Editorial El País
Publicado en El País (15/07/2011)
Europa ha dejado en manos de los Gobiernos nacionales la gestión de su profunda crisis de la deuda. El Senado italiano aprobó ayer un plan de austeridad económica que implica, entre recortes presupuestarios, subidas de impuestos, privatizaciones y aplicación de un fuerte copago sanitario (que puede alcanzar hasta 10 euros por visita y 25 por urgencias), en total unos 70.000 millones de euros hasta 2014. El plan parece ambicioso, aunque debe ser corregido atendiendo a la tendencia de la Administración italiana a la contabilidad creativa, y refleja con exactitud el miedo que ha causado en Italia el desbordamiento de su prima de riesgo. Su economía no responde a la retórica expresión de solidez que vendió Silvio Berlusconi, poco ducho en otras finanzas que no sean las suyas. De hecho, soporta el pesado lastre, bien calibrado por sus acreedores, de que ha crecido muy poco en los últimos 10 años y no tiene mejores expectativas para el próximo decenio.
Desgraciadamente, las posibles virtudes del plan italiano (las Bolsas y la deuda italiana y española parecen haberse calmado moderadamente) palidecen ante dos ausencias políticas insólitas e irresponsables. La de Berlusconi, desaparecido en el peor momento de la tempestad financiera, confirma su incapacidad para ejercer sus responsabilidades. El desorden político desatado por Berlusconi (en el que hay que incluir algún grueso desacuerdo con el ministro de Economía, Tremonti) no es el mejor aval para dar credibilidad a los ajustes en Bruselas y ante los mercados.
Pero la ausencia más peligrosa es la de Europa. Alemania se resiste a aceptar una cumbre extraordinaria del Eurogrupo para poner orden en la caótica situación de las deudas nacionales europeas. Lo sorprendente no es la reticencia en sí; ya se sabe que Angela Merkel y sus satélites (Países Bajos, Austria) verían con más simpatía una liga hanseática (si fuera posible resucitarla) que una moneda común en la que participan españoles, portugueses y griegos. La perplejidad nace del argumento esgrimido para bloquear la iniciativa del complaciente Van Rompuy: "Grecia cuenta con financiación suficiente hasta septiembre y no hay necesidad de acelerar un segundo rescate". Pero eso es precisamente lo que piden los inversores: que Europa demuestre aquí y ahora que tiene una idea para salvar a Grecia y evitar los segundos rescates de Irlanda y Portugal.
Merkel y el pelotón de los resistentes parecen no darse cuenta de que Grecia no puede vivir meses de interinidad; no aceptan que esa interinidad, además de cercenar el futuro de Grecia y comprometer el de Portugal e Irlanda, ahoga las posibilidades de crecimiento de España o Italia. Mientras Alemania se encastilla en la ideología de que cada país es responsable de sus excesos y se resiste a aceptar los eurobonos, la economía española, sujeta a un férreo programa de restricción fiscal, observa cómo se disparan sus costes financieros por culpa de la indecisión europea. Cada punto básico que sube el diferencial cuesta millones en intereses; y ese encarecimiento financiero acabará por devorar cualquier margen presupuestario. La miopía de Berlín está costando mucho dinero y empleo en Madrid y en Roma.
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