuando se aborda la política desde apriorismos ideológicos basados en el pasado. Los ciudadanos quieren que los servicios públicos funcionen, y su propiedad es un debate cada vez menos relevante, como han demostrado las sociedades escandinavas. Lo pertinente, por lo tanto, es cómo financiar los servicios públicos esenciales: educación, sanidad o justicia.
Y por eso parece absurdo huir del debate sobre su financiación con criterios maximalistas heredados de antaño. Sobre todo teniendo en cuenta que si no se aborda de forma equilibrada y racional la cuestión de la financiación los servicios públicos, se irán degradando. Y no hace falta decir quiénes pagarán las consecuencias. Precisamente, los estratos sociales más desfavorecidos. Esos que dice defender Rubalcaba, incapaz de formular un nuevo modelo tributario más allá del tópico de los paraísos fiscales. ¿O es que cuando Rafael Vera pagaba dinero en Suiza a Amedo el país helvético no era un paraíso fiscal?
El mayor despropósito de Rubalcaba, con todo, tiene sin embargo que vez con esa absurda idea de comprometerse a no cambiar ninguna ley educativa en vigor. Y lo dijo 24 horas antes de que la propia administración desvelara que 900.000 jóvenes no están preparados ni para trabajar ni para formarse. Alguna responsabilidad tendrán las leyes de educación.
Es evidente, sin embargo, que las normas no lo son todo. La cultura del trabajo y del esfuerzo tienen más que ver con el empleo que cualquier normativa, por muy sólida que sea. Pero pensar que hay que arar con estos bueyes sólo puede conducir al suicidio como país y al haraquiri del candidato. Existe un riesgo cierto de que Rubalcaba acabe siendo como lo que decía socarronamente Rafael Sánchez Ferlosio de su mujer, la escritora Carmen Martín Gaite. ‘Es una viuda que tiene el difunto en casa’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario