Publicado en Cotizalia (16/12/2010)
Leo en la prensa del lunes, y más en concreto en la Crónica de Casimiro García Abadillo en El Mundo, cómo nuestro gentil Presidente del Gobierno mantuvo el jueves víspera del caos aéreo que un servidor padeció estoicamente, una “larga y dura conversación con Angela Merkel”. Según comenta el articulista, “había que hacer entender a la canciller alemana que España estaba dispuesta a hacer sacrificios pero que Alemania debía poner de su parte”. Con un par. Es el problema de este “hombre de voluntad frágil, angustiado por la presión familiar que va a terminar haciendo bueno a Aznar”, como me lo definía un preboste patrio que le conoce bien con el que tuve ocasión de desayunar en la Ciudad de los Rascacielos: que no se entera de qué va esta fiesta y se dedica a comprar el discurso de la progresía más rancia, aquella que olvida la particular travesía en el desierto que pasó Alemania a cuenta de la integración de la parte oriental con crecimientos de su economía cercanos al 1% durante más de una década.
Como en el cuento de la cigarra y la hormiga, la llegada del invierno financiero ha provocado que un coro de plañideras llamen al Muro de Berlín en busca de auxilio, bien por acción, contribución al Fondo de Rescate comunitario y tolerancia frente a la emisión de Eurobonos (que… ¿quién respaldaría? Ah, vaya), u omisión, solicitud de que haga la vista gorda ante los excesos de déficit y deuda pública acumulados en los últimos tres años. Parecen olvidar que es precisamente la aplicación de unas recetas a la alemana, sacrificio acompañado de un cambio de modelo económico y/o productivo que siente las bases para una mayor estabilidad ante los vaivenes del ciclo, lo que muchos de esos países han de poner en práctica. Y que, como el holgazán de la moraleja infantil, sólo cuando la necesidad aprieta se puede doblegar la falta de voluntad de cambio de esa mediocridad política que rige tales estados, incapaz de ver más horizonte que la siguiente elección aferrada como está al sillón.
Es evidente que es Alemania la que más tiene que perder en el caso de una quiebra de la hasta ahora, fuera de la moneda única, entelequia europea. No hay que olvidar que es el principal acreedor de la Eurozona y que el balance de sus entidades financieras está repletito de deuda de la periferia comunitaria de modo tal que un quebranto sustancial de los deudores podría llevarse por delante a tales tenedores. No sólo eso, es la nación que más ha apostado por la construcción de la Unión, entre otras vías, a través de la financiación del desarrollo de sus regiones más pobres a fondo perdido… pese a sus propias dificultades internas. Una actitud, perseverante en el tiempo, de la que España ha sido una de sus principales beneficiadas. Sorprende como se acepta como lógica la asimetría entre su contribución, que se acepta a manos llenas, y su exigencia que se censura como ilegítima, como un atentado contra la soberanía nacional. ¿De qué estamos hablando?
Pues de esto. El cuadro lo tomo prestado de Credit Writedowns, el siempre interesante blog de Edward Harrison. Es de cierre de 2008, cuando la crisis se creía más financiera que soberana, matiz no poco importante para comprender lo que les quiero decir. Fue el ejercicio de la caída de Lehman, aquél en que varios Landesbank y bancos cotizados alemanes estuvieron en la cuerda floja y su sistema bancario peligró por completo. Pues bien, miren cómo fueron las transferencias fiscales en el seno de la Unión. En la parte superior, los que aflojaban el bolsillo. En la inferior, los que ponían la mano. Alemania aportó más del doble de recursos que el siguiente en la lista, la endeudada Italia. Destacan igualmente Francia y Holanda. Por el contrario, Grecia, Polonia, España y Portugal fueron los principales receptores de la hucha común. Año de tremenda incertidumbre en el que economías más abiertas como la teutona vieron cómo se colapsaba su PIB. Y aún así. Después de esto, ¿no creen que se ha ganado el derecho, al menos, a decirnos algo? Pues va a ser que sí.
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