Por Javier Benegas, experto en branding y comunicación. Publicado en El Confidencial (20/01/2010)
Las extraordinariamente graves circunstancias por las que atravesamos han hecho que los españoles alteremos el orden de nuestras prioridades. Más allá de sufrir por nuestro plato de garbanzos, lo que empieza a preocuparnos sobremanera es no tener ningún control sobre aquellos que nos gobiernan. Esta inquietud ha ganado fuerza de tal forma que somos cada vez más numerosos los que sospechamos que los políticos profesionales, la ausencia de mecanismos de control eficaces sobre el poder político y la crisis son partes de una misma ecuación; es decir, están íntimamente relacionados entre sí. Son causa y efecto.
A día de hoy, las conversaciones a pie de calle desbordan por completo los debates interesados que dominan los medios de información y las tertulias políticas televisivas. Y desde hace ya tiempo, no deja de aumentar el número de ciudadanos que juzgan con especial dureza la nula disposición de los partidos para reformar el actual modelo político y devolver el poder a quien siempre debió pertenecer: los ciudadanos.
Dentro de este nuevo escenario, las impresentables reformas económicas promovidas desde la nación política y al dictado de sus colegas foráneos, no sólo nos disgustan por su arbitrariedad e imposición -una vez a nuestras espaldas-, sino que resultan especialmente irritantes porque, además de ser injustas, suplantan a aquellas que de verdad son imprescindibles.Estando así las cosas, la prueba del algodón para cualquier partido político es comprobar si está presente en su programa el ineludible compromiso con la regeneración.
Esto es:
1.- Reforma de la Ley Electoral (control directo de los electores sobre los diputados).
2.- Reforma de la Justicia (separación de poderes).
3.- Reforma de la Ley de partidos (democratización interna).Todo partido que no las incluya en lo más alto de su programa no merece el calificativo de democrático y, por lo tanto, no está al servicio de los ciudadanos sino al de quienes anidan en él.
Señores políticos profesionales, sepan que entre los españoles se ha instalado la certeza de que se acabó el tiempo de los milagros y que lo peor está aún por llegar, y no existe telediario edulcorado capaz de abstraernos de esta dura realidad. Para colmo, somos muy conscientes de estar atrapados dentro de un sistema que tiene muy poco de democrático, y que nos impide ejercer nuestro derecho a influir en el curso de los acontecimientos. En consecuencia, las promesas de orden y eficacia que se nos ofrecen son del todo insuficientes; es más, ofenden nuestra inteligencia. No demandamos sólo orden y mejores gestores que puedan abordar reformas económicas más o menos ambiciosas, exigimos los mecanismos de control del poder que caracterizan a un sistema democrático. Ya dijo Tocqueville que ·una nación que no pide más que orden ya es esclava en el fondo de su corazón·. Y los españoles podemos parecer un pueblo servil y acomodado. Pero se trata de un cliché más de tantos que empezó a desmoronarse en el mismo instante en que se terminaron los días de vino y rosas. Lo cierto es que no nos gusta ser esclavos de nadie.
Cada día que pasa se hace más grande el abismo que separa a la nación política de la nación real. Y conviene recordar que es la segunda y no la primera la que sostiene este sistema. Sin esas tres reformas indispensables antes citadas, más tarde o más temprano el vínculo entre políticos y ciudadanos se extinguirá por completo, la desafección hacia el sistema será enorme y los ciudadanos, por simple instinto de supervivencia, trasladarán sus dineros, empleos y negocios a la clandestinidad. Y, entonces, ¿quién pagará tanta deuda pública, tanto puesto de libre designación, tanta tarifa al alza, tanto sueldo vitalicio, tanto tráfico de influencias y tanto coche oficial? ¿Declararán sus Señorías el Estado de Alarma y ordenarán a los militares que entren en las casas y busquen el dinero escondido en los colchones? * Javier Benegas es experto en branding y comunicación
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