Por Antonio Casado
Publicado en El Confidencial (17/05/2011)
Deben de ser los años, pero a estas alturas uno mira una campaña electoral como José María Iñigo mira las votaciones del festival de Eurovisión. Con mucha distancia, escasa capacidad de registro respecto a los discursos huecos que se despachan y una pereza infinita a la hora de procesar las respectivas estrategias, tan burdas, tan transparentes, tan previsibles.
Y todavía hay dirigentes dispuestos a decirles a los jóvenes desertores del sistema que la solución está en las urnas. No han entendido el grito de la generación perdida. O lo han entendido demasiado bien y, como no se les ocurre nada frente a los manifestantes del domingo (“Democracia real, ya”, firmado por jóvenes y no tan jóvenes de muy distintos colectivos), salen con esa ocurrencia del voto como palanca para mejorar la situación del país. Pero eso choca con el lema “No los votes”, uno de los más aireados por los promotores de la protesta. Y de los más oídos en las marchas del fin de semana en distintas ciudades. De hecho, los jóvenes que acamparon en la Puerta del Sol, ante el flequillo de Esperanza Aguirre, pretendían quedarse hasta el día de las elecciones (fueron desalojados anoche). Y no precisamente como reclamo de la participación sino todo lo contrario.
El grito no se queda solo en la reprobación de la clase política. Se incluye al Ejército, la Iglesia y la Banca. Póquer de ases en una baraja que quisieran romper los inspiradores de este inesperado movimiento agitado por las redes sociales. Al menos en las soflamas que, al igual que ocurre en las campañas electorales, duran lo que duran los globos de una piñata.
Además, no parece dominar el componente antisistema en estas manifestaciones. Más bien parecen agitadas por las desencantadas criaturas del Estado del Bienestar y la Sociedad del Consumo. Razón de más para que la clase política, ahora enzarzada en el rito vacuo de una campaña electoral, se sienta concernida por quienes han descubierto más o menos repentinamente que quieren ser tratados como personas y no como mercancías, que los mercados deben estar sometidos a la Democracia y no al revés, que un banquero lascivo a 2.200 euros la noche de hotel no es quien para sugerir recortes sociales. Y que, por supuesto, no se sienten en absoluto representados por esta clase política que concursa en las urnas del día 22.
Lo suyo es esperar y ver si los candidatos del domingo toman nota de esta nueva expresión del malestar social. Por un lado. Por otro, saber si el movimiento va a tener continuidad. Sus coordenadas están claras: “indignados y organizados” para “sacar a la ciudadanía a la calle” y provocar un “cambio de modelo político y social”, en palabras de Félix Gándara, el portavoz del grupo “Democracia real, ya”.
La clave también es el cambio en esta especie de campaña paralela iniciada en las manifestaciones del domingo. Como en la campaña oficial, donde el aspirante Rajoy también reclama lo mismo frente al titular Zapatero. El grito de cambio es el mismo, pero no suena igual en la calle que en las urnas. Dos campañas paralelas. Por mucho que se prolonguen nunca llegarán a encontrarse.
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