Por Antonio Casado
Publicado en El Confidencial (03/05/2011)
No será en la cara del abajo firmante donde aparezca una lagrimita por Bin Laden. Ni una ni media. Muerto y bien muerto está, eso parece, quien tanta muerte sembró con sus incitaciones al terrorismo en nombre de Dios. Dicho sea también por la parte que nos toca en la memoria del jueves de sangre en Madrid, aunque nuestra Esperanza Aguirre siga diciendo que a ella no le consta la marca de Al Qaeda (“miembros de grupos terroristas de tipo yihadista”, según la sentencia) en la tragedia de aquel 11 de marzo de 2004.
Acontecimientos de este calibre nos retratan a todos. Celebrar la caída del jefe de Al Qaeda -aunque no se puede hablar de una organización jerarquizada, así lo percibía la opinión pública mundial-, equivale a celebrar también los métodos utilizados. O, al menos, dedicarles una mirada distraída. De hecho esa es la tónica general de las reacciones de todas las cancillerías occidentales ante la noticia difundida ayer por Barack Obama en plan “misión cumplida”, que nos recordó el patinazo de George Bush sobre la cubierta de un portaviones, cuando quiso dar por cerrada la guerra de Irak (¿recuerdan?).
A lo que íbamos. Mirada distraída a escala planetaria sobre lo que técnicamente sería un asesinato si no estuviera de por medio la razón de Estado. Nada nuevo. Es lo que se despacha. Y no procede el rasgado de vestiduras. Mucho menos cuando miles de norteamericanos agitan sus resortes emocionales al relacionar los disparos de los comandos a la cabeza de Bin Laden con los 3.000 muertos en las Torres Gemelas de Nueva York.
En esas condiciones, Obama bien pudo permitirse ayer valorar la consabida operación en territorio paquistaní como un ajuste de cuentas. Y hasta podría acabar justificando la existencia de la prisión de Guantánamo, donde el Gobierno de EEUU se pasa por el arco del triunfo el amparo legal, la asistencia letrada, la Convención de Ginebra y la Declaración de Derechos Humanos. De momento, su promesa de cerrar tan aberrante establecimiento se ha perdido en la polvareda. Descuiden ustedes, que por eso no perderá las elecciones, teniendo políticamente enfrente a quienes inventaron esa forma de encarcelar a los sospechosos sin cargos y sin tutela en un limbo extraterritorial.
Todo esto se presta al juego de las comparaciones en clave doméstica. Largas y penosas reyertas dialécticas nos contemplan por cuenta de la guerra sucia, los atajos, el terrorismo de Estado, la cal viva y, más recientemente, el vuelo del faisán y la vigilancia policial a los etarras voladores, en nombre de los principios del Estado de Derecho. Principios seriamente averiados en el debate derivado de la lucha por el poder porque se invocan al gusto del consumidor y, por tanto, quedan despojados de su carácter universal, permanente y no negociable.
Uno carga como puede con sus propias contradicciones. No será el abajo firmante, que ha hablado en tantas ocasiones de los renglones torcidos en la recta lucha contra de los Gobiernos contra los terroristas, los de cercanías y los otros, quien lamente la eliminación física de Bin Laden, inspirador de tantos actos criminales en la primera década del siglo XXI. En cambio creo que se lo deberían hacer mirar quienes justifican los medios en función del fin si se trata de Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña, Francia, etc., pero revierten el discurso cuando se trata del adversario político interior. Y eso ha vuelto a ocurrir en relación con la ejecución extrajudicial de Bin Laden.
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