Por Jorge Moruno Danzi (sociólogo)
Publicado en El Confidencial (19/05/2011)
Para explicar las movilizaciones que tuvieron lugar en varias ciudades el pasado domingo -“Por una Democracia Real Ya y Juventud sin Futuro”- debemos remontarnos a finales del siglo pasado y principios del actual. Me refiero a los ciclos de protesta antiglobalización, que tomaron ciudades y protagonizaron portadas durante un cierto periodo de tiempo. No se trata tanto de un revival de aquellas experiencias, sino, más bien, de una evolución en las maneras de organizarse y expresar el descontento. Lo podemos observar igualmente en las manifestaciones contra la guerra de Iraq de 2003, las movilizaciones por una vivienda digna en 2006-2007, o el movimiento contra el Plan Bolonia en las Universidades, en incluso la réplica de la ocupación en la Plaza Tahrir en su versión madrileña. Pero, ¿cuál es el hilo conductor que comparten todos y cada uno de los casos mencionados? Podríamos confirmar tres aspectos: la organización, la composición y el alcance de las demandas.
La organización
El clásico modelo de organización industrial, que responde a una gramática política de la modernidad, entra en crisis. El filósofo italiano Antonio Negri afirma que una de las razones del éxito de Lenin en la Revolución de 1917 fue, precisamente, leer con precisión la organización productiva del momento y saber que contraponer. La organización del partido, al igual que la fábrica industrial, fue hija de la modernidad, con sus burocracias, sus jerarquías y protocolos fijados, y su aspiración de transformar en universalidad la particularidad obrera. A día de hoy, esta manera de pensar la organización entorpece la adaptabilidad a los cambios abruptos en la sociedad del just in time. Anula la expresión singular de la persona, encerrada en la máquina burocrática.
En cambio, la tendencia contemporánea pasa más por amplificar redes en horizontal que no por engordar burocracias por abajo y acumular fuerzas verticalmente. La forma reticular resulta ser más rápida y eficaz que interminables procedimientos, gracias en parte al uso del móvil, Internet y las redes sociales. En una sociedad conectada, donde cada vez existen menos lugares especiales y más lugares comunes, no hay más opción que poner el foco en las relaciones compartidas y no en la ideología prediseñada. Los espacios de encuentro no se limitan al ámbito laboral o educativo; la protesta siempre tiende a exceder su marco de actuación establecido para tomar cuerpo social en la ciudad. En la era de la información, todas las movilizaciones relevantes se la juegan en el Coliseo de la opinión pública, de los medios y televisiones, condicionando así el propio éxito que se pueda obtener en el centro de trabajo.
La composición
Toda forma de organización responde a un modelo concreto que exige una determinada manera de hacer las cosas. Ese modelo es, en nuestro caso, la forma que adopta la composición socioeconómica del trabajo. Antes, y sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial, la hegemonía era la del modelo de trabajador industrial, varón, blanco, que desarrollaba empleos mecánicos y encontraba a la salida de la fábrica una comunidad forjada por el trabajo, pero liberada del mismo. En la actualidad vivimos tiempos donde paradójicamente se produce cada vez más riqueza, con menos fuerza de trabajo directamente empleada. Todo lo contrario que otrora.
Ahora, la tendencia es la de flexibilidad y temporalidad en lugar de estabilidad y rutina, imposibilidad de definir metas de largo alcance frente a la certeza temporal que daba el trabajo seguro. La nueva composición del trabajo incluye a la anterior pero, sobre todo, se nutre de jóvenes, mujeres, inmigrantes, parados y trabajadores de mediana edad expulsados por ser demasiado caros, tener demasiada experiencia y ser rígidos.
Todos estos colectivos son los que mayoritariamente sufren la condición de precariedad y el abismo de la exclusión. Los precarios y precarias del siglo XXI no encuentran su lugar en las instituciones y organizaciones bien ideadas para otra época y modelo, pero inoperables para nuestra sociedad post-fordista, que requiere nuevos repertorios de acción colectiva acordes a su composición. Por esa razón, una parte de la izquierda más clásica siente desconfianza hacia este tipo de movilizaciones, que se escapan de sus marcos y puntos referencia e identidad.
El alcance de las demandas
Si antes, destacaba la rápida extensión de la protesta a la ciudad y la influencia de la opinión pública, ahora también, hay que hacerlo en su rápida radicalización de las demandas. Marx, para explicar la luchas sociales del siglo XIX, hacía una analogía con los agujeros de una topera: el topo salía a la superficie en los momentos de abierta conflictividad social -1830, 1848, 1871-, y cuando no era así, éste se refugiaba en la topera, construyendo túneles para comunicarse y amoldarse a la evolución histórica, en la espera de un nuevo estallido social. Hoy, esos túneles se han quedado obsoletos, al menos en parte, y los nuevos movimientos son subversivos en sí mismos, se parecen más a los anillos de una serpiente que surfean con agilidad y rapidez.
El alcance de sus demandas adopta con facilidad un carácter existencial, que ponen en cuestión la propia ecología del capitalismo y golpea con fuerza las propias contradicciones sistémicas: “No somos mercancía en manos de banqueros y políticos”; “este sistema lo vamos a cambiar”; “si gobiernan los mercados no hay democracia”. Gritos propios de lo que popularmente se estigmatiza como “antisistema”. Queda por ver cuánto tiempo falta para que pasen de ser calificados como los “radicales antisistema”. En cualquier caso, el encuentro de la gente reunida en la Puerta del Sol dista mucho de ser una masa estúpida y anónima, más bien, se debe hablar de una multitud inteligente que no elimina la expresión singular de cada persona y potencia la pluralidad.
Nuestra vara de medir el éxito de estas movilizaciones, debe basarse por el momento, en la capacidad de influir en las políticas públicas. El movimiento por una vivienda digna consiguió sacar a debate el problema de la especulación y la dificultad al acceso a una vivienda. Su presión, logró sonsacar al PSOE la renta básica de emancipación, al tiempo que nueve personas continúan a espera de juicio por las sentadas pacíficas de 2006.
Perspectivas de futuro
Decía un ejecutivo del Wall Street Journal, que no creía en la democracia como garante de libertades, pero sí en el mercado. La democracia, afirmaba, pueden ser dos lobos y una oveja decidiendo que cenan esa noche. Pero se olvida, de que existen países donde el mercado no tiene ningún impedimento para implantarse en total ausencia de instituciones democráticas. Los movimientos como el del 15 de mayo en cambio, ponen de manifiesto la insuperable contradicción entre capitalismo y democracia; entre la aspiración de la maximización de los beneficios de unos pocos, frente al deseo de amplificar libertades de muchos. Hasta el momento, las movilizaciones del pasado domingo que reunió a decenas de miles, como bien afirma el Washington Post, constituyen un acontecimiento; es decir, un punto de partida que abre la ventana de lo posible, o parafraseando a él filósofo Slavoj Zizek, la política como el arte de lo imposible. Pero esa potencialidad no depende únicamente del ambiente, sino también de la capacidad estratégica de quienes componen las redes de movimiento. Del acontecimiento, deben pasar al movimiento y con el tiempo la construcción de instituciones autónomas con capacidad de permanencia en el tiempo, que otorguen un sentido de comunidad al precariado y organicen sus demandas. Digamos a modo de caricatura, que la generación precaria, se encuentra políticamente como en los albores del movimiento obrero del siglo XIX, todavía se está encontrando así misma.
De querer persistir más allá del 22 de mayo, su tarea debe ir encaminada hacia la construcción de relatos e historias compartidas, mitos que transmitan emociones y generar sinergias, donde un amplio abanico de personas y sensibilidades se sientan útiles y se ilusionen en involucrarse por el mero hecho de hacerlo. Su principal obstáculo, será el de superar el cinismo impregnado en una sociedad que considera como parte del sentido común, no protestar. Al tiempo que escribo estas líneas, las multitudes de Sol quieren desmentir este estereotipo y parecen decididas a multiplicarse y a demostrar, que la democracia y la libertad se defiende ejerciéndola.
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