Este cuadro de Zurbarán, "Defensa de Cádiz", ilustra perfectamente el objetivo y prioridad de nuestra asociación.

lunes, 21 de marzo de 2011

La gran mentira

Por Carlos Sánchez

Publicado en El Confidencial (20/03/2011)

Lloyd George era un tipo singular. Estaba hecho para la política. Pero a diferencia de Wilson y Clemenceau, no odiaba a sus adversarios, con quienes discutía hasta la extenuación. Tampoco era un intelectual, pero sus reflejos dialécticos eran insuperables.

La historiadora Margaret MacMillan cuenta que en cierta ocasión, durante la Conferencia de Paz de París -donde las tres potencias vencedoras de la Gran Guerra se repartieron el mundo-, Keynes y un colega suyo se percataron de que el informe sobre el Adriático que le habían hecho llegar al primer ministro británico en su calidad de asesores, contenía graves equivocaciones. Ambos se apresuraron a redactar una nota manuscrita en la que se reflejaba un cambio de postura importante de la delegación británica. Pero cuando el papel llegó a manos de Lloyd George, éste estaba ya en posesión de la palabra defendiendo la postura de Gran Bretaña. La corrección -entregada personalmente por Keynes- había llegado tarde.

El primer ministro británico, sin embargo, no se encogió. Tomó la hoja y echó un somero vistazo. Sin hacer ninguna pausa, fue modificando gradualmente sus propios argumentos hasta que al fin terminó su discurso expresando justamente la postura contraria de aquella con la que había comenzado.


Todo indica que a la Unión Europea, y. en particular, a este Gobierno, le sucede lo mismo que a Lloyd George. Se hace política a golpe de improvisación, y eso explica la ausencia de coherencia ideológica en la toma de decisiones. Como sostenía hace algún tiempo en privado un alto directivo del Banco de España, el problema no es que se haga una política de izquierdas o de derechas, el problema es cuando las cosas se hacen mal por ineptitud.

Un mal pensado -y en este país hay legión- lo achacaría al vacío intelectual de buena parte de la clase dirigente; pero, en realidad, se está ante un problema de mucha mayor enjundia cuya naturaleza tiene que ver con lo que el escritor francés Christian Salmon ha denominado 'la gran mentira'.

Se miente retrasando de manera irresponsable el momento de intervenir en Libia haciendo política de hechos consumados con el único objetivo de evitar que el dominó de los cambios democráticos alcancen a las corruptas monarquías del golfo. Si la insurrección hubiera triunfado en Libia, se hubiera dado una señal inequívoca: la movilización es el mejor camino para derrocar tiranías medievales. Y al mismo tiempo se habría acabado con esa gran mentira que han difundido durante años los regímenes árabes autoritarios de que son la última frontera contra el terrorismo. Sin duda que la intervención militar ha llegado demasiado tarde.

Se miente también sobre la verdadera dimensión de la catástrofe nuclear en Japón jugando al populismo y al alarmismo más descarnado, aunque ello exija tragarse el compromiso con los electores.

Proteger a los acreedores

Y se miente cuando la Unión Europea pone en marcha un mecanismo de rescate de los países periféricos que, en realidad, sólo pretende proteger a los países acreedores (léase Alemania y Francia). Estamos ante la fórmula mágica de la gran mentira convertida en una de las bellas artes.

Así, a golpe de embuste, se ha construido una realidad inventada que impide atacar el núcleo de los problemas. Los sistemas políticos y la propia realidad económica han degenerado en una gigantesca tramoya hueca. Lo importante es cómo se perciben las cosas, no lo que en verdad sucede.

El caso español es paradigmático en este sentido. El sector privado -en particular las empresas- está endeudado hasta las cachas, pero en aras de dar apariencia de que aquí no pasa nada, se mantiene enchufado a parte del sistema financiero al cordón umbilical del presupuesto público. Haciendo bueno aquello que alguien comentó al profesor Toribio sobre el oficio de banquero. Se trata de pedir dinero a gente honrada para entregárselo a insolventes.

La verdad, sin embargo, es siempre revolucionaria, que decía Gramsci, y lo cierto es que este país nunca podrá devolver las deudas contraídas. Hay un dato en el último boletín estadístico del Banco de España ciertamente relevante. Después del ajuste más severo de la economía española en más de medio siglo, el endeudamiento de los sectores productivos apenas se ha reducido en un 3%, hasta los 985.151 millones de euros. En el caso de las inmobiliarias, el resultado es todavía es más elocuente. Adeudan 315.781 millones de euros (sin contar la construcción), prácticamente lo mismo que hace dos años. Y nada indica que estén en condiciones de devolver sus deudas salvo un nuevo boom del ladrillo que hoy por hoy se antoja impensable.


Es más, si esa nueva primavera del ladrillo llega, los potenciales beneficios (plusvalías) del encarecimiento del suelo y de la vivienda no llegarían a los contribuyentes que piadosamente han puesto su dinero en los tiempos malos, si no a los accionistas de esas instituciones convertidas hoy en bancos, lo cual es ya de aurora boreal.

El caso del sector público no en menos elocuente. El profesor Alfredo Pastor ha hecho unos números y ha llegado a la conclusión de que España necesita tener un superávit primario durante cinco años equivalente al ¡6,1%! del PIB (sin contar el pago de intereses) sólo para estabilizar su nivel de deuda. ¿Mucho o poco? Una barbaridad si se tiene en cuenta que el punto de partida es un -6,6% de déficit que se alcanzará, en el mejor de los casos, este año.

Estamos, por lo tanto, ante una gran ilusión que sólo retrasa la salida de la crisis y encarece el coste del servicio de la deuda, lo que explica que el diferencial con Alemania no baje de los 200 puntos básicos. Pese a la aparente normalidad de las últimas semanas, los mercados siguen oliendo sangre. Básicamente porque saben que ni Grecia ni Irlanda podrán devolver lo que deben. Ni, por supuesto, Portugal, que se está financiando sus emisiones a dos años al 6%, seis veces más que el precio oficial del dinero. Incluso Grecia, un país intervenido, soporta todavía rentabilidades próximas al 15% -han leído bien- en emisiones a dos años que se negocian en los mercados secundarios.

Agujeros fiscales

Como alguien dijo, si Europa fuera Indonesia o Argentina, hace tiempo que los países altamente endeudados hubieran tenido que acudir al Club de París para renegociar sus agujeros fiscales, pero ocurre que en este caso los acreedores son los bancos alemanes y franceses, y eso son palabras mayores. La solución que se ha dado es alargar el problema aunque el proceso se lleve por delante el futuro del país con políticas de ajuste que necesariamente se van a convertir en crónicas para poder hacer frente a los compromisos financieros adquiridos. Un auténtica tragedia para un país como España que está obligado a destinar cada año 50.000 millones de euros (el 5% del PIB) sólo para pagar la carga de intereses y el desempleo. O lo que es lo mismo, la tercera parte del gasto no financiero del Estado.

La parte positiva del ajuste es que hay disciplina fiscal en un país de manirrotos y de nuevo ricos; pero ciertamente existe el peligro real de que el ajuste perpetuo estrangule la capacidad de crecimiento de la economía por falta de crédito. Y eso es una auténtica tragedia cuando es muy probable que ya se haya rozado la cifra de cinco millones de parados en este trimestre, como se encargará de revelar el INE el mes próximo.

¿Cuál es la solución? No hay otra que acudir a una especie de default controlado destinado a acelerar la reestructuración de la deuda, algo que en realidad descuentan los mercados desde hace meses y que justifica los amplios diferenciales.

El mecanismo permanente de rescate se antoja, en este sentido, sólo como un instrumento válido para evitar que la banca alemana y francesa anote en sus balances pérdidas cuantiosas, pero es una mala solución para los países periféricos, que por su mala gestión de los recursos públicos están condenados al ostracismo económico durante lustros por no decir la verdad

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