Por Carlos Fonseca
Publicado en El Confidencial (25/05/2011)
Los indignados del 15M se enfrentan a partir de la próxima semana, cuando concluya la acampada que mantienen en la Puerta del Sol, al dilema de convertirse en un movimiento organizado o diluirse tras haber sacado a la calle a decenas de miles de ciudadanos cabreados con la situación política y económica que vivimos. No es fácil que el descontento expresado en la calle se convierta en un movimiento que trascienda las jornadas de protesta para influir en la política del día a día, pero me parece imprescindible que lo haga.
En un país donde la participación de los ciudadanos en la política se limita a votar cada cuatro años; donde solo dos partidos tienen posibilidades reales de gobernar y el resto se resigna con rellenar mayorías; donde un Gobierno pretendidamente de izquierdas ha llevado a cabo el mayor recorte de derechos laborales de la democracia; donde la experiencia laboral es un estorbo, la sobrecualificación un problema y ser joven es sinónimo de precariedad, es necesaria una nueva izquierda que reivindique los valores a los que el PSOE ha renunciado y que IU es incapaz de canalizar, perdida en rencillas internas de poder que la han dejado inane.
El 15M puede ser el embrión de esa nueva izquierda inconformista, irreverente, reivindicativa y radical que defienda principios sin renunciar al pragmatismo necesario para conseguir que las instituciones representen de forma real, y no solo formal, la voluntad de los ciudadanos. La reforma del sistema electoral para que cada voto valga lo mismo, las listas abiertas o la exclusión de los imputados de las candidaturas son algunas de las numerosas propuestas que han acordado estos días en asamblea, y que ahora es necesario articular para que no se queden en meros enunciados. No sé si la fórmula es un nuevo partido, entiendo el temor de los indignados a ser engullidos por el sistema que critican, pero es necesario pasar de las palabras a los hechos para no quedarse en nada. El debate debe alumbrar la fórmula organizativa más adecuada sin temor a equivocarse.Sin prisas pero sin pausas y siendo conscientes de que lo andado hasta ahora ya es mucho.
Lo consiga o no, el 15M ha sido un rotundo éxito, digan lo que digan algunos políticos y medios de comunicación empeñados en medir el mismo por el porcentaje de abstención o de voto en blanco. ¡Como si la realidad se pudiera cambiar en una semana! Los indignados no han perdido las elecciones porque no se presentaban a ellas, ni pedían el voto para ninguna formación, y tampoco recomendaban la abstención, ni el voto nulo o en blanco. Reclaman una regeneración de la política para que el ciudadano participe de ella y deje de ser una mera mercancía. Es un grito de rebeldía y una advertencia del enorme descontento social con los partidos, y lo que eso supone de descrédito de la política. Nada más, y nada menos.
El desconcierto provocado en las filas de todos los partidos, a derecha e izquierda, es el principal termómetro de su éxito. La izquierda se ha mostrado condescendiente, pero tras la debacle electoral no ha dudado en señalar a los manifestantes como responsables en parte de su desastre. Como si reclamaran el voto cautivo y marcial, la fidelidad ciega del ciudadano acrítico que vota siglas aunque sea tapándose la nariz.
La derecha ha ido aún más allá y ha culpado a los acampados de ser parte de una estrategia de Alfredo Pérez Rubalcaba, el “Maquiavelo” del PSOE, para perjudicar electoralmente al PP (las concentraciones tienen lugar frente a la sede de la Comunidad de Madrid y no en La Moncloa, Esperanza Aguirre dixit), de “amasijo de delincuentes a las órdenes de lo más bajo de la izquierda española” y de ETA/Batasuna (César Vidal) o de antisistemas como sinónimo de zarrapastrosos. Han perdido el decoro y la vergüenza.
Basta con pasarse por la Puerta del Sol para darse cuenta de a quién representa el Movimiento 15M. Allí hay estudiantes, jóvenes en paro, trabajadores, padres con hijos y gente de edad unidos por un monumental cabreo hacia una clase política que crea más problemas que resuelve. Justo lo que más incomoda a quienes prefieren una sociedad dócil a otra crítica que no acepta sin más el obedece y calla.
Hasta el próximo miércoles
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